EDUARDO BOWLES

De acuerdo a un reciente informe, las denominadas exportaciones no tradicionales bolivianas, es decir, todas aquellas que no pertenecen a la minería ni al sector hidrocarburos, disminuyeron un 64 por ciento desde el 2014 y considerando el volumen, la reducción es aún más drástica y alcanza el 77 por ciento.

El balance pertenece a la Cámara de Exportadores y detalla que las ventas externas de esta franja de productos, la mayoría pertenecientes al sector agropecuario, pasaron de 1.129 millones de dólares en junio de 2014 a 704 millones de dólares en el mismo mes de 2017. Lo peor del caso es que este rubro sigue cayendo, como ha sucedido en el primer semestre de este año, con una variación negativa del 14 por ciento, unos 110 millones de dólares menos.

Esta mala noticia viene a sumarse a la crisis del gas, el producto estrella de Bolivia, cuyas exportaciones han caído a la mitad como consecuencia del derrumbe de los precios del petróleo. En este caso, el panorama se pinta desalentador no solo porque los valores de los hidrocarburos en el mundo tienden a estancarse en el largo plazo, sino porque este bajón llega en una época de sequía de inversiones en el país que pone en riesgo de los mercados de Brasil y de Argentina y que condena –tal vez por siempre-, el viejo proyecto de convertir a nuestro país en el eje distribuidor de energía del Cono Sur.

Precisamente los productos no tradicionales fueron impulsados con el objetivo de diversificar la economía y sacarnos del extractivismo, de la dependencia extrema de la minería y el gas y reducir los impactos de los ciclos de precios internacionales que acarrean periodos de crisis y empobrecimiento.

El desarrollo del agro, la agroindustria, las manufacturas y otras actividades alternativas es vital para reducir el peligro de ser un país monoproductor, además de que, especialmente la agricultura y los rubros asociados tienen un gran efecto multiplicador pues generan empleo, dinamizan el transporte, generan comercio interno y aseguran la soberanía alimentaria, un factor que les está jugando un mal momento a los venezolanos, que siempre han sido débiles en la parte productiva y ahora sufren las consecuencias de un Estado que se constituyó en un azote para el sector privado, principal impulsor del sector no tradicional.

Con la incidencia de los precios internacionales es poco lo que se puede hacer, salvo implorar a los cielos como lo hacen los líderes que añoran un petróleo a 150 dólares el barril para seguir derrochando a manos llenas. Es posible compensar la caída con la mejora de la productividad, la reducción de los costos o la expansión de los mercados, pero lamentablemente la mano de Estado no solo ha sido ineficiente, sino también perniciosa, tanto en lo referente a los minerales y la industria petrolera, donde domina gran parte de la actividad, como en el sector agropecuario, con incesantes y sistemáticos “palos en la rueda” que han inhibido las inversiones y la actividad en general.

Otra sería la historia si en lugar de perjudicar a los privados, el Estado se volviera un aliado de la producción y para empezar a mejorar no haría falta más que revisar los cuatro factores que han agravado la caída de las exportaciones: la regulación de precios, los cupos de exportación, la política cambiaria y la falta de inversión.

Tomado de eldia.com.bo

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