CARLOS HERRERA

(XI fragmento del libro inédito "Apuntes sobre la Sociedad Abierta")

Esta ideología, que más que una respuesta racional a los problemas políticos y económicos que la modernidad pone al frente de los países en desarrollo, es una reacción emocional patriotera hábilmente utilizada por los vivos de siempre para conservar el statu quo del corporativismo latinoamericano, es también otra de las trabas para el progreso de los pueblos latinoamericanos. Nació inspirada en la idea de la revalorización de la identidad nacional, lo cual no es malo en sí mismo, pero pronto encarnó en una actitud obtusa y de tintes demagógicos que ayudó grandemente a que los grupos tradicionales de poder aumentaran sus privilegios y su influencia en la sociedad, porque la mirada de la misma, una vez más, se distrajo en el subjetivismo y la emocionalidad. 

El discurso nacionalista dice que importa la nación y sus valores, pero en el fondo es nada más que otro proyecto de poder, uno que resulta de la colusión entre el poder político y grupos corporativos relacionados con ellos. Y es o ha sido responsable, entre otras cosas, de que la producción y la economía latinoamericana se estancara por décadas, porque por la vía de los decretos supremos y con el pretexto de proteger a los productores nacionales se levantaron unas barreras al comercio con los otros países, que lo único que provocaron fue el nacimiento de sectores monopólicos que disfrutaron de mercados cautivos, impidiendo así el buen funcionamiento de los mercados e impidiendo que la nación se beneficie del estímulo que la competencia representa. Esto por un lado.

Por el otro, se incubó en la sociedad un sentimiento de rechazo a todo lo que no tuviera un tinte nacional, es decir, inspiró una filosofía que iba a contramano de la historia, que muestra que las relaciones globales son el camino a la prosperidad y a la idea de comunidad global hermanada. En el afán de revalorizar la propia identidad, se adoptó la actitud de negarle valor a las ideas y a las experiencias foráneas sin hacer el esfuerzo de una reflexión inteligente. En vez de examinar con un sentido crítico lo que acontecía más allá de nuestras fronteras, en vez de estudiar con objetividad las ideas que impulsaron el desarrollo de las comunidades modernas, optamos por desmerecer el valor de aquellas experiencias, suponiendo erróneamente que mirándonos el ombligo podíamos evolucionar como sociedad. Esto por supuesto no produjo otra cosa que el anquilosamiento de la capacidad productiva (nuestras economías siempre vivieron cojas) y de la propia inteligencia nacional.

La secuela que dejan los nacionalismos mal entendidos nunca es buena. Si entendemos que la cultura de un pueblo es el resultado de su propia experiencia como de la experiencia asimilada de otros pueblos, entenderemos también que pensar y hacer la vida sin apelar a lo que otros hicieron no puede ser más que un tremendo error. La ideología del nacionalismo no es integradora, no le enseña a las personas a ser tolerantes con las otras culturas, a aprender de ellas, no ve las cosas con la debida amplitud, levanta murallas que distancian antes que acercar. En vez de entender el amor a la patria como lo haría una sociedad con sentido común, es decir, aceptando las buenas ideas de la cultura universal, nosotros entendimos eso como rechazo y negación de lo foráneo, algo típico de los pueblos con poco criterio, porque entender el amor hacia sí mismos como un enfrentamiento con los demás, es una burrada.

Los nacionalismos nos han dejado no sólo economías estancadas, también mentes estancadas. Mientras el mundo volaba en materia de adelantos tecnológicos lo mismo que en políticas de desarrollo, nosotros seguíamos rumiando ideas del pasado y pensando el mundo con la óptica de los intelectuales del tiempo de la monarquía mercantilista. Es imposible revalorizar la propia identidad cuando no se sabe qué es lo que la conforma. La conciencia sobre la identidad, sobre la forma propia, solo se la obtiene conociendo lo que hay más allá de uno mismo. Es más bien el trato con los otros lo que le da a uno la visión cabal sobre sí mismo. Sin el entendimiento del entorno es imposible saber quién es uno.

Nuestro nacionalismo ha servido más bien para enardecer las peores pasiones populares, haciéndole el juego perfecto a aquellos que mantienen una situación de privilegio a costa de la ignorancia y la postergación de muchos, algo muy común en sociedades como las nuestras. Porque en vez de pensar en mejorar el entendimiento de la historia moderna, en vez de sacar lección de los errores y las experiencias de otros, hemos pasado años parloteando sobre el poder depredador de los países desarrollados, o discutiendo afanosamente sobre la inmortalidad del burro, sin darnos cuenta de la importancia que tiene la observación crítica de la experiencia de otros países.

Se trabó con ello también la importantísima noción sobre la íntima relación entre los conceptos de mercado abierto y desarrollo, de gran importancia para el crecimiento de los pueblos. Mercado abierto quiere decir comercio y trabajo en condiciones de competencia abierta, sin el peso de regulaciones proteccionistas abusivas e innecesarias que sólo sirven para controlar a las sociedades y para darle justificación a la existencia de aquellas burocracias que viven del trabajo de los productivos, un fenómeno típico de los nacionalismos mal entendidos.
Y eso también porque sin actividad económica saludable es imposible financiar el desarrollo de un país. Sin dinero no hay educación, ni infraestructura, ni salud, ni innovación tecnológica, ya que todo ello deviene de las divisas que un país obtiene de lo que produce y vende. No es vendiéndonos entre nosotros que se financia el desarrollo. El verdadero ahorro procede del intercambio comercial con los otros pueblos del mundo y para eso es necesario ver a los demás como socios antes que como enemigos, amén de tener un tejido productivo y diverso capaz de competir en los mercados mundiales.

La visión nacionalista deviene siempre, como lo muestra la historia, en estancamiento e ignorancia. Y de esta funesta confusión salen beneficiados únicamente aquellos que están ubicados en posiciones expectables en el gobierno y la política. En realidad los nacionalismos (de izquierda como de derecha) son sólo una tribuna para las peroratas de los enamorados de la dogmática política. Si uno quiere saber finalmente lo que dejó el nacionalismo a los países como el nuestro, sólo tiene que repasar su historia y mirar sus bolsillos.

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