La cura para la inflación
HENRY HAZLITT
[Este artículo es una selección de What You Should Know About Inflation, publicado por primera vez en 1960.]
La cura de la inflación, como la mayoría de las curas, consiste principalmente en la eliminación de la causa. La causa de la inflación es el aumento del dinero y el crédito. La cura es dejar de aumentar el dinero y el crédito. La cura para la inflación, en resumen, es dejar de inflar. Es tan simple como eso.
Aunque simple en principio, esta cura a menudo implica decisiones complejas y desagradables en cuanto a los detalles. Comencemos con el presupuesto federal. Es casi imposible evitar la inflación con un fuerte déficit continuo. Ese déficit es casi seguro que será financiado por medios inflacionarios, es decir, imprimiendo directa o indirectamente más dinero. Los enormes gastos del gobierno no son en sí mismos inflacionarios, siempre que se hagan con los ingresos de los impuestos, o con los préstamos pagados con los ahorros reales. Pero las dificultades en cualquiera de estos métodos de pago, una vez que los gastos han pasado un cierto punto, son tan grandes que casi inevitablemente se recurre a la imprenta.
Además, aunque los enormes gastos que se sufragan con enormes impuestos no son necesariamente inflacionarios, reducen e interrumpen inevitablemente la producción y socavan cualquier sistema de libre empresa. Por lo tanto, el remedio para los enormes gastos gubernamentales no son los impuestos igualmente enormes, sino el cese de los gastos imprudentes.
Aversión a la libertad
HANA FISCHER
La palabra “libertad” debe ser una de las más desvirtuadas. De la boca para afuera se la defiende, pero en los hechos se hace lo posible para extinguirla. En esta “confabulación” no hay grupos inocentes; abarca a profesionales de las más diversas áreas tanto del sector público como el privado. Se extiende sobre los miembros de disímiles ideologías, incluso entre muchos de los que son etiquetados como “liberales”.
La antipatía hacia la autonomía individual tiene dos fuentes: el miedo y el interés propio. Aunque esos dos factores pueden parecer contradictorios, no lo son. Ambos emanan del convencimiento de la propia incapacidad para ser exitoso. Es decir, ser independiente para llevar adelante el tipo de vida que uno desea y ser responsable —para bien y para mal— de las consecuencias que la decisión tomada acarree. Por tanto, exigen “muletas”, que en términos prosaicos significan la intervención estatal.
Estas “muletas” a su vez pueden ser usadas de dos maneras: para apoyarse en ellas o para utilizarlas como excusa para abusar de los demás.
Por qué «gravar a los ricos» no nos mejora
LUDWING VON MISES
La completa confiscación de toda la propiedad privada equivale a la introducción del socialismo. Por lo tanto, no tenemos que tratarla en un análisis de los problemas del intervencionismo. Aquí sólo se trata de la confiscación parcial de la propiedad. Esta confiscación se intenta hoy en día principalmente por medio de los impuestos.
Las motivaciones ideológicas de tal acción son inmateriales. La única cuestión de interés para nosotros es meramente: ¿Qué es lo que se busca con estas medidas y qué es lo que realmente se logra?
Consideremos primero los impuestos que afectan directa o indirectamente a los ingresos solamente. En todos los países existe hoy en día una tendencia a gravar los ingresos más grandes con tasas más altas que los ingresos más pequeños. En el caso de los ingresos que superan una cierta cantidad, la mayoría de los países gravan, incluso nominalmente, hasta el 90 por ciento. Los métodos prescritos por la ley para la determinación de la cuantía de los ingresos, y la interpretación de esas leyes por los organismos administradores, fijan unos ingresos considerablemente más altos que los que podrían establecerse sobre la base de unos principios de contabilidad sólidos. Si los contribuyentes no pudieran evitar algunos impuestos utilizando las lagunas de las leyes, sus impuestos reales no serían, por tanto, infrecuentemente superiores en gran medida a la cuantía de sus ingresos reales. Pero los legisladores tratan de colmar esas lagunas.
Una apostilla sobre la “batalla cultural”
RICARDO ROJAS
La expresión “batalla cultural” se ha vuelto particularmente vigente en los últimos tiempos, para representar una lucha en el campo de la filosofía social, la política y los valores. Se popularizó a partir del trabajo de Antonio Gramsci sobre la superestructura, que llevaba a la necesidad de alcanzar la hegemonía política a partir de una penetración cultural, que requería la lucha por reemplazar los paradigmas imperantes en todos los ámbitos en los que se desarrollan y discuten: incluyendo la educación, manifestaciones culturales diversas, periodismo, etcétera.
Pero la expresión “batalla cultural” supone, a mi juicio, la formulación de una contradicción en términos. La cultura es la síntesis de un intercambio evolutivo entre personas, que afirman ciertos valores y están dispuestas a modificar otros, a través de decisiones voluntarias por las cuáles procuran una mejor forma de convivencia que les permita alcanzar sus propias metas. Las culturas evolucionan y crecen cuando las personas sintetizan valores en formas novedosas, tras una discusión abierta y sin coacción.
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