CARLOS HERRERA

(X fragmento del libro inédito "Apuntes sobre la Sociedad Abierta")

Muy ligado al tema de la cultura, está el asunto de la interpretación de la historia. De hasta qué punto entiende bien una sociedad la historia (la suya y la del mundo) depende que mejore o permanezca estancada. Los intelectuales y las clases dirigentes juegan en esto un rol capital, porque constituyen los sectores mas idóneos para asimilar el mundo de las ideas políticas.

            De ahí que si alguna cosa importante nos legó el marxismo, fue una herramienta para la interpretación de la historia social. Porque aunque muchas de sus afirmaciones no eran ciertas (en relación a la teoría de la lucha de clases y a la interpretación materialista de la historia, puede verse hoy, con claridad meridiana, que los intereses de las clases sociales no son antagónicos y que la forma en la que una sociedad organiza su producción, no define sino parcialmente el orden superior –leyes, instituciones políticas- porque también juegan un rol importante los valores, la idiosincrasia y las costumbres) la idea que el movimiento y el cambio en la sociedad responde parcialmente al juego de los intereses personales y de grupo, es cierta.

 Sin embargo, una cosa es que esto sea cierto y otra muy diferente interpretar que todo sea resultado de la pugna entre clases o sectores, porque lo que la modernidad muestra es que el progreso y el movimiento social devienen más bien del trabajo asociado entre los diversos sectores sociales, es decir, de un ensamblaje social que le asigne un rol productivo a cada persona o grupo corporativo. Un ejemplo claro de esto es el propio régimen democrático de gobierno, que no ha sido imposición de ninguna clase sino más bien un acuerdo político general, como resultado de una nueva concepción sobre el valor de la persona y sus derechos básicos.

 

Entonces, el sistema político que rige la vida en el mundo desarrollado, salvo contadas excepciones, es el sistema capitalista democrático liberal, basado en el principio de la propiedad privada, la igualdad de derechos y el respeto a la libertad como pilares de su orden. Es un sistema porque aporta los principios rectores de la vida en general; es decir, da las bases para la organización social y productiva (filosofía de libertades y derechos básicos) como leyes y procedimientos que garantizan esos derechos, entre muchas otras cosas más. 

Pero a principios del siglo pasado, el sistema Socialista, gran rival por casi un siglo de historia, tuvo importantes triunfos políticos en algunos países. Los postulados socialistas eran esencialmente opuestos a los del sistema Capitalista, hoy sinónimo de democracia liberal. Según su filosofía, la propiedad privada debía restringirse a las cosas domésticas. El verdadero dueño de los bienes y la riqueza era el Estado, y la economía funcionaba de acuerdo a una planificación que tomaba en cuenta más las necesidades de empleo que las de acumulación de riqueza. Contaba más el “interés social” (una pura abstracción conceptual) que el concreto “interés personal”. Por eso también las consideraciones de costos, competencia, mercados y ganancia, no fue para ellos motivo de preocupación y por eso el sistema se vino abajo, porque sin el acicate del interés personal, es decir, la ganancia económica, la productividad decayó hasta que finalmente murió.

Pronto se vio entonces que la concepción socialista del desarrollo era una traba para el mismo, porque no llevaba a ningún lado. Para comenzar olvidaba que la idea de propiedad tenía la misma edad que la historia humana. Olvidaba que las personas necesitan para vivir motivaciones terrenales más que celestiales, y que la propiedad privada no es un mero capricho de las clases más ricas, sino una necesidad basada en el natural deseo de obtener seguridad y autonomía personal. El verdadero motor del desarrollo social es el interés en el propio bienestar, esto es lo que mueve el enorme organismo de la economía mundial, ni más ni menos.

El Socialismo quiso una sociedad basada en el desinterés y el altruismo, olvidando por completo que las personas se mueven más por la motivación del interés personal que por otra cosa. Quiso también una sociedad de iguales contra natura, negando las diferencias y la diversidad humana, todo lo cual contribuyó a cavar la tumba en la que fue sepultado con la caída dela Unión Soviética. 

 La creencia en un mercado libre de regulaciones estatales caracterizó a la infancia del sistema Capitalista. Fueron tiempos difíciles y de cambio. Aunque las primeras empresas capitalistas datan de los tiempos del mercantilismo (siglos XVI y XVII) inmediatamente de liquidado el sistema feudal, no fue sino hasta el tiempo de la revolución industrial (siglo XVIII ) que el perfil que se le conoce al Capitalismo adquirió forma propia. Así pues, muy pronto fue visible la necesidad de la intervención del Estado en la economía para defender los derechos de los mas desvalidos, ya que debido a los cambios políticos e ideológicos y a la profunda reorganización productiva que se operó en las sociedades a raíz de la revolución industrial y las revoluciones liberales, multitudes empobrecidas migraron del campo a las ciudades, para ser literalmente explotadas sin compasión por los dueños del capital. Una historia de drama e injusticia que duró muchos años y que solo ha sido posible atenuar y corregir parcialmente con la filosofía democrático liberal y  la regulación estatal en los años posteriores.

Fue por eso que a fines del siglo XIX y principios del XX el Estado dio los primeros pasos para la regulación de las economías en el mundo moderno. Una época de gran producción normativa. Ante la evidente situación de desventaja y desprotección en la que se encontraba gran parte de la sociedad, se promulgaron las primeras normas para la protección de los trabajadores, al mismo tiempo que se consolidaron las instituciones liberales (propiedad privada, libertad de trabajo, etc.) que a la postre fueron la base del éxito de muchas de las naciones hoy desarrolladas.

En el otro sector, por el contrario -el de los países que recién se sacudían los poderes coloniales y que conocemos hoy con el nombre de tercer mundo- el Estado fue un organismo que no alcanzó a modernizarse ni a jugar el rol que la filosofía liberal le asignó en los países desarrollados. La pugna entre las ideas socialistas y las liberales (vigente a lo largo de todo el siglo XX) contribuyó indirectamente a su deformación, porque se convirtió, antes que en propiciador de desarrollo, en arma para controlar la vida política. Aquí sí la realidad se acercó mucho a la idea marxista de que el Estado servía exclusivamente para someter la sociedad a la voluntad de uno de sus sectores. Y entonces, en vez de ser usado como institución reguladora y protectora de las garantías constitucionales (como en los países liberales capitalistas) nosotros lo utilizamos como herramienta de dominación, lo que devino en un debilitamiento acelerado de las condiciones para el trabajo libre y el desarrollo de la propiedad.  

Ya dijimos en páginas anteriores que una de las razones para que las sociedades de los países como el nuestro no hayan alcanzado la modernidad fue la herencia cultural del pasado. No entraba en nuestra perspectiva de las cosas la idea de una sociedad que resolviera sus conflictos mediante las reglas de la democracia. Lo común era la imposición de las ideas políticas por medio de la fuerza. Por eso los sucesivos gobiernos no vieron en el Estado otra cosa que una herramienta de imposición, y por eso también muchas de las formas que adoptó y muchas de las acciones que realizó fueron más consecuencia de intereses políticos sectarios, que de otra cosa. Y no solo se convirtió en arma de control político (ya avanzado el siglo XX) también en el generador de empleo más importante de la sociedad.

Con el pretexto de que el Estado debía controlar la producción de aquellas áreas consideradas de importancia estratégica, pronto acaparó una gran parte del espectro productivo, creando desde fundiciones hasta fábricas de armamento, reclutando al mismo tiempo un ejército de gerentes y administradores para su administración. Ya inmerso en la producción de bienes, también restringió la competencia (incluso la local) levantando barreras arancelarias que hipotéticamente preservaban los intereses de la industria local, lo que terminó de complicar más los problemas de la pobreza de aquellos pueblos.

Éste fenómeno de intervención del Estado en la producción y la economía acarreó también un estancamiento tecnológico en la industria local, porque las industria estatales, libres de la necesidad de racionalizar los costos para competir con éxito con las privadas, aprendieron a vivir de la subvención y el proteccionismo, impidiendo de esta forma una actividad sana en los mercados, ya que el trabajo privado tuvo que competir en situación de desventaja o simplemente no podía hacerlo. Esta visión estatizada de la economía petrificó entonces durante años el trabajo productivo, inmovilizando y dañando severamente nuestras capacidades productivas, porque suprimió deshonestamente  la posibilidad de la competencia y con ello la generación de tecnología e innovación.  

En respuesta a este fenómeno descontrolado de estatización y de ingerencia estatal en la economía (también instalado en muchos de los países desarrollados) fue que a finales del siglo pasado algunos de ellos iniciaron, de la mano de Margaret Thatcher, la Primer Ministro de Inglaterra, un proceso de reducción y reformulación del tamaño y la misión de los Estados. En adelante aquellos debían trabajar con una idea más de regulación que de actor económico, implementando políticas económicas siempre en sintonía con las ideas de libertad de trabajo y economía de mercado. Se volvía -parecía- a la vieja idea capitalista de que los mercados con poca regulación son los que pueden asignar de la mejor manera los recursos y la riqueza, pero no era exactamente así. Lo que en realidad pasó fue que se aprendió que el Estado no sabe actuar como empresario, porque en vez de optimizar la producción de las empresas que manejaba -mejorando la tecnología y racionalizando los costos- las convertía en agencias de empleo para los adeptos de los gobiernos de turno, echándole la carga financiera y de subsidio al Estado, impidiendo de este modo que aquel destinara sus recursos a resolver los temas que sí le competen plenamente, como salud, educación y asistencia de infraestructura para mejorar la competitividad industrial nacional.

 También se aprendió que la intervención en la economía (con impuestos selectivos, subsidios caprichosos, controles de precios, cupos de exportación, etc.) reducía dramáticamente el trabajo productivo nacional, porque impedía el sano desarrollo de la actividad privada, olvidando que la cuna de la invención y la innovación industrial, lo mismo que la de los mejores y mas exitosos proyectos productivos, siempre fue la actividad privada.  

            Así nació lo que se conoce con el nombre de neoliberalismo, que se identificó erróneamente como la vuelta al viejo capitalismo y no como lo que en verdad era, una versión remozada y más inteligente del mismo. Decimos así porque lo que había cambiado en relación a los tiempos del capitalismo del siglo XIX era nada menos que la propia sociedad. Es decir, hubo una historia entre estas dos etapas. Nada era lo mismo. Dos  guerras mundiales y la barbarie de infinidad de dictaduras, por lo mismo de lo cual los Estados habían desarrollado una clara y abundante normativa preocupada por el respeto a los derechos individuales, la fiscalización de los poderes públicos, como la idea de la regulación de los mercados y del trabajo privado, sin atentar contra los derechos básicos de las personas, todo lo cual hacía una enorme diferencia con las viejas ideas capitalistas.  

Unos entendieron esto correctamente y otros, aquellos donde la historia se había petrificado en dictaduras y gobiernos con fuertes inclinaciones autoritarias, no pudieron entender ni interpretar correctamente la historia transcurrida. De suerte que lo que unos y otros entendieron e hicieron con las ideas liberales capitalistas, no pudo ser más diferente.             Repitamos entonces que la idea de retirar al Estado de la actividad económica no quería decir que se suprimía el rol del Estado en la vida económica, sino que se le asignaba el que siempre debió tener, de sustentador o protector de los derechos básicos de las personas y de apoyo a las actividades privadas. Es decir, quería decir que el Estado debía apoyar decididamente los emprendimientos empresariales de la sociedad mediante una legislación reguladora y garantista de los derechos básicos (propiedad, libertad, seguridad para el trabajo libre, etc.) porque sólo una sociedad productiva y con gran capacidad de creación de riqueza, sólo una sociedad rica, puede atender desde el Estado los derechos básicos de educación, salud e infraestructura, con lo que ello tiene de generación de oportunidades para los sectores mas pobres.

Era indispensable por lo tanto que éste nuevo rol del Estado tuviera el correlato del Derecho democrático como referencia de conducta y organización social. Y eso fue lo que pasó en las naciones adelantadas, se fortaleció la relevancia de la norma democrática, lo que impactó benéficamente en el trabajo y la producción de aquellos pueblos.

Hay que entender entonces que el neoliberalismo no supone la vuelta a los tiempos de abuso a los más débiles, sino que más bien consiste en el  fortalecimiento de las ideas de trabajo libre y legalidad democrática, ambas benéficas, porque favorecen el empleo y la protección de los más débiles. 

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