JUAN ANTONIO MORALES 

Después de haber hibernado durante varios años la política cambiaría. Ha vuelto a la mesa de discusión, como parecen mostrar los varios artículos recientes de prensa y la evidente preocupación de los medios empresariales. No es para menos: el tipo de cambio es el precio más importante de la economía.

La contribución, de lejos la más importante, del Decreto 21060 a la estabilización fue la del sistema cambiario asentado en dos pilares: 1) la irrestricta libertad cambiaria: y 2) la asignación de divisas en un ingenioso mecanismo de subasta, el bolsín. La subasta, que era la esencia de la llamada por el Decreto 21060 "flotación administrada”, duró solamente algunas semanas.
A partir de enero de 1986 el sistema de flotación administrada se convirtió en un sistema de tipo de cambio fijo deslizante (crawling peg en inglés), con reajustes entre uno y tres centavos de boliviano por semana. Como en todo sistema de cambio fijo, era el BCB el que en última instancia lo fijaba, aunque para fijarlo tomaba en cuenta las informaciones del mercado, tales como cuál era la demanda.

El tipo de cambio fijo deslizante tenía méritos y defectos. Su gran mérito era que evitaba la sobrevaluación cambiaria, porque corregía o trataba de corregir por las diferencias entre nuestra inflación y la inflación internacional. No se perdía competitividad, a la vez que se tenía a la inflación bajo control.

Para ser más concreto: nuestro sistema cambiario nos sirvió de defensa efectiva durante la crisis regional de 1999-2003, cuando varias de las economías de los países vecinos se desplomaban como fichas de dominó.

El gran defecto del sistema cambiario prevaleciente hasta el 2005 fue que acentuaba la dolarización. Por otra parte, el sistema había sido diseñado para pequeñas devaluaciones y cuando comenzaron a fluir masivamente los ingresos en dólares por la bonanza de las exportaciones el tipo de cambio tenía más bien que revaluarse, el sistema cambiario no parecía estar adaptado a nuevas circunstancias. Con todo se revaluó corajudamente el boliviano.
El Gobierno cedió a las presiones de los exportadores para no seguir revaluando y, además, se dio cuenta que la acumulación de reservas internacionales, en vez de la revaluación, tenía grandes réditos políticos. Se podía mostrar al país y al mundo entero que Bolivia tenía reservas internacionales, como proporción de su PIB, tan altas como las de la China.

Esa acumulación de reservas es ineficiente y, además, ha causado una gran expansión monetaria en bolivianos, la que no ha sido inflacionaria porque la inflación se ha anclado en el tipo de cambio. El Gobierno y el BCB han efectuado también algunas operaciones para absorber el exceso de liquidez, de discutible eficacia para el objetivo de una baja inflación.
El congelamiento del tipo de cambio, acompañado por tasas de encaje legal para depósitos en dólares sumamente altas, ha tenido por efecto de abrir una brecha muy grande entre las tasas pasivas para bolivianos y dólares, que ha contribuido a la bolivianización del sistema financiero. Queda la duda de cuán sostenible es esa bolivianización y si ella no se revertirá si el boliviano se devaluara, aún mínimamente.

El tipo de cambio superfijo que se tiene desde noviembre del 2011 (y aún desde antes) tiene méritos obvios, pero tiene una gran vulnerabilidad, a saber, su susceptibilidad a ataques especulativos. Si el público cree que el tipo de cambio está sobrevaluado y que lo único que está barato es la moneda extranjera, correrá a cambiar su moneda nacional por dólares mientras estén todavía accesibles. Contener con las reservas y los ataques especulativos tiene también costos.

Justamente porque no hay mucho espacio para moverse por la política cambiaria, es que las políticas salariales y de gasto público tienen que ser muy mesuradas, si no lo son se agravará la incipiente sobrevaluación.

Juan Antonio Morales es profesor de la Universidad Católica Boliviana y expresidente del Banco Central de Bolivia.

Tomado de paginasiete.bo

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