CARLOS HERRERA
(XIX fragmento del libro inédito "Apuntes sobre la Sociedad Abierta")
Como no es posible que todos los miembros de la sociedad participen en los asuntos del gobierno y del Estado, la figura de la representación política permite hacer realidad la idea de la participación popular en los asuntos públicos. Ahí la razón lógica de la existencia de los partidos políticos, cuyo nacimiento es mas bien tardío en la órbita política contemporánea (siglo XX) aunque la idea de la representación política fue una realidad a fines de la Edad Media en las sociedades donde nació el parlamentarismo.
Ahora bien, aunque este asunto de la participación de la gente en los asuntos públicos es siempre restringido -porque se hace a través de personas a quienes se delega el poder de tomar decisiones en nombre del pueblo- sí hay una verdadera participación cuando se elige el programa político que los partidos proponen para gobernar el país, así como en la designación de los que serán la cabeza y los brazos de tal gobierno. Eso por un lado.
Por el otro, también se puede decir que los partidos políticos latinoamericanos tienen tanto sombras como luces, ya que aunque hay mucho por qué juzgarlos bien, hay mucho también por qué juzgarlos mal, porque si bien las democracias latinoamericanas han avanzado mucho, lo han hecho no obstante sus partidos políticos, aunque suene contradictorio. La tara más notoria de aquellos es la facilidad con la que se llenan la boca de conceptos democráticos, cuando a la hora de la verdad, si hay un reducto del autoritarismo y del conservadurismo más radical en nuestras sociedades, es aquel. La Democracia, como lo enseñan las sociedades más desarrolladas del planeta, no es un asunto de mero discurso sino más bien de conducta y actos inspirados en valores e ideas concretas.
Para hacer Democracia hay que vivir como demócrata. Sólo así es posible entender lo difícil que resulta construir una sociedad democrática. Los actuales partidos políticos no han jugado un mejor rol en el desarrollo porque no rige una vida democrática dentro de ellos, manda el corporativismo mas reaccionario, esto es, grupos de poder que poco o nada permiten de renovación de cuadros, lo que obstaculiza la renovación de ideas y el propio vínculo del partido con la sociedad.
La teoría dice (como ya se aludió) que la razón de ser de los partidos se basa en la imposibilidad que todos tengan voz y voto a la hora de las decisiones políticas nacionales, y por eso la figura de la representación. Según la misma teoría también, los partidos son grupos organizados de ciudadanos que proponen soluciones a los problemas de la sociedad. Pero como los problemas sociales son dinámicos -cambian periódicamente- es preciso también que haya movilidad intelectual en los partidos por aquello del aporte de ideas nuevas, algo que no es posible cuando en sus cuadros de dirección se petrifica un mismo grupo político, esto es, unas mismas ideas políticas. Esto daña directamente a la propia sociedad, porque suele venir aparejada a una nula visión autocrítica y a casi ninguna idea nueva.
Pero el problema de la falta de democracia dentro de los partidos tiene aún otras implicaciones. La más alta responsabilidad de un partido político es manejar el poder, esto es, gobernar un país. Debe entonces poner en ejercicio varias cualidades importantes: una visión clara de las circunstancias políticas donde se debe mover, otra sobre las necesidades de la sociedad y un equipo gerencial apto para realizar las tareas que se requieren. Por eso el asunto de la renovación dirigencial dentro de los partidos políticos es vital. Es la competencia entre dirigentes la que obliga a los emergentes a ser buenos intérpretes sociales y a convertirse en agentes de cambio, cumpliendo de esta forma la premisa básica sobre la razón de ser de los partidos políticos en las sociedades democráticas; ser agentes de renovación y transformación social. Cuando se sustituye la competencia por el monopolio del poder, las personas ya no se dedican a servir sino a expandir el poder propio, lo que deviene a su vez en perjuicio general.
Si hay movilidad en la dirección, hay renovación en las propuestas y hay también una mejor interpretación de las necesidades sociales; y eso favorece el movimiento y el progreso de la sociedad. En el fondo, si uno acepta la competencia democrática acepta el cambio social, lo cual es bueno para todos. No hay peor enemigo para las democracias que el estancamiento mental y espiritual de los dirigentes de los partidos políticos. La única forma de asegurar su utilidad es obligando a los partidos a ejercitar en su seno la más rigurosa democracia. Sólo la alternabilidad en la dirección deviene en beneficio para la sociedad, sólo la costumbre de aceptar el cambio como agente de renovación es aportadora de progreso, porque las democracias no son otra cosa que organismos en constante movimiento, siempre en continua evolución.
¿Cómo asumieron entonces los partidos políticos su rol en los últimos treinta años, luego de las dictaduras militares de los sesenta y setenta? ¿Adelantaron las Democracias? ¿Se consolidaron sus instituciones? ¿Siente la gente que vive en un régimen que protege sus derechos? ¿Tienen los acuerdos privados la garantía de la ley? ¿Administraron la Democracia con eficiencia, es decir, le dieron verdadero impulso a sus asuntos?
Es difícil responder a todo ello de un modo categórico. Lo que se ve es que si bien algunos países han adelantado mucho en algunas cosas, no parece que fuera lo necesario. Sobre el rol y la función del Estado, por ejemplo. En este punto nuestra visión es aun arcaica. Pensamos que a los Estados les corresponde la misión de sacar a los pueblos de la pobreza, porque aun no tenemos la capacidad de verlo como lo que es sino como lo que queremos que sea. Es decir, hemos idealizado la naturaleza del Estado hasta el límite del absurdo.
Los Estados no son otra cosa que corporaciones o grupos de personas con sus propios intereses y que como tales, a la hora de tomar decisiones, jamás lo hacen en contra de sí mismos. A esa infantil visión sobre la naturaleza angelical de Estado es que le debemos los innumerables gobiernos autocráticos del último siglo en América Latina. Es claro entonces que ahí los partidos políticos latinoamericanos han mostrado una chatura común, si bien en grados diferentes.
Acordemos entonces que tener libertad de opinión, que se realicen elecciones periódicas, un flujo aceptable de normas y una cierta institucionalidad, no quiere decir necesariamente que hayamos sabido asumir inteligentemente la filosofía democrática.
La Democracia es un régimen de gobierno que tiene además varias otras facetas que deben ser correctamente asumidas para que tal régimen cobre vida: entre ellas el apego voluntario de la propia sociedad a sus postulados, la comprensión de su utilidad como técnica de transmisión pacífica y civilizada del mando político, la defensa de un universo de valores concretos, la idea de que tal régimen político se sustenta mas bien en instituciones que en personas, etc. ¿Han jugado en todo esto los políticos un papel constructivo en este sentido?
Tal vez en líneas generales en algunos países sí se puede afirmar que han jugado un papel progresista porque la filosofía democrática ha arraigado más seriamente. Sin embargo pende aun sobre ellos la tarea de asumir la filosofía de las libertades (connatural al régimen democrático) con una visión mas inteligente sobre su impacto en la vida de sus países, una tarea que pasa también por redefinir el rol del Estado en la vida social.