Eduardo Bowles

Un discurso de cinco horas es demasiado para explicar algo que se resume en una sola frase. La economía de Bolivia va bien gracias a los precios internacionales de los productos que exporta y que nada tienen que ver con la buena o mala gestión de los gobernantes. Es más, la coyuntura económica que atraviesa el país es histórica, tanto que al Estado le ingresa una cantidad de recursos siete veces mayor a la que recibía la antigua república colonial y neoliberal. Habría que explicar entonces, por qué los bolivianos no gozan de un bienestar de esas mismas proporciones y apenas nos estamos jactando de unos misérrimos puntos de avance en la lucha contra la pobreza extrema.

Se ha vuelto a repetir que más de un millón de bolivianos ha ingresado a la clase media. El dato no solo es dudoso, sino también habría que explicar qué factores han incidido para ese progreso. Hay sospechas de que el narcotráfico, el contrabando y otras actividades ilícitas están detrás de semejante ascenso social. Es posible que el descomunal aumento de la burocracia, las estatizaciones y en el mejor de los casos, el auge de los precios de los minerales, sirvan para explicarlo y aun así no desaparece el fantasma de la fragilidad, pues se trata de formas de subsistencia que no le dan sostenibilidad ni al país ni a las familias bolivianas.

Cinco horas también es mucho para seguir echándole la culpa de todos los males al país a los gobiernos del pasado, cuando el régimen del MAS está ingresando ya a su octava gestión y está próximo a convertirse en la administración gubernamental más longeva de la historia del país. En menos de una década, países como Perú, Brasil o República Dominicana, que han sabido aprovechar la bonanza que le toca vivir a toda América Latina, han dado pasos gigantescos en la competitividad, un concepto que resume la capacidad de un Estado para encarar los problemas de las inmensas mayorías postergadas durante siglos.

Hace bien el Gobierno en proyectarse hacia el 2025 y mirar con optimismo el futuro, pero esa no es ninguna novedad. Desde que empezó la gestión del MAS, sus líderes no han hecho más que organizar las cosas con el objetivo de perpetuarse en el poder. Si el asunto es buscar el prorroguismo, el presidente Morales puede seguir nomás en su campaña permanente, comprando aviones y helicópteros, inaugurando canchitas de fútbol, yendo de aquí para allá como el eterno candidato que nada más busca dar la impresión de que el Estado está desarrollando presencia en todo el territorio nacional, cuando la realidad sigue siendo la misma del pasado. Si se mira el futuro para apropiarse de él como si fuera un botín, el gabinete ministerial puede seguir aplicado en los menesteres de la persecución y la extorsión, herramientas básicas para la guerra política que se confunde frecuentemente con gestión.

Pero si se está mirando el porvenir como una manera de solucionar los problemas de la gente, el Gobierno no tiene más que aplicar el programa de gestión que redactó en el 2005 y que sigue casi intacto; puede buscar la forma de darle un mejor uso a los recursos extraordinarios que recibe el Estado, que pueden ser efímeros, pues dependen de cómo le vaya a los chinos, que dicho sea de paso, han comenzado a declinar en su crecimiento. El futuro depende de la industrialización del gas, recurso que se exporta de manera prioritaria descuidando las necesidades internas, depende de que se paren los avasallamientos y se permita producir, que se frene la confrontación y que en lugar de tantas canchas, el presidente inaugure escuelas, con profesores bien pagados, con laboratorios, bibliotecas y conexión a internet. Si lo que se espera es construir un futuro y no destruirlo, lo mejor sería atacar con fuerza la corrupción y no ignorarla tan descaradamente como se pretende, en el discurso y en los hechos.

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Tomado de eldia.com.bo

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