FERNANDO MOLINA

Cuando al economista Keynes le dijeron que, puesto que al largo plazo el mercado encontraría la forma de regularse a sí mismo, no era necesario intervenir para corregir sus desequilibrios, soltó una frase que se hizo célebre: "A largo plazo -dijo- todos estaremos muertos”.
Esta anécdota permite explicar la actitud muy humana que consiste en pensar primero en lo inmediato. Puesto que no podemos predecir con seguridad lo que ocurrirá, puesto que no podemos descartar que finalmente ocurra lo peor, ¿no deberíamos concentrarnos en disfrutar el presente, en aprovechar lo que tenemos? ¿No es ésta la "metafísica popular” que emerge del estribillo "Ahora que tenemos, bien le cascaremos”, compuesto por Manuel Monroy?

En efecto, no parece muy sabio matarse ahorrando si no es posible llevarse el dinero a la tumba ni postergar las gratificaciones si "nadie sabe si estará vivo el día de mañana”. Focalizarse en el aquí y el ahora es la principal enseñanza (y también prácticamente la única) de esa floreciente actividad de rescate parcial de las filosofías orientales que clasificamos en los géneros mellizos New age y Autoayuda.

Trasladada al plano social, esta actitud constituye la marca de los "pueblos cigarras”, que el cliché idiosincrático quiere que seamos los del sur, o los católicos, aquellos que anteponen el gastar al acumular, el disfrutar al precaver, pues no se sienten atraídos por los resultados de las acciones segundas (acumular, precaver), ya que éstas sólo se rentabilizan en el largo plazo. Y "a largo plazo todos estaremos muertos”.

¿Hay un factor ambiental, la abundancia de sol o la humedad tropical, que fortalezca esta inclinación? Quizá, pero no hay pueblo que no la haya tenido en algún momento y que no la vaya a sentir de nuevo, según cómo sea su historia y cómo ande su caja.
Aun los austeros alemanes tuvieron sus días inmediatistas y, por supuesto, hoy viven de una forma que a los alemanes de la década de los años 50 les hubiera parecido superficial y disipada. Hoy nadie es tan tonto como para sacrificarse por entero por el bienestar de las próximas generaciones.

El éxito material de la sociedad moderna nos ha "inmediatizado” a todos. Éste es el problema de los luchadores ecologistas, que pretenden sofrenar el concreto y suculento disfrute actual con la exhibición de la imagen de un futuro catastrófico, que se verificará en el largo plazo, es decir, cuando todos estemos muertos.

La actitud opuesta también es muy humana (en realidad más humana aun, ya que, completamente desarrollada, sólo se encuentra en los seres humanos). La cigarra se dedica a cantar durante el verano porque no piensa que el invierno llegará, pero el invierno llega, desgraciadamente. O, más bien, "le llega”.
Hay un "mediano plazo” en el que aún no hemos muerto y debemos afrontar las consecuencias de lo que hicimos. Esto es lo que la experiencia le ha enseñado al ser humano: que debe prever.

En realidad, es su habilidad de prever y de adaptarse a las circunstancias por venir la que lo ha convertido en la especie dominante. Para decirlo en palabras de Ortega: somos seres "futurizos”, con un proyecto de lo que queremos ser y hacer "más adelante”. Y el proyecto más grave es el que comienza cuando tenemos hijos, cuando decidimos intervenir de una manera vicaria en ese "largo plazo” en el que no estaremos.
No podríamos criar niños si no fuéramos capaces de la anticipación, de tener una esperanza más o menos fundada en lo que vendrá, en que será diferente pero bueno, y si no fuéramos capaces, también, de sacrificar parte de nuestro placer personal, autocentrado e inmediato, en aras de ellos, de su bienestar, que en último término existe sólo como una proyección de nuestra mente, pero que aun así nos mueve "más que diez carretas”. No hay padre o madre que no sepa a lo que me refiero.

¿Qué es en el fondo el ser humano? ¿Cigarra u hormiga? Una mezcla de ambas y un campo de batalla en el que se enfrentan el Quijote, esforzándose y padeciendo en nombre de los seres fantásticos que habitan en su mente, y Sancho, asegurándose una comida caliente para esa noche.

Evo Morales, que acaba de duplicar los aguinaldos, pertenece por completo al partido de las cigarras. Quiere gastarse todo lo que tenemos, y no en una generación, sino en un periodo de gobierno.
"Ahora que tenemos, bien le cascaremos”: hagamos canchitas, carreteras, edificios; aumentemos el gasto público como si no hubiera un mañana; compremos plantas industriales de 800 a 5.000 millones; vivamos la vida loca.
Evo no es imaginativo: en su cabeza no entra la posibilidad (sin embargo cierta, a juzgar por la experiencia) de que a las siete vacas gordas de ahora sigan otras tantas flacas. Se conforma con lo que ve, siente y cuenta. Obtiene la ovación del hoy, sin que le importe el anatema del mañana.

Quien carece del temor de lo que sus acciones pueden traer ha alcanzado la inocencia perfecta. En el Paraíso, antes de la caída, tampoco había futuro. El mal aún no acechaba desde los años venideros. (Aquí se me ocurre hacer un juego de palabras con el nombre de nuestro Presidente, pero sería una salida muy fácil).
¿Y nosotros?, ¿cigarras u hormigas? El justo medio, como diría Aristóteles. Un animal mutante que cante mientras trabaja; que con un ojo seduzca y con el otro mire adelante.

Fernando Molina es periodista
y escritor.

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