pobreza boliviaVICTOR PAVON

La propuesta más escuchada en los últimos años se refiere a aquella de ayudar a los pobres. Son demasiadas las formas que los candidatos presidenciales han prometido al electorado tan ambiciosa intención. Pese a ser muchas estas propuestas, sin embargo, las mismas parten de supuestos que finalmente no permiten lograr aquel cometido tan deseado.

Una de las más extendidas ideas considera que a los pobres se les debe asignar una suma de dinero y repartirles algunos víveres. El objetivo, dicen, consiste en integrarlos a la sociedad con algunos medios de subsistencia. La realidad, sin embargo, resulta muy diferente. Nadie se integra a la sociedad por el mero hecho de tener pan para hoy y seguir mañana exactamente en lo mismo.
Una genuina integración social requiere de personas que tengan la capacidad de apreciar sus propios futuros en el mediano y largo plazo. Los pobres que reciben las ayudas como las mencionadas apenas modifican sus conductas en horas y días, lo que provoca insuficientes incentivos para que cambien sus hábitos.

Todas las buenas intenciones al respecto no han hecho más que perpetuar en la indigencia a las familias de escasos recursos con un agravante que no se debería dejar de lado. Este agravante se refiere a que los hijos de estas familias observan que el mejor modo de tener un poco de dinero o algún comestible para apenas algunos días consiste en esperar que alguien, como los gobiernos y los políticos, sean los que siempre les provean para sus necesidades.

Esta forma de subsistencia es la que permite posteriormente encerrar a los pobres en un círculo vicioso donde la dependencia tiene dos altos costos. El primer costo guarda relación a la cuestión ética por cuanto que las familias creen que recibir no necesita de ninguna contraprestación en trabajo, talento o cooperación con otras personas.
El segundo costo consiste en la dependencia política que van tejiendo las “colaboraciones” recibidas. Los pobres pronto se percatan que sus votos son necesarios para aquellos que les aportan para su subsistencia, y de esta manera, se originan las clientelas políticas que engrosan las listas del llamado “voto duro” en cuanta elección exista.

La ayuda a los pobres de este modo se ha convertido en una forma de hacer política que termina por únicamente favorecer a los que reparten dinero y alimentos. La promesa de supuestamente beneficiar a los más necesitados se hace siendo caritativos con el dinero de los demás. De ahí que resulta necesario terminar con la farsa de la ayuda a los pobres mediante la mano larga de los políticos y burócratas.

Para beneficiar con mejores oportunidades a los pobres hay que empezar por una cuestión bastante sencilla, aunque no fácilmente comprensible y hasta practicable para algunos. Se trata de entender que el mejor modo de procurar que los pobres salgan de su situación de extrema vulnerabilidad consiste en dar buenos ejemplos para que aquellos más necesitados se sientan deseosos de hacer lo que el éxito consigue.
No robar, no tomar el dinero de la gente, no esperar que lo haga todo el gobierno a favor de uno, no enriquecerse con el dinero del gobierno o lo que es lo mismo de los demás contribuyentes y no crear privilegios para nadie es un buen inicio, eficiente y creíble para poner en marcha la tarea de tender la mano hacia los más pobres y necesitados. Producir riqueza, material o intelectual, es una forma extraordinaria de hacer el bien. Hoy se sabe con certeza absoluta que lo contrario de la pobreza es crear puestos de trabajo, siendo la condición inexcusable la promoción del ahorro y la radicación de inversiones.

El adagio de enseñar a pescar en lugar de dar el pescado no es una exclamación romántica. Es la mejor herencia de fortuna que podamos dejar a nuestras familias y a los pobres, siendo estos últimos los más engañados por políticos que se benefician a sí mismos haciendo caridad con el dinero ajeno.

Tomado de libertario.com

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