Agustín Saavedra

El objetivo básico de toda sociedad civilizada que se precie de ser justa y democrática debe ser el generar igualdad de oportunidades para todos. No es fácil, pero hay que intentarlo siempre. Al mismo tiempo, es importante la igualdad ante la ley. No en vano el Libertador Bolívar decía que “la igualdad jurídica es imprescindible, ya que la desigualdad física es inevitable”.

Lo importante es que la clase gobernante se esmere para que el pueblo tenga igualdad de oportunidades. Eso es difícil, pero es posible por lo menos lograr una aproximación. Y dicha aproximación se produce mediante mecanismos adecuados de salud, nutrición infantil, educación y posibilidades de estímulo comunes a todos y no para unos pocos. No es fácil -repito una vez más y pocas veces se obtiene- pero ya el aproximarse a una auténtica igualdad de oportunidades es muy positivo para una comunidad organizada que cuente con líderes aptos para la consecución de tan sano propósito.

Lo ideal -el ejemplo típico- es imaginar una carrera de caballos donde los corceles larguen al mismo tiempo desde una misma línea. Parten juntos, todos tuvieron igualdad de oportunidades pero, claro, alguien llegará primero a la meta, otro segundo y habrá siempre un último. Lo importante es que no hubo ventajas para nadie.

Si asimilamos el modelo hípico al funcionamiento ideal de una sociedad con igualdad de oportunidades, veremos que esa misma igualdad genera desigualdades ¿Cómo y por qué? Por la sencilla razón de que aunque haya igualdad de oportunidades no todos somos idénticos física ni mentalmente. Como sucede con los caballos, algunos llegarán antes a la meta mientras otros quedarán inevitablemente rezagados.

Nos encontramos así frente a una singular paradoja. A la par que se han creado las condiciones -algo de suyo nada sencillo de hacer- para que todos o por lo menos la inmensa mayoría disponga de igualdad de oportunidades, esa misma igualdad de oportunidades va generando desigualdades. En forma similar a la figura de un hipódromo con equinos que arrancaron juntos y llegaron en distintas posiciones al punto final, habrán siempre segundos, terceros y últimos. En las próximas carreras el orden puede alterarse entre los del primer pelotón, pero los coleros al final quedan siempre de coleros: la igualdad de oportunidades desnudó las desigualdades estructurales. Y aquí es donde tiene que intervenir sabiamente el Estado para atemperar esas inevitables desigualdades, al mismo tiempo que sigue estimulando la igualdad de oportunidades. El tema es prístinamente claro: la igualdad de oportunidades nos hace ver la desigualdad y en algunos casos hasta la genera. El desafío de un Estado inteligente será mitigar esas condiciones para que la vida sea llevadera para todos, al mismo tiempo que se tendrá que vivir con las inevitables desigualdades. Resalta aquí una vez más la visión bolivariana de igualdad absoluta ante la ley frente a la natural desigualdad existente. Resalta también el perpetuo desafío por aminorar esas desigualdades de estructura, hacerlas cada vez menos notorias para alcanzar un mejor nivel de vida entre los desfavorecidos manteniendo simultáneamente adecuados incentivos para superarse. Tarea difícil, en algunos casos casi imposible, pero un Estado con visión clara debe llevarla a cabo firmemente, con tesón e idoneidad, siempre en función del bien común de su pueblo y procurando el cambio cualitativo que lo haga mejor.

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Agustín Saavedra Weise, Excanciller, economista y politólogo

Tomado de eldeber.com.bo

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