
GABRIELA CALDERON
Entre las medidas anunciadas por el gobierno ecuatoriano, una amerita la calificación de histórica: la eliminación del subsidio a los combustibles. Esta política fracasada, regresiva e insostenible, data de 1974. Muchos observadores perciben esta medida como un 'paquetazo', como si la eliminación de un subsidio equivaliese a la creación de un nuevo impuesto. Sin embargo, ambas cosas no son lo mismo, mientras que la diferencia es importante.
Eliminar subsidios suprime distorsiones en la economía, haciendo que los individuos tomen decisiones más racionales –ya no serán tan ubicuas los F150 ni los autos a diésel–. Adicionalmente, la medida implica una reducción instantánea y a largo plazo del gasto público, evitando que el Estado continúe garantizando, artificialmente, un precio bajo que principalmente beneficiaba a los quintiles de ingresos más altos.
GUILLERMO RODRIGUEZ
Hoy nuevas de tecnologías de información, comunicaciones, robótica y biotecnología crean un nuevo mundo, pero la novedad es tecnológica. El mismo proceso económico ya lo vimos en pasados cambios tecnológicos y económicos de equivalente amplitud, profundidad y rapidez. Esto lo explican menos los libros famosos que trataron del impacto de cambios tecnológicos del pasado reciente –de Marshall Macluhan con La aldea global en 1962, a Alvin Toffler con El Shock del Futuro de 1970 y La Tercera Ola de 1980– que la teoría económica que estudió mucho antes los cambios en la estructura del capital que permiten las nuevas tecnologías productivas.
Curiosamente, esto sirve de excusa para repetir como supuesta novedad de fracasos de predicción del Club de Roma a falaces teorías y fallidas profecías de Paul Ehrlich. Manipulando la angustia de tiempos de cambios, el totalitarismo se disfraza de ecologismo anunciando el apocalipsis a menos que adoptemos de inmediato la economía socialista que únicamente logrará pobreza, muerte y mayor contaminación, como ocurrió donde quiera que se aplicó (y como sigue ocurriendo allí donde se aplica hoy).
JAVIER PAZ GARCÍA
Podría parecer que defender el libre mercado laboral va en contra de los asalariados. Por ejemplo, ¿cómo puede ser que permitirle a un empleador despedir libremente a sus empleados pueda ser beneficioso para los empleados? La razón radica en que el libre mercado dinamiza la economía, obliga a las empresas a ser eficientes y de esa manera incrementa las tasas de crecimiento de un país. Sólo en la medida en que una empresa se vuelve más eficiente y genera mayores ingresos, es que puede pagar mayores salarios.
DIEGO SÁNCHEZ DE LA CRUZ
La economía de mercado no tiene buena prensa en España. Así lo pone de manifiesto la última edición de la Encuesta de Valores de la Fundación BBVA, que sitúa a los ciudadanos de nuestro país como los más intervencionistas del Viejo Continente. Sin embargo, la evidencia disponible sugiere que esta postura es contraproducente, puesto que son precisamente las economías más abiertas las que consiguen mejores resultados en términos de desarrollo y prosperidad.
Esa relación entre capitalismo y progreso volvió a quedar demostrada esta semana con la publicación del Índice de Libertad Económica del Instituto Fraser, una entidad canadiense que elabora dicha publicación con una amplia base de datos que cubre desde los años 70 hasta nuestros días. Según este ranking, España figura entre las cuarenta economías más liberales del mundo, pero lejos de los puestos de cabeza, que vienen ocupados por Hong Kong, Singapur, Nueva Zelanda, Suiza, Estados Unidos, Irlanda, Reino Unido, Canadá o Australia.
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