¿Por qué seguimos hablando de “izquierda” y “derecha”?
EDITORIAL OEI
En la conversación política de nuestros días, es habitual que todo se reduzca a un enfrentamiento binario: “izquierda” contra “derecha”. Esta forma de catalogar ideas y partidos se ha convertido en un hábito tan arraigado que pocas veces nos preguntamos si todavía sirve para entender la realidad. Algunos sostienen que fue la izquierda quien popularizó la etiqueta “derecha” como un recurso polémico para identificar a sus adversarios con la defensa de privilegios, pero la verdad es más matizada.
La división nació hace más de dos siglos, en la Asamblea Nacional Constituyente de Francia de 1789. Allí, quienes se sentaban a la derecha del presidente apoyaban la monarquía y el orden tradicional; quienes se sentaban a la izquierda reclamaban cambios profundos. Con el tiempo, esta simple ubicación física derivó en un lenguaje que pretendía describir las posiciones políticas de manera rápida y clara.
Durante el siglo XIX y buena parte del XX, la distinción reflejaba el surgimiento de los movimientos obreros y socialistas de un lado, y de los conservadores y liberales clásicos del otro. Sin embargo, incluso entonces, muchos partidos no se reconocían a sí mismos con esa etiqueta. Los liberales preferían llamarse “progresistas” o “modernos”; los conservadores, “moderados” o “constitucionalistas”. La fórmula “izquierda-derecha” fue, en gran medida, una clasificación externa que la prensa, los activistas y la costumbre popular terminaron consolidando. Es decir, fue una clasificación externa que terminó normalizándose, no una autoidentificación voluntaria y unánime.
BOLIVIA NO PUEDE SER SOCIALISTA CON UN 80% DE INFORMALIDAD Y CUENTAPROPISMO
GONZALO VILLEGAS VACAFLOR
Bolivia no necesita una economía mixta. Necesita liberar la economía. El 80% de su población económicamente activa se encuentra en la informalidad o trabaja por cuenta propia. Este dato no es un problema del modelo liberal, sino el resultado de décadas de estatismo asfixiante, trabas burocráticas, persecución fiscal y una cultura de dependencia promovida por el populismo.
En lugar de insistir en modelos fracasados —como el socialismo o la llamada “economía social y comunitaria”—, Bolivia debe avanzar hacia un Estado mínimo: un Estado que se concentre en funciones esenciales como la defensa, la justicia, la seguridad interna descentralizada, la educación primaria, la moneda y las relaciones exteriores. Nada más. El resto debe ser competencia del individuo, del mercado, de la sociedad civil organizada sin coerción estatal.
Perro del hortelano
GONZALO VILLEGAS VACAFLOR
El gobierno de Arce ha admitido que no tiene dólares para seguir comprando gasolina y diésel, algo que ya sabíamos todos los bolivianos. Pero en lugar de facilitar las cosas para que el sector privado se encargue de buscar una solución, vuelve a ponerse en medio para obstaculizar una salida como lo vienen pidiendo diversos sectores que están urgidos por el combustible.
Si el gobierno quisiera resolver el grave problema, evitar un colapso económico, con hambruna incluída, decretaría hoy mismo la liberación total de la importación y comercio de combustibles, lo que implica suspender los aranceles, eliminar la burocracia y hacer una pausa impositiva de tal manera que el combustible pueda llegar al consumidor final a un precio razonable y evitar que la economía se paralice por completo.
Pero en lugar de eso, los avivados del régimen se ofrecen como intermediarios para seguir monopolizando la importación de carburantes y venderlos a los agropecuarios y mineros con sobreprecio. Por otro lado, no explica qué hará con el resto de los consumidores, es decir, los particulares y transportistas, pero lo más seguro es que tratarà de mantener el subsidio diferenciado, un esquema que se presta para el tráfico de influencias, la corrupción y el enriquecimiento de los operadores gubernamentales que están lucrando incluso en los momentos más críticos que vive el país.
US AID: el engaño de la ayuda humanitaria
RÓMULO LÓPEZ
William Easterly economista de la Universidad de Nueva York en los últimos 25 años ha dedicado su carrera a criticar la ayuda extranjera, de acuerdo con sus libros y sus estudios esta tiene poca o ninguna efectividad y los expertos malgastan constantemente el dinero que reciben e incluso terminan siendo fuente de financiamiento que perpetua a las más grandes tiranías que gobiernan los países subdesarrollados. Easterly publicó libros que se consideran críticas razonadas y devastadoras a la ayuda internacional como “En busca del crecimiento: Andanzas y tribulaciones de los economistas del desarrollo” donde basado en sus experiencias en el Banco Mundial nos revela como las iniciativas que buscaban erradicar la pobreza han simplemente fracasado en sus objetivos por no aplicar principios de economía adecuados. Otro de sus libros “La carga del hombre blanco: El fracaso de la ayuda al desarrollo” es una crítica feroz de los arrogantes esfuerzos y a las ineficaces políticas económicas de Occidente por mejorar el destino de los países en desarrollo.
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