EDUARDO BOWLES

Detrás de la frase del presidente Morales “Si quieren bien, sino también”, en relación a la construcción de los proyectos hidroeléctricos “El Bala” y “El Chepete”, existe una confusión muy grande que puede marcar nuestro futuro, puesto que los bolivianos seguimos insistiendo en un error mayúsculo cuando pensamos en el progreso, el desarrollo y la prosperidad.

Ambos emprendimientos afectarán un valioso ecosistema del norte de La Paz y del Beni y pese a que el Gobierno insiste en que el impacto será mínimo, porque solo toman en cuenta el tamaño de las represas, olvidan mencionar la construcción de caminos, el tendido de cables y otras obras necesarias para echar a andar las plantas de producción de energía, cuyo destino principal sería la exportación.

No vale la pena discutir aquí si habrá consulta, si se respetarán las normas ambientales, la transparencia de los contratos, la calidad de las obras o cualquier otro asunto calificado como “burocrático” por el régimen, puesto que ellos son capaces y tienen todo el poder para “meterle nomás”, como hicieron con la carretera del TIPNIS, donde se está cometiendo un verdadero “ecocidio”, por citar un término muy usado por los grandes defensores de la “Madre Tierra”.

Lo que apena es percibir en la clase hegemónica un discurso sumamente arcaico, viejos conceptos desarrollistas y visiones retrógradas que deberíamos atribuir a la falta de información o a la politiquería que los lleva debajo, pues de lo contrario tendríamos que atribuirlos a la mala fe. Como antecedente hay que señalar que el “proceso de cambio” cobró notoriedad en el mundo precisamente por sus concepciones vanguardistas sobre el medio ambiente y la manera equilibrada de concebir el desarrollo. Mencionamos esto solo para sacar alguna conclusión.

El primer engaño en el que caemos los bolivianos es seguir pensando que la exportación de energía nos va a sacar de pobres y por eso mismo nos concentramos en la explotación de materias primas, intento en el que venimos incurriendo desde la época colonial con muy malos resultados. Lo peor es que esas afirmaciones llegan precisamente cuando estamos viviendo una nueva crisis de precios internacionales que pone en peligro la estabilidad del país. Recurrir a la destrucción del patrimonio natural con fines de supervivencia es nada más que una falacia que nos obliga a vivir a sobresaltos.

La otra falsedad que han estado pronunciando connotadas figuras de la dirigencia plurinacional, que también se ufanan de su sapiencia, tiene que ver con el paradigma “destruir para progresar” y uno de los ministros se atreve en pleno Siglo XXI a afirmar que “no se puede vivir en la miseria con el pretexto de defender a la naturaleza”. Bolivia figura en la lista de los países con mayor tasa de deforestación y todavía estamos esperando que “llueva café”, como dice aquella canción.
Por último, se hace referencia a las energías renovables y se pone como ejemplo a las hidroeléctricas arriba mencionadas ¿pero a qué costo? Este criterio hay que aplicarlo con racionalidad e inteligencia.

Muchos países están abandonando los combustibles fósiles y se inclinan por otras modalidades, pero nunca a costa de la destrucción del ecosistema, que es justamente lo que se quiere preservar porque representa el gran futuro y la esperanza de sostenibilidad.

Tomado de eldia.com.bo

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