Carlos Herrera

Se cree que el asunto de la pobreza nacional tiene relación exclusiva con el tamaño de nuestra economía, es decir, con la poca inversión y con la poca generación de bienes y servicios. Pero en realidad la envergadura de nuestra economía no es más que la consecuencia de un fenómeno que los bolivianos, en su mayoría, todavía no advierten correctamente. Nuestro subdesarrollo es, más bien, fruto de un fenómeno de atraso cultural, que se traduce en unas ideas equivocadas y un entendimiento miope de las ideas políticas y económicas exitosas.

Demos un ejemplo concreto para hacer clara la idea. Los bolivianos estamos en puertas de una grave crisis energética debido al estancamiento de la producción y en vez de tratar el tema con un mínimo de racionalidad, perdemos el tiempo enfrascados en elucubraciones patrioteras (mientras la demanda crece exponencialmente por el aumento vegetativo de la población y la propia actividad económica) y no parece que la sociedad boliviana entienda que este inmenso absurdo, se debe única y exclusivamente a un anacrónico modo de entender el camino hacia el progreso, ya que en vez de fortalecer la participación de las empresas privadas (las únicas con los recursos y la tecnología para desarrollar el negocio) se ha desplegado toda una política para sustituirlas por la incompetencia y la ineficiencia de las empresas del Estado, y ello con la más entusiasta aquiescencia nacional.

La prosperidad de las naciones desarrolladas, al contrario de lo que ocurre en países como Bolivia, responde directamente a la adopción de las ideas liberales como inspiradoras de su orden jurídico y político, esto es, de sus constituciones. Allí es legítima la actividad privada encaminada a generar riqueza y lucro. Nadie piensa que los empresarios sean unos explotadores o unos pillos que se aprovechan de la pobreza de los pueblos. Por eso es también natural que allí sean los mercados los que controlan los precios (no la burocracia estatal) como consecuencia de la cerrada competencia entre productores que luchan por el favor del consumidor.

En esos países los gobernantes están vigilados por tribunales o instituciones específicas que controlan la constitucionalidad de sus actos, para lo cual se han organizado como repúblicas con separación de poderes, no como estados plurinacionales, que uno no sabe bien en qué consisten.

Luego, en ninguno de estos países se legisla en términos de raza o de origen social, como en el caso nuestro. Esto rompe un principio universal del derecho, el de la igualdad de las personas ante la ley. Y esto en razón exclusiva de la condición humana, que es una sola a lo largo y ancho del mundo.

Tampoco tienen constituciones donde el Estado tiene un poder omnímodo sobre la sociedad, porque allí ya se sabe (a dos siglos de las revoluciones que dieron carta de ciudadanía a los conceptos de soberanía popular y derechos fundamentales) que aquello sólo lleva a la dictadura de la burocracia enquistada en el gobierno de turno, así como a los mayores disparates económicos: monopolios estatales, control de precios, cuotas de exportación, gasto incontrolado en subsidios políticos, leyes demagógicas que ahuyentan la inversión y disminuyen la producción, y, en fin, toda clase de desaciertos que impiden el desarrollo sano de las sociedades.

Entonces ¿Cuales son esas ideas exitosas que nosotros no visualizamos? Pues son las que ven al trabajo como la columna vertebral de progreso (no los regalos del Estado); las que respetan la propiedad privada religiosamente porque entienden que aquella es la base, no sólo del progreso personal, sino de la misma libertad humana; las que valoran la competencia y los mercados abiertos, porque entienden que los mercados son la mejor manera de asignar los recursos y son también generadores de riqueza material a gran escala; las que piensan que las políticas monetarias que los gobiernos adoptan deben tener el sello de la racionalidad más rigurosa, y por lo mismo deben cuidar el valor de la moneda como su responsabilidad más importante, porque cuando aquella se debilita a causa de la inflación, es el valor del trabajo de los habitantes del país el que se devalúa.

Son también ideas que creen en las instituciones del Derecho democrático como la única referencia de conducta y organización de la sociedad; o las que piensan que los contratos tienen un valor que se debe respetar siempre, para lo cual alientan la independencia y el fortalecimiento del Poder judicial, uno de los tres poderes básicos de las repúblicas liberales.

Hoy la política latinoamericana ha sido tomada por personas con la cabeza saturada del credo estatista, es decir, la cándida creencia en la sabiduría y buena voluntad de los Estados, sin pensar que aquella abstracción, en los hechos, no es mas que un grupo de personas con las riendas del poder en sus manos, y que por lo mismo pueden ser extremadamente peligrosos para el conjunto de la sociedad si en sus cabezas no habita la racionalidad y el apego a la ley, tal y como ocurre con las autoridades de los países desarrollados, donde si bien no son todos unos angelitos, no se puede negar una cultura general de apego y respeto por las normas.

Encargarle el gobierno de muchos países latinoamericanos (como hoy ocurre) a un hato de socialistas nostálgicos del estalinismo, empecinados además en llevarnos de nuevo por aquel derrotero de errores, subjetivismo económico y fe ciega en las bondades estatales por el que transitamos ya durante la mitad del siglo anterior, sólo va a agravar nuestra pobreza y nuestro debilidad económica e institucional.

¿Qué se hizo entonces –y qué hay que hacer ahora- para frenar el deterioro que el populismo deja? Lo que todos los pueblos sensatos piden a sus gobernantes en materia de políticas públicas: equilibrio fiscal, que el Estado no gaste más de lo que recauda (el equilibrio de las finanzas es esencial, porque una deuda desmedida deja un lastre difícil de subsanar en varios años, ahí esta España como ejemplo de esto); control del gasto público (nada de bonos demagógicos o un Estado hinchado de empleados ineficientes) porque el gasto público que no sirve para desarrollar la potencialidad productiva del país, es derroche gratuito; control de la inflación (porque su descontrol nos empobrece a todos) mediante la promoción de mercados abiertos y buenas condiciones para el trabajo privado.

Participación privada en las empresas públicas, porque sin una gestión auténticamente corporativa aquellas nunca son bien administradas y terminan siendo una carga para el erario nacional, terminan subsidiadas; flexibilización del sistema de contratación (la mejor forma de alentar el empleo es permitiendo una gran movilidad laboral sin penalidades excesivas a las empresas); desmantelamiento de las barreras arancelarias y apertura de mercados (es decir, competencia entre productores nacionales y extranjeros) bajo la idea de que si los productores extranjeros producen los mismos bienes a un precio inferior, es mejor para el consumidor nacional comprar productos foráneos. La equivocada idea de que protegiendo a nuestros empresarios se tendrán productos buenos y baratos, es una ilusión, porque si usted le entrega a cualquier empresario un mercado cautivo, liquida el estímulo para mejorar que deviene de la competencia, y se asegura con ello productos de mala calidad y caros. 

Y no olvidemos tampoco la ampliación del universo tributario, porque en Latinoamérica el populismo le ha dado carta de impunidad a infinidad de corporaciones que no tributan como deberían (gremialistas, cocaleros, transportistas, etc. etc.) por lo que los gastos de la educación y la salud pública se apoyan principalmente sobre las espaldas de los que tienen empleo formal y de los que tributan de verdad, dejando a infinidad de personas con ingresos abundantes fuera de la obligación de tributar, lo que constituye una injusticia que rompe con el aludido principio de igualdad ante la ley.

Para lograr el progreso hay que actuar entonces, como dice C. A. Montaner en su libro “La libertad y sus enemigos”, “a pura sensatez y sana ortodoxia económica”. ¿Estamos nosotros ahora en ese camino? Tal parece que no. Y entonces una de dos, o no hablamos esto por temor a las represalias populistas, o somos una comunidad atrasada que todavía no ha tomado conciencia de cuáles las ideas y los valores que hacen la prosperidad del mundo desarrollado. ¿Usted amigo lector, qué cree?

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Abogado.

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