EMILIO J. CÁRDENAS
Una sociedad como la brasileña, normalmente alegre y muy optimista, parece pasar ahora por un momento de preocupaciones insatisfechas e incertidumbres abiertas. Muy particularmente, su clase media. Brasil va camino a estar -por un rato, al menos- clavada en los televisores del mundo entero. Porque pronto, el 12 de junio próximo, comenzará a jugarse el torneo mundial de fútbol. Brasil lo ha ganado cinco veces, más que ningún otro país del mundo. Pero lo cierto es que una sociedad como la brasileña, normalmente alegre y muy optimista, parece pasar ahora por un momento de preocupaciones insatisfechas e incertidumbres abiertas. Muy particularmente, su clase media.
Ocurre que, todo a lo largo de la década pasada, Brasil ha sacado de la pobreza a unos 35 millones de personas que hoy pertenecen ya a la clase media. Ellas se han incorporado a la categoría de consumidores. Con todo lo que eso significa. Particularmente en materia de atención de las expectativas crecientes. Ahora pagan impuestos y exigen una contrapartida: calidad en los servicios públicos. Y con alguna frecuencia no la encuentran. Además, exigen terminar ya con la corrupción, concentrada en el sector público y ciertamente enquistada en el patológico mundo de la política brasileña.
Lo que origina un estado social de clara disconformidad, expresado en las protestas multitudinarias que el año pasado sacaron a un millón de personas a protestar en las calles de las principales ciudades del país. Como ciertamente hoy ocurre también en Chile y Colombia, otros dos países exitosos de la región.
Empujado por el cambio positivo en los términos de intercambio, Brasil logró -gracias a los altos precios de los productos que exporta- estabilidad macroeconómica, bajo desempleo, y un aumento del poder adquisitivo de sus salarios. De allí el pronunciado aumento del nivel de vida, expresado en mayor consumo de la década pasada. Y en una expansión fuerte del crédito, que está en el orden del 56% del PBI. No es poco.
Por eso, al enfriarse en el 2011 la demanda de las materias primas que Brasil exporta, las cosas han cambiado. Las familias hoy dedican el 23 % de sus ingresos a pagar la deuda por ellas acumulada. Situación muy parecida a la de los norteamericanos, justo antes de la crisis del 2008.
Este año la ansiedad se canalizó en los llamados rolezinhos, que son protestas instantáneas de algunos miles de personas -organizadas por vía electrónica- que tienen a los shopping centers como escenario. A veces, con saqueos. Otras no. Quizás esto ocurre porque hay aire de fragilidad por un creciente temor a una marcha atrás económica que, de pronto, vuelva a sumergir en la marginalidad a algunos de los que felizmente escaparon de ella.
El problema a resolver por delante pasa por un necesario aumento de la productividad del trabajo, hoy estancada. Lo que ha hecho perder competitividad a la economía toda del Brasil. Por esto la economía del país ya no crece al ritmo del 4% anual del PBI y parece, en cambio, moverse en cámara lenta. Con una inflación del 6,3% anual y bajo crecimiento, el descontento de la clase media está en el aire. Se percibe.
En esta situación, la baja desocupación brasileña ayuda. Brasil, es cierto, ha creado 20 millones de puestos de trabajo en la última década. Pero la máquina de crecer parece haber perdido velocidad. Pese a que hay algunas buenas noticias: como la estabilización del valor del real y que, desde marzo pasado, las acciones brasileñas hayan estado subiendo de precio, revirtiendo un tanto una larga ola de manifiesto pesimismo prevaleciente en los mercados respecto de las acciones y títulos brasileños.
Petrobrás, la envidiada empresa de bandera en el sector de los hidrocarburos, la poderosa empresa petrolera en la que el estado aún mantiene una participación del 60,5%, pionera en exploración y explotación de hidrocarburos en aguas profundas, ha sido obligada (por razones políticas) a tener que vender a pérdida. Y está plagada de sospechas de altísima corrupción, particularmente en la adquisición y construcción de refinerías. En Houston y en el propio Brasil. Así como en la compra de plataformas para trabajar en los yacimientos de alta mar.
A lo que cabe sumar un nivel de endeudamiento que comienza a preocupar en los mercados de capital del mundo. A lo que se agrega una caída de la producción de Petrobrás del 2,2%, a lo largo del año pasado, que parecería, sin embargo, haber empezado a revertirse.
Por la baja del precio de los hidrocarburos, los proveedores de etanol están sufriendo, como pocos anticiparon. Y Brasil ha echado mano a sus ahorros depositados en el Fondo Soberano. Aquellos que, se suponía, estaban destinados a prever el futuro y no a obrar de salvavidas para atender las urgencias de las crisis del presente. Pero la necesidad tiene cara de hereje, también en portugués.
Con elecciones presidenciales previstas para el mes de octubre, nada presagia la caída del dominio del escenario político del Partido del Trabajo. Pero, en un clima de incertidumbre, lo cierto es que nada está demasiado asegurado.
Emilio J. Cárdenas
Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas
Tomado de eldiarioexterior.com