CARLOS HERRERA

(XXI fragmento del libro inédito "Apuntes sobre la Sociedad Abierta")

La relación entre la prosperidad de un pueblo y la educación del mismo es directa. No se avanza nada, en un mundo como el actual, si no se tiene conciencia de ello. ¿A qué educación nos referimos? Pues a la básica, a la del colegio, que es donde el individuo adquiere sus primeras destrezas intelectuales; la que le da la lógica básica para el entendimiento de las cosas, la que le aporta la cualidad de la racionalidad.
Porque es ahí, en los primeros años de la educación escolar, cuando el raciocinio básico (cualidad que le permite a la persona establecer la relación lógica entre las ideas) se adquiere. Tener un buen razonamiento es esencial para el análisis de los fenómenos y los problemas de la vida. El conocimiento por sí mismo no significa nada si no es en combinación con una buena lógica, porque sólo ella permite ver las cosas en su justa relación de causa y efecto.

¿Estamos formando la inteligencia de nuestros estudiantes en este sentido? Yo creo que ni remotamente. Sólo hay que ver la clase de estudiantes que llegan a las aulas universitarias. En nuestro país se cuentan por docenas los alumnos universitarios que no entienden a cabalidad lo que leen y que tampoco razonan adecuadamente lo que aprenden. De suerte que a la hora de entender los problemas prevalece más la subjetividad, la emocionalidad o el mito, que la propia razón. Por eso nosotros, en pleno siglo veintiuno, todavía nos explicamos las cosas como lo hacían los pueblos del pasado, a través de mitos, creencias y dogmas ideológicos que no tienen asidero en la realidad. Y esta incapacidad manifiesta no deviene de la formación universitaria sino de mucho antes, del propio colegio.

Esto no es un invento gratuito, basta oír lo que el boliviano opina sobre una generalidad de asuntos para darse cuenta de su profundo extravío como individuo. No importa que esta afirmación no le guste a la mayoría, simplemente es así. Si no lo fuera, no estaríamos en la cola del progreso mundial, apenas por encima de países como Haití o Somalia, que no son ejemplos de nada bueno. Esto es tanto así, más bien, que incluso nuestra relación con el mundo no acaba de cuajar como debiera, porque vemos al resto de los países con recelo, más que como oportunidad de progreso.

¿Qué debemos hacer al respecto? Muchas cosas. Primero, tomar conciencia de nuestra realidad, es decir, vernos como lo que somos, una sociedad atrasada, nada es posible sin este paso previo. Después, adoptar medidas radicales y sostenidas. Una de ellas, destinar más recursos a la educación, a la luz del siguiente juicio: sólo una sociedad dotada de personas capaces de razonar bien tiene la capacidad de modificar sus condiciones de vida. La educación, entonces, más que un asunto de conocimiento, es un asunto de aptitud intelectual.

Pero el primer paso en esta revolución educativa debiera ser visualizar bien cual el eslabón central del asunto. Que no es otro que unos maestros bien pagados y aptos para la tarea; porque nada se puede lograr sin su participación y un compromiso serio de su parte.
Como segundo paso, formar profesores, no guerrilleros. Necesitamos maestros que entiendan las bases del mundo moderno y la sociedad abierta, que entiendan los conceptos de la vida moderna: democracia, derechos humanos, economía abierta, seguridad jurídica, institucionalidad, propiedad privada, capital, trabajo, riesgo, inversión, mercados, etc. etc.

Maestros que sepan que la suerte de un país esta en las manos propias, no en la de unos poderes extranjeros o de algún Mesías predestinado. Maestros con un verdadero sentido de responsabilidad social, que formen personas forjadoras de su propio destino, no víctimas de una conspiración universal. La docencia escolar es hoy en día un oficio venido a menos y por ello se apuntan a las normales solo bolivianos de los estratos bajos, personas que no han disfrutado del beneficio de una buena educación. Y como vienen de escuelas fiscales en su mayoría, llegan con la maleta llena de las imprecisiones y los equívocos que asimilaron de sus profesores, con lo que el círculo vicioso se cierra. Y esto no se combate más que con dinero y con la dignificación del oficio. A fin de cuentas se trata de la propia suerte del país, porque de lo que se habla es de nada menos - y de nada más- que de sus futuros recursos humanos.

Otro punto de apoyo a esta tesis, la idea de que es imposible, sin el don del buen criterio y de la buena lógica, que los trabajadores de un país –obreros, técnicos y gente calificada- puedan acomodarse con soltura y rapidez a los requerimientos de un mundo como el actual. Porque a fin de cuentas si de trabajadores de un país moderno y productivo hablamos, estamos hablando de personas con un buen grado de formación técnica y profesional. Es decir, personas que tienen capacidad de trato directo con la tecnología moderna, cualquiera que ella fuese. Hay que pensar entonces con seriedad y lucidez sobre la naturaleza de nuestra educación escolar, si de veras tenemos la voluntad de adelantar como sociedad. Porque aquella afirmación de que los países ricos lo son porque son educados, es la cosa más cierta del mundo. Que hay muchas otras cosas que hacer también por el progreso de un país, sin ninguna duda; pero lo básico… lo básico es lo primero.

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