Carlos Herrera

Se le ha inculcado a la gente sencilla latinoamericana -de forma conveniente para las huestes populistas y de izquierda- que del total de la riqueza que los países producen, hay grupos o sectores que se quedan indebidamente con una parte mayor a la que debiera corresponderles. Y se ha hecho esto incluso con el apoyo de estadísticas oficiales, que dicen que un sesenta por ciento de los ingresos va a los bolsillos de un veinte por ciento de la población, lo cual es cierto. Lo que no se les ha dicho, empero, es que ese veinte por ciento de la población es un sector altamente productivo, que recibe tal porcentaje de los ingresos económicos porque son ellos los que lo generan con su trabajo y su inversión.

La creencia que la riqueza es un volumen constante que pende del cielo -como las peras o las naranjas en los árboles- y que hay unos que sacan de allí más que otros sin razón alguna, sólo beneficia a los manipuladores de la política, a aquellos a los que no les interesa que las personas entiendan con propiedad el fenómeno de la creación de la riqueza en el mundo moderno, como fruto directo de la actividad humana y por eso mismo un asunto flexible, es decir, algo que aumenta o se contrae en directa proporción al trabajo, la inversión y el esfuerzo.

De ahí que aquella afirmación de que “al pueblo le llega muy poco de lo que el país produce” es una verdad a medias que hace una insinuación mentirosa, sugiere veladamente que a los pobres no les llega más porque alguien se roba su parte, cuando la verdad es que los pueblos subdesarrollados son pobres porque su trabajo y su actividad económica es reducida, es decir, su capacidad de producir bienes y servicios es muy limitada, por razones que van desde la ausencia de mercados de capital; condiciones políticas hostiles a la idea de acumulación de riqueza (el verdadero motivador de toda inversión) hasta completa ausencia de los valores republicanos democráticos (derechos individuales, economía de mercado y legalidad democrática) ya que ignoran absolutamente que sólo dentro de tal orden político florece el trabajo y la producción de riqueza.

En muchos países de Latinoamérica se ha anatematizado a los sectores capitalistas sin entender bien su importancia y el rol que juegan en una economía de mercado, porque incluso en democracias pobres como la boliviana, hay universidades públicas gratuitas, escuelas fiscales también gratuitas, como un sistema de salud precario que se financia en buena parte con  el aporte de los impuestos que pagan los sectores que son altamente productivos, aquellos que tienen ingresos altos. Y todo eso a despecho de la demagogia socialista (que afirma que son las empresas estatales las que sostiene la economía nacional, pues son ellas las que aportan la mayor cantidad de recursos) porque eso confirma también la tesis de que la riqueza proviene de la actividad productiva empresarial. 

Ahora bien, si las instituciones educativas y de salud no funcionan como debieran no es culpa de los contribuyentes, ni de los ricos, sino de la burocracia encargada de manejarlas, pero eso es otro asunto.

En pura lógica se puede afirmar  que la pobreza de los pueblos no se debe a que los ricos se apropien de la riqueza, sino a la falta de inversión y trabajo para la generación de la misma, a que no hay riqueza precisamente. De ahí que la acusación de que la pobreza se debe a una mala distribución de la riqueza o a la avaricia de los ricos, no es más que una manipulación demagógica. Si los Estados son pobres y no trabajan como debieran en la creación de oportunidades, es decir, las universidades no forman profesionales competentes y buenos investigadores, las instituciones de salud estatales son pésimas, la educación pública es un desastre mayúsculo, las instituciones públicas son ineficientes y corruptas,  no se debe a la inmoralidad de los ricos sino más bien a la incapacidad de la propia sociedad para dotarse de una buena burocracia estatal, a la incapacidad de los pueblos para entender cuáles son los fundamentos económicos y políticos del desarrollo en el mundo moderno.

Los ricos son un eslabón importante en el fenómeno de la generación de la riqueza porque son los que financian y gerentan los grandes emprendimientos económicos, y si bien lo hacen por puro interés personal, esto no debe satanizarce, porque esa ambición hace realidad miles de puestos de trabajo que aseguran una vida digna a infinidad de personas. Es decir, que persiguiendo sus intereses personales, los ricos generan un movimiento económico que favorece a las miles de personas que trabajan ayudando a que los emprendimientos de aquellos se materialicen. 

Los gobiernos deben entonces apoyar los negocios y la actividad productiva privada como un asunto importante para el Estado, ya que de ahí es de donde sale buena parte del dinero que financia el crecimiento de un país. Y por esto mismo también, los gobiernos que amenazan la inversión privada; obstaculizan el trabajo libre de los ciudadanos con regulaciones caprichosas y demagógicas; ponen en vilo la propiedad privada; recargan a ciertos sectores con una onerosa tributación; fomentan la informalidad a gran escala (alimentando el gremialismo y el contrabando) y destruyen la institucionalidad que soporta y apoya el desarrollo de los negocios y la economía, es decir, promulgan leyes que generan desconfianza en los inversores, nunca ayudan a sus pueblos a salir de la pobreza, porque la cosa es que para salir de la misma hay que entender debidamente cuáles son las razones que hacen posible el progreso, una enseñanza que podríamos obtener si tan sólo hiciéramos una pausa en el deporte nacional de mirarnos el ombligo, y levantar un poco la cabeza para ver más allá de nosotros mismos, en la lección que le dan al mundo las sociedades donde la libertad y los derechos humanos son valores que se respetan de verdad.                                                                                                                                               

Abogado

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