Eduardo Bowles

Hace unos meses los bolivianos sufrimos como nunca las consecuencias de nuestra propia irresponsabilidad con la naturaleza. El golpe vino en forma de una súper abundancia de agua, que se desbordó, arrasó con poblaciones y causó estragos en las fuentes de sustento de millones de bolivianos que tratan hasta hoy de recuperarse de los daños.

Hoy, con esta ola de calor que rompe todos los récords y que amenaza con acentuar la sequía en gran parte del país, incluyendo las tierras que deben estar listas para producir alimentos en muy poco tiempo, estamos sufriendo por escasez de este recurso tan valioso que dilapidamos sin control, pese a que todos conocemos muy bien que el agua dulce y libre de contaminación es un bien cada vez más insuficiente en el mundo.

El cuidado del medio ambiente aparece solo en los discursos, se hace presente solo en las leyes y en las medidas burocráticas que toman el INRA, la Administradora de Bosques y Tierras y los ministerios vinculados a la tierra y la producción agraria para hostigar a los ganaderos y agricultores, cada vez más abrumados por acciones y políticas supuestamente destinadas a proteger la ecología, pero que se asemejan más a una actitud anti-empresarial, anti-productores, aunque los gremios y algunas autoridades parezcan dar señales de entendimiento.

El cuidado del medio ambiente se percibe como una farsa y eso se puede comprobar con lo que pasa con el Tipnis, invadida por cocaleros y narcotraficantes; lo que ocurre con la reserva de El Choré, donde todos parecen haber levantado las manos y dejado las cosas a expensas de la acción destructiva de inescrupulosos; se ve en el Amboró, donde los piratas madereros le abren la senda a los colonos y estos le dan paso a los sembradíos de coca y posteriormente a las fosas de maceración.

Estamos hablando de los mayores reservorios de agua del país, de los bosques que regulan el clima y que permiten que haya humedad en los campos de cultivo que producen alimentos para el país. Se habla de crisis en el abastecimiento, se menciona el riesgo que hay de que se incremente la importación de comida, pero al mismo tiempo nos disparamos en el pie con acciones que se toleran desde las más altas esferas gubernamentales.

Se menciona como la gran solución la expansión de la frontera agropecuaria, pero de nada servirá si seguimos descompensando el equilibrio ecológico responsable de que haya producción en los campos. Se obliga a los productores a reforestar, cargándoles un costo adicional, pero no se hace nada con quienes están destruyendo bosques que no se deben tocar, porque de ellos depende la sostenibilidad de la producción agropecuaria.

Se defienden a rajatablas dogmas como el de la prohibición de las semillas transgénicas, que nos mantienen en el último nivel de los rendimientos en América Latina, pero se permite que parques nacionales y reservas valiosas para nuestra supervivencia caigan en manos de gente que contamina con productos nocivos y con actividades ilícitas que nos dejarán una herencia signada por el crimen y la destrucción.

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Tomado de eldia.com.bo

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