CARLOS HERRERA
La clave del éxito económico de los países desarrollados, es haber entendido que los postulados socialistas (lucha de clases, plusvalía a costa de la explotación, economía planificada, etc.) eran, no ya simples inexactitudes, sino mentiras devastadoras, y que el verdadero desarrollo deviene más bien del buen entendimiento del sistema económico capitalista, que de la fe ciega en el esquema subjetivo y palabrero del socialismo.
Si se mira con cuidado casi todo en la vida constituye un sistema: el cuerpo es un sistema, la sociedad es otro, la ciencia misma es conocimiento sistematizado. Un sistema no es más que un conjunto de partes ensambladas en un todo funcional, es decir, el sistema no es la parte, sino el todo. Esto es lo importante de comprender, que los sistemas funcionan a condición de que cada parte colabore al todo, no que lo entorpezca. Como un auto, que es también un sistema, pero que con el sólo motor no es un auto, si carece de los demás componentes.
Esta idea está en la base del éxito de las democracias capitalistas modernas. Allí no se entiende la sociedad como una permanente lucha de contrarios (unos que les quitan o se aprovechan de otros, como afirman los socialistas) sino como un sistema necesitado, más bien, de la colaboración y el trabajo asociado para funcionar debidamente. Trabajo asociado que se define de varias formas: como relación voluntaria entre empresario y obrero, como acuerdo entre asociados o como acuerdo entre vendedor y comprador de mercancías. Pero todo apuntado a la satisfacción de necesidades e intereses mutuos.
Pongamos un ejemplo para ilustrar un poco más la idea; un exportador de manufacturas no puede, por sí mismo, desarrollar sus productos desde cero, sino que debe apelar necesariamente a otras empresas para que lo provean de lo que a él le resultaría caro, en tiempo y en dinero, producir. Es decir, que sin la existencia de una o varias empresas proveedoras de insumos, la idea de un exportador o un fabricante a gran escala es imposible. Tampoco podría hacer él mismo todo el trabajo que producir implica, por lo cual debe contratar obreros y administradores a quienes delegar tareas. Y muchas veces es necesaria la ayuda financiera de algún socio con capital ocioso. En todo caso, lo que define la producción del exportador, es que aquella se materializa por el trabajo asociado o en cooperación con otras personas o empresas, donde ninguna de ellas se siente explotada.
Por el contrario, en una sociedad donde rige el pensamiento único (como en las dictaduras de izquierda) el trabajo no se desarrolla plenamente porque para eso es esencial un sistema de libertades. Lo característico de las dictaduras más bien (contrariamente a lo que se predica) es que el conflicto de intereses entre las clases sociales se acentúa superlativamente, debido a que las restricciones legales sobre el trabajo, o sobre los derechos de los ciudadanos (a los que son tan afectos estos regímenes) crean sectores de privilegiados y sectores de excluidos.
Surge así un enfrentamiento de intereses que hacen presión sobre la estabilidad del orden social, trabando su buen funcionamiento. Y esto incide directamente sobre la productividad de la comunidad, porque en una sociedad donde se pretende dirigir el trabajo y la economía desde arriba, la inversión y el trabajo no adelantan, menos la innovación, según lo enseña la experiencia de los países que reniegan del régimen capitalista de producción.
Entender entonces el orden social (como lo hace la izquierda mundial) no como un sistema necesitado de la colaboración, sino como un juego de fuerzas en oposición permanente, es un error casi suicida. Porque en vez de alentar el trabajo, que es la base de la prosperidad y el desarrollo, se alienta el enfrentamiento y la lucha por el control del poder político, que sólo deja como vencedores a los políticos y a las corporaciones, nunca a los ciudadanos.
Por eso las democracias liberales capitalistas son como el final de la historia de las ideas políticas (como afirma con genio F. Fukuyama) porque ahí todos tienen cabida, es decir, todos pueden encontrar su rol en el sistema, algo que atempera las contradicciones sociales grandemente. Una auténtica democracia entonces es un sistema basado en el trabajo libre y asociado, la libertad y el respeto por los derechos básicos de los ciudadanos.
Abogado.