EDUARDO BOWLES

Los médicos y los economistas se parecen mucho y a veces actúan igual, cuando deberían imitar más a los meteorólogos. Por más que quisiera, un pronosticador del clima no puede alterar las condiciones naturales, no puede hacer llover ni siquiera medio milímetro y es incapaz de frenar una helada. Los doctores y los economistas, mucho más cuando tienen poder, sí pueden afectar las cosas y eso es lo que están tratando de hacer los expertos del “proceso de cambio”, aprovechando que los males del paciente no son tan graves, aunque el remedio podría ser peor que la enfermedad.

Aunque un paciente se encuentre en fase terminal, el médico puede inyectarle una infinidad de fármacos para dar la impresión de una mejoría, pero el progreso suele ser efímero y de ninguna manera implica una recuperación definitiva. Exactamente lo mismo hacen los que controlan la economía de un país que tienen a disposición una enorme cantidad de recursos para invertir, generar actividad, incentivar la demanda y dar la impresión de que las cosas están bien.

No está mal que el Estado invierta, incentive la economía y genere el chispazo que requiere todo sistema para que arranque el motor. Existe una corriente económica que así lo recomienda para superar periodos de crisis, para aumentar el dinamismo y evitar la desaceleración, pero esa inyección de capitales públicos debe hacerse con mucho tacto e inteligencia, de tal manera de afectar positivamente el aparato productivo, único capaz de generar empleo y crecimiento real, para diferenciarlo del crecimiento inducido o artificial que es el que ha estado apuntalando el gobierno boliviano a través de un impresionando gasto público que lamentablemente no ha sido dirigido con un criterio de sostenibilidad.

Los economistas plurinacionales están convencidos que podrán vencer todos los pronósticos del Banco Mundial, de la CEPAL y sobre todo de los bolsillos de los bolivianos (que nunca se equivocan), que han comenzado a cuidar la platita porque ya perciben los nubarrones. Obviamente tienen a mano las reservas internacionales, el dinero público que está en los bancos porque no han sido capaces de invertir en los últimos diez años y también una capacidad de endeudamiento bastante discrecional que comienza a generar preocupación.

Todavía no se ha dicho qué hará de distinto el Gobierno para alcanzar un crecimiento mayor al cinco por ciento. Nadie puede dudar que lo consiga, pero en el 2013 el ensanchamiento del PIB estuvo cercano al siete por ciento y en el 2015 bordeando el seis por ciento y habría que ver qué nos quedó además del doble aguinaldo. ¿Hubo aumento de la producción? ¿Mejoró el empleo? ¿Se incrementó el valor agregado? ¿Más diversificación? ¿Más industrialización? ¿Mejor clima de negocios? Esas deberían ser las metas de un estado al invertir la plata que se ha generado en su mayor parte gracias a la naturaleza, a los buenos precios de las materias primas y otros factores externos, que, como el clima, no se pueden controlar ni manipular.

Lo primero que ha hecho el Ministro de Economía ha sido anunciar que este año se volverá a pagar doble aguinaldo. Es probable que de la misma manera continúe el derroche en las empresas estatales, en compras suntuosas, en apuntalar un falso modelo comunitario a través de iniciativas como el Fondo Indígena, en coliseos, canchitas, grandes carreteras que se caen en pedazos al poco tiempo, en cumbres y viajes. Todo eso genera actividad económica, produce crecimiento, pero no cambia la realidad del paciente, simplemente alarga su agonía.

Tomado de eldia.com.bo

Pin It