CARLOS HERRERA
(XII fragmento del libro inédito "Apuntes sobre la Sociedad Abierta")
Encontrar la ruta al desarrollo es el tema central en la agenda de los países subdesarrollados del mundo. Muertas las ideas socialistas, en las democracias liberales de Occidente el debate parece hoy centrarse en el rol que el Estado debe jugar en el tema del desarrollo, así como en la naturaleza de la organización territorial del poder. En cuanto a lo primero, las experiencias con el Estado-empresario (que ocupó las mentes políticas por dos tercios del siglo pasado) no dieron los resultados esperados. El protagonismo que sus ideólogos le asignaron al Estado-empresario terminó en burocracia y malas inversiones. Los índices de pobreza, aunque se redujeron en algo, nunca lograron una mejoría sustantiva. A esto se le puede sumar el error de concebir el desarrollo (como sucedió en gran parte del siglo pasado) con un enfoque centrado casi exclusivamente en los aspectos propios de la economía.
No se pensó jamás, no obstante la cercana experiencia de algunos de los países más adelantados del mundo, que el asunto del desarrollo consiste en armar un sistema que contempla más cosas que la propia economía; un orden que promueva el trabajo en libertad y asegure los derechos de propiedad (el mejor estímulo para el trabajo) porque las personas trabajan para disfrutar los frutos de su esfuerzo según como les parezca, no para que un burócrata les diga cómo hacerlo, ni les imponga unos márgenes de ganancia que no corresponden a su esfuerzo ni inteligencia.
Y no se hizo esto porque la inteligencia no nos dio para ver que sólo en sociedades protectoras de las libertades y los derechos individuales se puede desarrollar el potencial productivo de las mismas. Nos llenamos de leyes, decretos y resoluciones, sin preocuparnos de su naturaleza ni que aterrizaran en la vida diaria. De suerte que nos pusimos a trabajar en un desarrollo que casi nacía muerto (gracias a esta mala concepción de las cosas) fomentando más bien la confusión ideológica más lamentable, así como una burocracia fagocitadora del ahorro nacional, amén de profundamente corrupta.
Pensar el desarrollo de un país solo en términos económicos fue, así como la explotación y la lucha de clases para el socialismo, el dogma que nubló la vista de los ideólogos del mundo libre.
La idea que el bienestar se desprendería, como por arte de magia, del crecimiento económico, fue una equivocación que ya tiene casi un siglo de vejez. La verdad es que una sociedad no prospera de forma sostenible si no promueve un orden donde los contratos y la propiedad se respeten y donde las leyes obliguen por igual a todos. Un orden donde el éxito devenga del trabajo y la honradez, no de los privilegios que otorga un Estado mercantilista.
El primer paso entonces, en el camino al desarrollo, es alcanzar una sociedad regida por un orden basado en las ideas liberales. Porque el beneficio de tener una sociedad donde el ciudadano importa de verdad y la ley obliga por igual a todos (autoridades y ciudadanos) es que quienes pierden poder en una sociedad como ésa son los sectores que han hecho de la ilegalidad, la corrupción y el abuso de poder, su medio de vida. Nadie ignora que el más grave problema de los países pequeños es la corrupción en sus Estados, que se traduce en una mala asignación del ahorro que constituyen los impuestos nacionales, que van mas al subsidio obligado de la clientela política que a la satisfacción de las verdaderas necesidades de educación, salud o caminos.
Por eso también es importante difundir la noción de lo que es un Estado de Derecho. Se trata de enseñar a las personas una nueva cultura, lo que no es fácil. La tradición del autoritarismo nos ha dejado de herencia la subcultura del atropello y la corrupción. De suerte que la mente de la gente en los países subdesarrollados está impregnada hasta el tuétano de la idea que las normas son para los demás, nunca para uno. Por eso nuestros políticos son hoy uno de los escollos más difíciles de superar en el camino al desarrollo. La razón está a la vista, siendo como somos una sociedad democrática, ellos son indispensables para el ejercicio de la misma. Es a través de los partidos políticos que se ejerce el poder. La voluntad popular necesita de un intermediario para acceder al control del poder, pero como al mismo tiempo son fruto de nuestra condición moral, tenemos un grandísimo problema.
El fenómeno de la evolución social requiere de un avance de la conciencia popular. La primera cosa que se debe poner en claro en este asunto es que la autoridad suprema no son los políticos, ni los gremios y tampoco el presidente, sino la norma democrática, esto es, la ley que respeta los valores constitucionales, que debe ser igual para todos (autoridades y civiles).
Otro paso es acordar políticas públicas inteligentes y sostenidas. Un ejemplo, la educación: reformular la asignación presupuestaria para ella, previo rediseño de sus objetivos, porque la que hoy tenemos sólo forma personas carentes del divino don de la reflexión y el criterio. Incluso un régimen impositivo de excepción para los libros escolares y técnicos, haciendo oídos sordos del anatema sobre lo malo que son los subsidios para la economía, porque los subsidios que le dan verdadero impulso al trabajo o al conocimiento, son saludables. Los subsidios no son malos en sí mismos, lo malo está en que su carga no se la democratiza debidamente porque siempre se la pone en las espaldas de los sectores más débiles de la sociedad.
Otro ejemplo, buenas carreteras y la seguridad de sancionar a los que quieran hacerse ricos con ellas. Esto es de sentido común, porque sin ellas no hay movimiento comercial de ningún tipo.
Otro, cuidar el medio ambiente y sus recursos naturales, es decir, darles un uso sostenible, explotarlos pero racionalmente, sin agotarlos. Nuestros bosques son una mina de oro, no solamente por los recursos forestales, que son muchos, sino por los otros derivados; una tercera parte de los principios activos químicos de la farmacopea moderna procede de la vegetación de los mismos.
Nuestro potencial hídrico es también considerable, podemos irrigar enormes extensiones de tierra y pudiéramos también con ellos producir energía, un bien vital en el mundo actual, pero antes hay que cuidar en serio las cuencas donde nacen nuestras fuentes de agua.
Otro, apoyar y desarrollar el turismo mediante la formación de una nueva conciencia sobre el fenómeno en cuestión, y sobre lo poco que nos costaría ponerlo en marcha, porque al margen de los caminos, que son de toda forma necesarios, el Estado no tiene que gastar mucho ya que casi todo lo hace la empresa privada. Se requiere empero inculcarle en la gente la cultura de la limpieza y el buen trato. El turismo de hoy lo hacen personas acomodadas que viven en sociedades que se caracterizan por su orden y su limpieza. A nadie le gusta pasear por pueblitos que hierven de basura y plásticos, donde la gente los bota además en la misma puerta de su casa. O viajar en buses que apestan y que son de los tiempos de la revolución. La gente quiere el exotismo de la naturaleza y los paisajes, no el de la informalidad y la mugre. El turismo requiere también buenos medios de transporte aéreo y lo único que garantiza tal cosa es la competencia. Por eso esas líneas aéreas monopólicas son más bien una desgracia para los países, porque engordan unos sindicatos que cualquier día y por cualquier motivo paran de trabajar, afectando a miles de viajeros y a la propia imagen nacional.
Otro más, desarrollar una política de cooperativismo agrario a gran escala, la China lo ha hecho, para que los pequeños agricultores puedan jugar en las grandes ligas de los mercados merced a la unión de sus fuerzas. Aquí sí que el Estado se luciría, porque enseñaría lo que es el fundamento del progreso económico, la habilidad de hacer industria propia. Nuestras comunidades agrarias tienen dos de los factores de producción más importantes, tierra y agua, les falta capital y conocimiento; pero si el mundo moderno enseña algo, es que el financiamiento es perfectamente posible mediante alianzas con privados. Se requiere para ello que los contratos tengan el aval de un Poder Judicial serio y eficaz, nada más. Lo demás viene por añadidura.
En este mismo sentido, flexibilizar las normas laborales para permitirle a las personas y a los empleadores más libertad, explicándole a la gente que la libre contratación (sinónimo de despido sin mucho gravamen) no es una maldición para los pobres sino todo lo contrario, ya que al poner menos carga sobre las espaldas del empresario, este se mueve más, es decir, invierte más, y si invierte más contrata más, con lo que las oportunidades de empleo para los que no lo tienen crece en proporción al incremento de la inversión.
Se ha hablado mucho y mal sobre el asunto de la libre contratación, pero lo que no se ha hecho es pensar en sus verdaderas implicaciones. Si el empleador tiene la posibilidad de retirar a los empleados que no son productivos, el beneficio directo es para los que sí lo son y carecen de un empleo formal. Se revalorizaría también con ello el asunto de la formación profesional, los empleos para los productivos, no para los mediocres.
Una carga excesiva de beneficios sociales para el despido deviene, así mismo, en lo que ahora se observa en nuestras universidades públicas, donde hay un montón de catedráticos de más que dudosa idoneidad, manipulando ideológicamente a miles de nuestros ciudadanos del futuro y a los que no se puede despedir sin quebrar las arcas del Estado.
¿Se puede entonces seguir llamando conquistas sociales a un fenómeno que le asegura la inmovilidad al conservadurismo más nefasto? ¿Qué es lo que queremos, más oportunidades de empleo o la inmovilidad del sindicalismo? No debería ser difícil ponerse de acuerdo sobre los temas mencionados porque son más bien cosas de sentido común que asuntos de ciencia nuclear, y a todos nos conviene su implementación. No hacerlo indica que carecemos de la capacidad de ver incluso nuestro propio interés, algo que debería alarmar hasta a los más adormecidos.
Una última reflexión, hay que adoptar la idea del trabajo y la educación como las únicas herramientas para cambiar la sociedad, antes que la de la lucha política. Si hay una tara arraigada en los países subdesarrollados es la idea que a través de la toma del poder las cosas van a cambiar para bien. No está claro aún que la sociedad sólo cambia por el trabajo y el esfuerzo productivo, esto sumado a las ideas políticas correctas. De nada nos sirve un iluminado en la presidencia, si el grueso nacional piensa y actúa sin claridad de miras. Si le destináramos al trabajo y a la educación el tiempo y el esfuerzo que le destinamos a la lucha política, con toda seguridad seríamos un país diferente.
Aceptar que el trabajo es la verdadera herramienta del cambio supone al mismo tiempo aceptar que el capital y la inversión son condiciones indispensables para tal finalidad, porque el odio y la desconfianza a éste -otro nefasto resabio del subjetivismo socialista- terminan haciéndolo escapar. Hay que darle nuevo crédito a la inversión privada, tal y como hacen otros pueblos, porque …¿Si no hay quien invierta y arriesgue para producir bienes, cómo es que vamos a generar el empleo que la gente necesita para cuidar de sí misma y su familia? ¿De dónde va a venir el dinero para que la gente mejore sus condiciones de vida?. Así mismo, si la actividad privada no es fuerte y no contribuye con buenos impuestos al Estado… ¿De dónde va a sacar éste el dinero para satisfacer la demanda de educación y salud del pueblo de a pie?
De lo anterior puede deducirse también que hay que extirpar de nuestras cabezas la idea que la vida económica debe girar en torno a las ubres del Estado nacional. El Estado es por naturaleza un ente más regulador que productor (o debiera serlo) es decir, no genera recursos por sí mismo. Esto sólo puede hacerlo la actividad empresarial, porque es allí donde se crea la riqueza, es decir, los bienes que luego se convierten en divisas o dinero. Lo que hay que hacer entonces es aumentar las vacas en el establo (muchas empresas privadas) más que ir todos a mamar de una sola. Es un asunto de lógica elemental, pero antes que todo hay que extirpar el cáncer de la ignorancia y la mala actitud. Será bueno entonces levantar la mirada un poco más allá del ombligo y aprender que hay todo un horizonte más allá de él.