FERNANDO MOLINA 

"La fiesta acabó” tituló la prestigiosa revista británica The Economist su reporte sobre los problemas financieros de Argentina y Venezuela. The Economist cree que los dos países "se salen del cuadro” de la economía latinoamericana, aunque al mismo tiempo su precaria situación esté anticipando un próximo declive general. También sostiene que la situación de uno es muy distinta de la del otro. Argentina da "pasos vacilantes” hacia la normalidad; mientras que Venezuela permanece inmóvil, y sin salida, en el esperpento del siglo XXI.
La revista se refiere, en lo que aquí nos interesa, al cambio de estrategia del gobierno de Cristina Kirchner para contener el drenaje de sus reservas de moneda extranjera o, dicho de otro modo, para detener la "estampida” hacia el dólar de una multitud azuzada por la alta inflación (y que, por tanto, quiere proteger sus ahorros convirtiéndolos a una denominación fuerte).

Como se sabe, la estrategia anterior consistía en dificultar y, en muchos casos, impedir que la población comprara dólares, escasos en un país con crecimiento exportador, pero desconectado de los mercados financieros por el default de 2001.
Esta estrategia, conocida como "cepo cambiario”, fracasó tan rotundamente como se había previsto que lo haría: dio lugar al dólar "blue”, que en algún momento fue hasta 70% más caro que el oficial, y que se convirtió en la divisa de referencia de la economía, obligando al fisco, pese a los propósitos iniciales, a vender dólares periódicamente para controlar su precio. Un fisco que, además, perdía muchísimo cada vez que entregaba dólares al cambio oficial.

Con buen juicio, el kirchnerismo decidió dar unos "pasos vacilantes” hacia atrás: autorizar una mayor devaluación (hoy el dólar oficial es 50% más caro que en junio de 2013, nominado en pesos argentinos) y flexibilizar el "cepo cambiario”, con el propósito de cerrar la brecha entre el tipo de cambio oficial y el "blue” y de tranquilizar a la gente, pues ya puede obtener dólares legalmente (y algo más baratos que en el mercado negro), aunque todavía enfrentando restricciones burocráticas.

Lo que la nueva estrategia busca es que los "verdes” salgan de debajo de los colchones de los argentinos y los sectores exportadores, obligados a entregar divisas, lo hagan sin las reticencias que estaban teniendo hasta ahora. Al mismo tiempo, sabedora de que su propia capacidad de generar divisas no alcanza, Argentina ha empezado a renegociar su posición en los mercados de capitales.

Al margen de los efectos que esta nueva estrategia pueda tener sobre el gran problema económico argentino, que es la elevada inflación, sin duda potenciará la capacidad y la disposición exportadora de un país históricamente enfocado y abocado al mercado externo. Lo que finalmente nos lleva a Bolivia y las complicaciones que este país tendrá que enfrentar durante este año por la excesiva importación de productos argentinos abaratados por la devaluación que hemos descrito.

El desafío también es importante para el Brasil y Chile, pero ambos países han estado devaluando sus propias monedas (11 y 8,8%, respectivamente) y tienen sistemas cambiarios entre flexibles o muy flexibles, que les permiten adecuarse a las contingencias.
En cambio Bolivia tiene un tipo de cambio fijo desde hace 27 meses y no devalúa desde hace seis años, según recuerda un reciente estudio de la Fundación Milenio. Esto significa que sus bienes han estado manteniendo su precio respecto al dólar; mientras que los de sus vecinos se han ido abaratando respecto a este mismo patrón, que es el que se usa en el comercio internacional.

Como resultado neto, el país pierde competitividad y, al mismo tiempo, ventas.
Bolivia no es un país manufacturero ni mucho menos, pero a diferencia de otros Estados petro-dependientes, ha logrado ser autosuficiente en diversas ramas de la producción de alimentos y bienes de uso casero, y posee algunas industrias ligeras (plásticos, papel, tabaco), que este año podrían sufrir mucho con la competencia argentina que, además, llega por la expedita vía del contrabando.

Si se atuviera a la teoría económica (y a la recomendación del FMI), Bolivia debería iniciar una devaluación controlada que siguiera la trayectoria de los pesos argentino y chileno, y del real. Pero tal posibilidad es remota, ya que el Gobierno de Evo Morales dará prioridad a sus necesidades electorales y la estabilidad cambiaria transmite fortaleza a la moneda nacional e incita a ahorrar en ella, lo que mantiene un alto nivel de reservas internacionales; por otro lado, un boliviano fuerte alienta la importación –por ejemplo de baratos productos argentinos-, lo que disminuye los riesgos inflacionarios. Sin embargo, lo que se gana en estos campos se pierde en ingresos por exportaciones, ganancias empresariales y, sobre todo, empleos.

Hace 27 meses, cuando el Gobierno optó por un tipo de cambio fijo, el expresidente del Banco Central, Juan Antonio Morales, advirtió que la medida revestía de bastante peligro, ya que la mentalidad fuertemente dolarizada de la población haría difícil para las autoridades monetarias el volver algún día atrás.

Fernando Molina es periodista.

Tomado de paginasiete.bo

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