OSCAR ORTIZ
El populismo se ha convertido en el gran obstáculo para alcanzar el desarrollo y consolidar la democracia. No tiene ideologías, solo persigue el poder. No se preocupa por el progreso ni por el futuro, tan solo por que quienes gobiernan sigan gobernando y disfrutando de la discrecionalidad que les da la eliminación de los equilibrios y de los límites que una verdadera democracia impone al ejercicio del poder.
En su versión moderna, el populismo utiliza la democracia para llegar al poder con la legalidad y la legitimidad que le da el voto popular. Una vez en el poder, la destruye desde dentro, cambia las constituciones y las leyes para asegurar el control, por parte del partido oficialista y de su caudillo, de todos los órganos del Estado, de tal forma que en los hechos no hay división de poderes. El Poder Ejecutivo controla al Poder Legislativo, la justicia y el sistema electoral. De esta forma, la alternancia se vuelve casi imposible y la disidencia es perseguida legalmente mediante la judicialización de la política.
No genera bienestar. Manipula las necesidades y la pobreza de los sectores mayoritarios de la población para venderles ilusiones y alivios temporales. No busca movilidad social sino dependencia política, por lo que distribuye poco para ganar apoyos electorales. No le interesa generar bienestar porque necesita que la pobreza sea mayoritaria para poder manipularla.
No genera desarrollo porque no le sirve el largo plazo. Todo tiene que tener impacto inmediato y rédito electoral. Mejorar la educación, la salud, la seguridad ciudadana, construir institucionalidad, atraer inversiones, desarrollar la productividad y la competitividad, abrir mercados internacionales, generar empleos formales, entre otras características de las sociedades desarrolladas, requieren por lo menos una generación de continuidad, sostenibilidad y seriedad en las políticas públicas, por lo que nunca serán prioridad para los populistas.
Es lo que han hecho las naciones que están creciendo en América Latina. Brasil, Colombia, Chile, Perú y Uruguay son algunos de los ejemplos de naciones que llevan más de 20 años de democracia pluralista y de continuidad de políticas económicas, combinando democracia y economía de mercado con políticas sociales de lucha contra la pobreza, que han mejorado sustancialmente las condiciones de vida de sus ciudadanos, en un círculo virtuoso de crecimiento económico, inclusión y cohesión social.
Por el contrario, Argentina, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela son tristes ejemplos de oportunidades perdidas, de gobiernos que combinan populismo con autoritarismo, malgastando los recursos extraordinarios de la coyuntura internacional. No porque los bonos u otras transferencias de rentas sean malos en sí mismos, sino porque los politizan para generar dependencia. No los conciben para promover igualdad de oportunidades e impulsar movilidad social, sino para ganar la próxima elección.
¿Cómo evitarlo y superarlo? Construyendo sociedades prósperas donde la clase media sea mayoritaria para asegurar un crecimiento sostenido y romper el ciclo vicioso de populismo, crisis, ajuste, austeridad y nuevamente populismo.
* Expresidente del Senado, Twitter: @OscarOrtizA
Tomado de eldeber.com.bo