GONZALO CHÁVEZ

El deterioro del sector externo boliviano parece no tener fin. Los precios del petróleo han bajado a 26 dólares el barril y el valor de los minerales está como dice el tango, "cuesta abajo en la rodada”. Cabe recordar que en 2015 dejamos de exportar la friolera de 4.176 millones de verdes, es decir, menos 32%. La inversión extranjera directa también se contrajo en 774 millones de dólares. Este año, que recién abre sus alas, no ofrece un horizonte muy esperanzador, el choque de negativo de ingresos, por la caída de los precios internacionales, continuará.

Pero frente este claro deterioro externo, el Gobierno ha abrazado con más frenesí que inteligencia una especie de keynesianismo de guitarreada. Éste cree ciegamente que la inversión pública abultada y el gasto estatal ampuloso son suficientes para compensar la caída de ingresos externos y sostener la demanda agregada interna, y así garantizar un crecimiento económico cercano al 5% al año. Bueno, hasta ahora les ha funcionado, ave de mal agüero, ¿por qué preocuparse entonces?

Pero no tan rápido, cara pálida conocida, podemos estar frente a un espejismo muy típico de los modelos nacional consumistas, que confunde gordura de riqueza con músculo productivo. Veamos el ejemplo de Brasil, que hasta dos años se vanagloriaba de estar dando el espectáculo del crecimieno basado en un keynesianismo vulgar que sólo apostaba a la magia de la inversión pública.

Para el keynesianismo guitarreada, la política fiscal anticíclica debe concentrarse en impulsar el multiplicador del gasto público, que en el caso de Bolivia funcionaría de la siguiente manera: por cada boliviano que el Gobierno introduce a la economía -circulando en la espiral del consumo-, se terminará generando 30 centavos adicionales. Al final del día, la inyección de un morlaco provocará un impulso al consumo y, por lo tanto, hará crecer el producto en 1,3 bolivianos. Entonces, la consigna es: ¡preparen los helicópteros, vamos a repartir plata!

En esta lógica poco importa cómo se financia el gasto o la inversión pública. Inclusive, al embalo de los vinos y del "luche, luche y no deje de luchar por un gobierno obrero y popular” del gran Horacio Guarany, el keynesianismo de guitarreada no se preocupa si el uso exagerado de la billetera pública genera déficit (cuando los gastos son mayores que los ingresos). Supone que, aceitando el circuito del consumo con marmaja fresca, también se recaudarán más impuestos. Claro que esto es un buen chiste en un país donde la informalidad, que no paga impuestos, es la fase superior del capitalismo.

Además, el entusiasmo de la política fiscal tropieza si, por ejemplo, prevalece un populismo cambiario como en Bolivia. Es decir, si el Gobierno mantiene un tipo de cambio real apreciado en 40% -en una economía tremendamente abierta como la nuestra- se castiga las exportaciones, se las hace menos competitivas y se fomenta una fiesta para las importaciones, que se abaratan para los nacionales.

La política fiscal expansiva con tipo de cambio real apreciado genera una enorme renta (14 mil millones de dólares el año pasado) para las personas que viven del comercio legal e ilegal. Es el presterío del consumo, buena parte del boliviano gastado por el Estado se va a comprar bienes de los vecinos.

El keynesianismo de guitarreada le mete nomás al gasto y para apurar la inversión suspende las licitaciones públicas y opta por la invitación directa. Y es aquí donde habita la otra fuente de rentas para los compañeros que se hacen vencer por la corrupción. Y los guagüitas de pecho del régimen. ¡Uy, pero cómo no nos dimos cuenta! ¡Es una conspiración del imperio!

El pensamiento keynesiano serio, al cual me adscribo, primero, no recomienda el uso indiscriminado de déficits públicos y no justifica el fin de la inversión a cualquier costa, primero porque distingue entre el presupuesto corriente (gastos e ingresos para el funcionamiento del Estado), que siempre debe estar en equilibrio, y el presupuesto de capital (que muestra las inversiones y su financiamiento), debe apostar a las obras de calidad y de retorno seguro para la economía.

Y segundo, sugiere, que las fuentes del gasto o la inversión tienen que provenir de recursos genuinos y no basarse en deudas alocadas, menos aún en emisión inorgánica de dinero.
El keynesianismo vulgar en vigencia en el país ya muestra resultados preocupantes. En el 2014, el déficit público global fue de 3,4% del PIB, el desajuste sin los ingresos de hidrocarburos fue de 12,5% del producto. El año pasado las cosas se complicaron, el déficit público total llegó a 6,6% y el sin hidrocarburos fue de 10,1%. Alguien podría decir que no hay por qué preocuparse, porque el déficit se financió con la perdida de cerca de 2.000 millones de dólares de las reservas internacionales, pero estas alcanzarán, en el mejor de los casos, para un año más.

Y si seguimos con la guitarra al hombro, gastando e invirtiendo bajo el impulso de mantenerse en el poder a toda costa, se requerirá un mayor aumento de la deuda pública o de un incremento significativo de los impuestos, que no provengan de los hidrocarburos, lo cual parece poco probable, en el medio del Woodstock del consumo que nos encontramos. Asimismo, apostar al incremento de la deuda externa para financiar el déficit es tornarse rehén del sistema financiero. Finalmente, supongo que nadie en sano juicio y con los antecedentes de la hiperinflación boliviana se animaría a financiar los déficits con emisión monetaria.

Por lo tanto, aún estamos a tiempo de abandonar el keynesianismo de guitarreada. En una semana pasará el furor electoral y debería volverse a cierta prudencia fiscal, a calibrar la inversión pública, a pensar en un presupuesto plurianual, a disciplinar a ciertas empresas públicas, sin que esto signifique rendirse frente a los altares del neoliberalismo.

Gonzalo Chávez A. es economista.

Tomado de  paginasiete.bo

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