EDUARDO BOWLES

La presidente Dilma Rousseff les ha pedido “civilidad” a los brasileños durante los días del Mundial. En otras palabras, les ha solicitado que se porten educados, como “chicos buenos” y que no hagan líos para hacer quedar bien al país.

Lo dijo cuando faltaba menos de una semana para el inicio de la cita futbolística y los organizadores pasaban nervios con las protestas, las gasificaciones y una huelga de los trabajadores del Metro de Sao Paulo que, de haberse prolongado hubiera causado una catástrofe de proporciones épicas.

El pedido de la presidente Dilma suena coherente, sobre todo cuando el país se apresta a ser el anfitrión de un evento tan importante, pero para millones de brasileños resulta indignante, pues en los últimos años el Estado brasileño no ha hecho más que incurrir en acciones desquiciadas, traducidas en un derroche que hasta ahora no tienen parangones en la historia del Mundial.

Brasil quiso tener doce sedes, algo inédito, supuestamente para promocionar el turismo en el país; sin embargo, está comprobado que el organizador gana muy poco y recupera casi nada de lo invertido, pues la mayor torta se la lleva la FIFA, cuya inversión es casi nula en la fiesta.

Cómo tomar con civilidad 11 mil millones de dólares que han mandado al suelo al crecimiento del país y que han puesto en crisis a la nación que quería ser potencia. Estadios demolidos íntegramente para apenas cuatro partidos, escenarios refaccionados para cumplir normas absurdas de la FIFA, que los norteamericanos y los japoneses se negaron a cumplir, pero que Brasil acepta simplemente por arrogancia de gobernantes que no dejan de manifestar la mentalidad de “repúblicas bananeras”.

En Bolivia los ciudadanos también necesitamos mucha civilidad para tragarnos el absurdo de la cumbre G-77, una reunión sin ninguna trascendencia para nuestro país, pero que en términos de gastos no se queda atrás: 530 millones de bolivianos, casi 80 millones de dólares para dos días dedicados a lustrar el ego de un líder y lanzar la campaña electoral del oficialismo. Si hacemos una relación entre los tamaños de Brasil y Bolivia, seguramente la cifra erogada en nuestro caso es como para dejar con las cejar arqueadas a los indignados del país vecino.

Muchos saldrán con las cantaletas del turismo, de la promoción del país, de las obras, el pavimento y las calles parchadas pero ¿a qué precio? Queremos ver en qué situación quedarán las rutas que han sido pavimentadas bajo la lluvia, sin el debido proceso de compactación; los jardines hechos a las apuradas, las fuentes de agua que parecen de juguete y muchos otros trabajos de maquillaje que seguramente tienen muchas explicaciones pendientes sobre la transparencia.

Además de eso, quién paga por el maltrato que ha recibido el ciudadano durante todos estos meses, los embotellamientos, los desvíos, los letreros “estamos trabajando para usted”, cuando todos sabemos que el ciudadano es el último en el que se piensa, pues nunca hay recursos ni personal para socorrer a los barrios que se inundan, pero sobran para este tipo de eventos que torturan además con colas para ingresar a “las zonas de la cumbre”, simulacros, controles, policías abusivos, etc. etc. Este no es la clase de Estado que nos prometieron, supuestamente al servicio de la gente. Esta es la forma de Estado que el ciudadano tiene que revisar, porque en las actuales circunstancias, el ser humano siempre estará de último.

Tomado de eldia.com.bo

Pin It