CARLOS HERRERA

La idea de la libertad individual es una idea clave en la filosofía política occidental incluso desde el tiempo de los griegos, que fueron los que inauguraron las sociedades basadas en la libertad de sus ciudadanos. Los romanos, influidos por los griegos, también construyeron sociedades de ciudadanos libres, aunque contrariamente a los griegos, el verdadero aporte romano poco tiene que ver con las ideas políticas y mucho con el Derecho, es decir, con el talento para regular el orden administrativo, lo mismo que las relaciones entre los individuos, de una forma tal que incluso ahora, dos mil años después, aplicamos las normas y el Derecho que ellos concibieron.

Sin embargo, la evolución de la idea de la libertad como fundamento del orden social ha seguido desde entonces un camino muy irregular (en la Edad Media era común que los campesinos vivieran atados a su comarca feudal) pero el deseo popular por lograr la libertad nunca pudo ser ahogado y a su empuje se debe también el nacimiento de los burgos medievales, pequeñas poblaciones de hombres libres que fueron los que iniciaron además el camino de la economía capitalista, que se asienta sobre el comercio libre y la producción voluntaria.

¿En qué consiste entonces la idea de la libertad? Ensayo una respuesta: en que las personas gozan de un espacio propio donde sus decisiones pueden ser autónomas, es decir, libres de la coacción exterior. Lo que también quiere decir que las autoridades tienen límites en cuanto a sus atribuciones sobre la vida y derechos de los ciudadanos. Esto último tiene gran importancia porque es lo que define la calidad de la libertad que tiene un pueblo.

Ahora bien, defender la idea de la libertad no es una tarea fácil, no sólo porque sus enemigos son por lo general poderosos (dictadores o gremios que se imponen por la fuerza y el miedo) sino también porque oponen, cuando argumentan contra la libertad, otras ideas de gran reputación como la del "bien común" o la del "interés social", cuando le dicen a las personas que la libertad de una persona nunca puede estar por encima del interés popular, una afirmación que oculta el hecho concreto de que lo que hace verdaderamente libre a una sociedad es el respeto puntual a la libertad de todos y cada uno de los que la conforman, ya que la expresión “interés popular” no es más que una abstracción con buena apariencia, que ha servido además para que algunos líderes inescrupulosos, puestos en la privilegiada situación de interpretar lo que quiere decir “interés popular”, llevaran a sus pueblos al horror y la pobreza más dramáticas. Ahí están los ejemplos de Cuba y Venezuela, o la propia Alemania nazi.

De ahí entonces que la defensa de la libertad es una tarea complicada, más si tomamos en cuenta que las personas del mundo actual, salvo excepciones muy raras, normalmente disfrutan de una relativa libertad en su vida, incluso si viven en países gobernados por feroces dictaduras. No podrán hacer política de oposición, ni opinar contrariamente al Poder establecido, pero en resumidas cuentas gozan de una autonomía parcial que termina induciéndolos a creer que la palabra “libertad” se agota en el reducido espacio que los gobiernos les conceden, algo que acaba oscureciendo y desvirtuando el propio concepto.

Lo que quiero decir es que los defensores de la libertad, cuando blanden el concepto, deben siempre tratar de enseñar su verdadero espacio, además de señalar la lógica con la que debe abordarse tan delicado asunto filosófico. Lo que nos lleva entonces a afirmar que una de las formas más comunes de desvirtuar y menoscabar la libertad individual ocurre en el terreno de la economía, un asunto vital para el desarrollo de la persona, porque es quimérico pensar que ella pueda adoptar decisiones autónomas si vive en una situación de absoluta dependencia, como la que acarrea la pobreza y la falta de seguridad económica.

Y si entramos en el terreno de la pobreza, veremos que ella suele ser, en la generalidad de los casos, más bien una consecuencia de políticas e ideas restrictivas de la libertad individual, antes que por falta de ganas de trabajar o de luchar con la vida, porque al final, si uno mira con cuidado e inteligencia, son pocos los seres humanos que no trabajan con denuedo para sobrevivir y atender sus necesidades básicas. Nada suele ser en el mundo actual por tanto más restrictivo de la libertad (y de la posibilidad misma de prosperidad) que la filosofía del “buenismo” y del intervencionismo económico que el populismo y la izquierda tradicional defienden, porque la libertad económica, es decir, el derecho que las personas tienen a trabajar o a comerciar en lo que elijan, lo mismo que a disfrutar de los frutos de su trabajo, no debe tener más límite que la legalidad democrática, y eso porque el progreso sólo es posible en una sociedad que es capaz de ponerle límites al arbitrio, la intromisión y la rapiña del Poder Público.

Es decir, no hay nada más destructivo y empobrecedor de una sociedad que toda esa batería de restricciones al trabajo y a las ganancias que caracterizan las políticas populistas, porque los impuestos abusivos -que se justifican con el argumento de la “redistribución de la riqueza”- ; el control de precios -que en apariencia protege a los ciudadanos de menores recursos- ; los cupos de exportaciones -que se dice impiden el desabastecimiento nacional- ; los monopolios estatales -que impiden el desarrollo empresarial privado-; el despilfarro arbitrario -que priva a millones de una buena educación lo mismo que de salud básica- a lo único que llevan es a la pobreza y al atraso, porque impiden el sano desarrollo del trabajo y la “acción humana”, que es el verdadero motor del progreso material de un pueblo, como puede verse en el ejemplo de las sociedades más desarrolladas. Nada más mentiroso por tanto que lo que dice el discurso populista, que el Estado es el único capaz de dinamizar la economía de una sociedad y de sacarla del atraso.

Concluyamos entonces que la libertad es una palabra que no sólo tiene que ver con los derechos básicos a opinar, pensar, a trasladarse de un lugar a otro o elegir el culto que uno prefiera, sino que hoy en día y gracias al desarrollo de la filosofía democrática, alcanza incluso el terreno de la propia economía, porque el verdadero origen de la pobreza que agobia a nuestras sociedades es el arbitrio y el abuso del Poder por parte de algunos gremios políticos, con actos y políticas restrictivas y atentatorias de la libertad individual.

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