MANUEL LLAMAS
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha anunciado la mayor rebaja de impuestos en 30 años, dando así cumplimiento a una de sus principales promesas de campaña, aunque todavía es muy pronto para dilucidar su verdadero contenido y dimensión, ya que, hasta el momento, tan solo se conocen las líneas generales de la reforma y su aprobación dependerá, en última instancia, del visto bueno del Partido Republicano, donde existen ciertas reticencias, y del equilibrio de fuerzas que se produzca en el Congreso y el Senado.
No en vano, no sería la primera vez que Trump encalla en sus objetivos, tras el primer intento fallido para tumbar el Obamacare y las claras limitaciones que ha impuesto la Justicia estadounidense a sus decretos migratorios.
Pese a todo, sea cual sea el resultado final de la citada reforma, no hay duda de que la intención de la Administración Trump consiste en reducir de forma muy sustancial la carga tributaria que soportan familias y empresas, al tiempo que mantiene más o menos intacto el actual nivel de gasto público. ¿Cuáles serían, por tanto, las consecuencias económicas y presupuestarias de dicha estrategia? En primer lugar, cabe recordar que no se trata de una rebaja al uso, sino de un radical cambio de rumbo del sistema tributario estadounidense. Entre otras medidas, destacan las siguientes:
Bajar el Impuesto de Sociedades del 35% al 15%.
Facilitar la repatriación de los beneficios que obtienen las empresas norteamericanas en el extranjero mediante la aplicación de un único gravamen próximo al 10%.
Simplificar y reducir de 7 a 3 los tramos del Impuesto sobre la Renta, aplicando tipos del 35%, 25% y 10%, respectivamente, según el nivel de ingresos.
Ampliar las desgravaciones fiscales para las familias, elevando el mínimo exento desde los 12.600 dólares actuales hasta los 25.000 dólares al año.
Reducir la fiscalidad sobre el ahorro del 23,8% al 20%.
Eliminar por completo el Impuesto de Sucesiones.
La primera gran ventaja de dicha reforma es que las familias estadounidenses pagarán una menor factura fiscal, de modo que dispondrán de más dinero en sus bolsillos para elevar su consumo, ahorro e inversión, estimulando con ello la actividad económica. Hoy por hoy, el estadounidense medio trabaja casi cuatro meses al año para cumplir con el Fisco. En concreto, tendría que destinar al Estado el equivalente a todos los ingresos generados entre el 1 de enero y el 23 de abril para cubrir el cómputo total de impuestos directos e indirectos, es decir, cerca del 30% de su renta total, según un estudio de la Tax Foundation.
La reducción de tramos y tipos marginales que plantea Trump rebajará esta factura para todos los niveles de renta, eximiendo de IRPF a quienes ganen menos de 25.000 dólares al año y aplicando un tipo de entre el 10% y el 20% a los que ingresen menos de 225.000 dólares al año. Esta situación contrasta con la pesada carga que soportan los contribuyentes españoles, puesto que trabajan del 1 de enero al 25 de junio tan solo para pagar impuestos, lo que equivale al 48% de su renta anual (unos 14.000 euros sobre un coste laboral total de 29.000 al año).
La segunda ventaja radica en la fuerte repatriación de capitales que experimentará EE.UU. en caso de que, finalmente, se rebaje el Impuesto de Sociedades al 15% y se minimice la tributación sobre las ganancias que generan las empresas norteamericanas en el extranjero. La primera potencia mundial aplica, a día de hoy, uno de los tipos más altos de la OCDE sobre los beneficios empresariales, mientras que sus multinacionales acumulan cerca de 2,6 billones de dólares en el extranjero para evitar esa elevada tributación -EE.UU. aplica Sociedades a todas las ganancias que obtienen sus empresas a nivel global, aunque pueden diferir el pago hasta su repatriación-. Así pues, la rebaja fiscal de Trump incentivará la actividad empresarial y, sobre todo, fomentará la inversión, atrayendo de paso nuevos capitales procedentes del exterior.
La pelota de los impuestos en el tejado europeo
Washington confía en que el incremento del consumo y la inversión por parte de familias y empresas se traduzca en un ritmo de crecimiento próximo e incluso superior al 3% anual -el doble que en 2016-, aunque, dado que todavía se desconoce la letra pequeña del plan, es imposible aventurar tales pronósticos. Sin embargo, sea como fuere, y dando por hecho que el Impuesto de Sociedades bajará del 35% al 15%, uno de los efectos más importantes y significativos que podría derivarse de esta medida es el comienzo de una sana y positiva competencia entre grandes estados por reducir su carga tributaria, con especial atención a lo que pueda pasar en Europa.
Puesto que uno de los objetivos de Trump es atraer capital foráneo, la UE sería una de las zonas más perjudicadas, debido a la alta y compleja tributación que mantiene en Sociedades y a las numerosas trabas regulatorias que dificultan la actividad empresarial. Y más aún si se tiene en cuenta que la probable victoria de Theresa May en las elecciones anticipadas que celebrará Reino Unido el próximo 8 de junio reforzará su posición para reducir también dicho impuesto a un nivel próximo al 15%, acrecentando así la presión sobre la Unión Europea, donde muchos países aplican tipos superiores al 25%, e incluso al 30%, mientras que el tipo medio de la OCDE ronda hoy el 24%.
Bruselas es perfectamente consciente de que las empresas europeas no podrán competir en el mercado global en igualdad de condiciones con las estadounidenses y británicas si los estados miembros no acometen rebajas de similar naturaleza, de modo que Trump, curiosamente, bien podría acabar obligando a la Unión Europea a bajar impuestos, lo cual sería muy positivo.
Los inconvenientes de la rebaja que plantea EE.UU., sin embargo, son que se traducirá en un descenso de la recaudación de entre 3 y 7 billones de dólares durante la próxima década, según las últimas estimaciones presupuestarias. Que descienda la recaudación es positivo, siempre y cuando también baje el gasto público, cosa que, por el momento, descarta Trump, lo cual significa que aumentarán el déficit público y la deuda. En concreto, la deuda de EE.UU., próxima hoy al 77% del PIB, pasará del 89% previsto para 2027 al 111%, tras sumar unos 5,5 billones extra… Un nivel preocupante y, sin duda, lesivo para la economía norteamericana. Si Trump no recorta el gasto de forma sustancial, su histórica reforma reducirá los impuestos a los padres para subírselos, en última instancia, a los hijos.
Tomado de eldebatedehoy.es