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RODOLFO J. CRUZ

En los cerros, parques y avenidas del municipio de Cochabamba, los eucaliptos se alzan como centinelas verdes, altos y esbeltos. Sin embargo, tras su imponente silueta se esconde una amenaza silenciosa para nuestros ecosistemas, nuestras reservas hídricas y, en ocasiones, para nuestras propias vidas.

Originarios de Australia, los eucaliptos fueron introducidos en Bolivia a fines del siglo XIX como una solución rápida al problema de la deforestación. Su rápido crecimiento y su resistencia atrajeron a planificadores y forestales, pero poco se consideró entonces sobre su impacto ecológico. Hoy sabemos, gracias a numerosos estudios científicos, que los eucaliptos son especies exóticas invasoras que transforman radicalmente el entorno donde se implantan.

Uno de los problemas más serios que ocasionan es la disminución de la humedad del suelo. Estudios hidrológicos —como los realizados por el Centro de Investigación Forestal (CIFOR) y la FAO— demuestran que los eucaliptos pueden consumir hasta 20 a 30 litros de agua por día por árbol, dependiendo del clima y el tipo de suelo. En zonas como Cochabamba, que ya enfrentan estrés hídrico y donde las lluvias son irregulares, estos árboles agravan la sequía y desplazan especies nativas que requieren menos agua.

Pero no es solo la sequedad del entorno lo que preocupa. Es la sequedad interna del mismo árbol, especialmente en ejemplares envejecidos o mal mantenidos, lo que los convierte en bombas de tiempo. Debido a su sistema radicular poco profundo, los eucaliptos no tienen buena sujeción al suelo seco, y sus tejidos internos se vuelven quebradizos con el paso del tiempo. Esto explica por qué muchos árboles se desploman súbitamente, incluso en días sin viento. En Cochabamba, hemos presenciado la caída de eucaliptos en áreas urbanas que han provocado daños materiales y, lamentablemente, la pérdida de vidas humanas.

A este panorama se suma un factor muchas veces ignorado: los eucaliptos no ofrecen refugio ni alimento a la fauna nativa. Estudios ecológicos en Sudamérica han mostrado que estas especies alóctonas tienden a empobrecer la biodiversidad del entorno: sus hojas contienen compuestos tóxicos para muchos insectos, y sus flores, a diferencia de especies locales, no atraen a polinizadores andinos. En cambio, árboles nativos como la kewiña (Polylepis spp.) y el molle (Schinus molle) forman parte de redes ecológicas complejas que sostienen aves, mamíferos e insectos nativos. Al plantar eucaliptos, estamos rompiendo esos vínculos naturales.

Por eso, urge una transición hacia una arborización verdaderamente sostenible y adaptada a nuestra ecología. Es hora de dejar de lado no solo al eucalipto, sino también a otras especies igualmente problemáticas como el ficus (Ficus benjamina), muy usado en áreas urbanas a pesar de que su crecimiento descontrolado afecta veredas, cañerías y cimientos. Cochabamba debe apostar por árboles nativos de los valles interandinos, como la kewiña, el aliso (Alnus acuminata) y el jacarandá (Jacaranda mimosifolia), que no solo consumen menos agua, sino que protegen el suelo, fortalecen la biodiversidad y ofrecen sombra sin convertirse en amenaza.

La presencia de eucaliptos en Cochabamba ya no puede verse como una solución, sino como un problema urgente que requiere atención técnica y voluntad política. Seguir ignorando este hecho no solo compromete nuestros ecosistemas, sino también nuestra seguridad y bienestar.

Los árboles sí importan. Pero deben ser los correctos.

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