KAREN LONGARIC

Evo Morales obtuvo una victoria contundente en las elecciones generales de 2005 y como primer presidente indígena de América conmovió al mundo durante la gira internacional que realizó antes de asumir el mando, vistiendo una sencilla chompa a rayas. Personalidades y líderes extranjeros le expresaron simpatía y apoyo y su liderazgo fue en ascenso.

A pesar de ese amplio respaldo internacional, Evo Morales se adhirió al denominado socialismo del siglo XXI que lideraba Chávez, adoptando sus directrices. Sin embargo, su geopolítica de confrontación siempre fue improvisada. A la hora de las decisiones, la consigna política se impuso sobre la interpretación y el obligado análisis de la coyuntura externa, inviabilizando los propósitos centrales que proclamó como objetivos de su política exterior: salida soberana al océano Pacífico, materialización del corredor bioceánico y liderazgo en los procesos de integración, entre otros.

La improvisación primó en la Cancillería boliviana. No se logró estructurar la política exterior y menos instrumentar una diplomacia profesional y eficiente. La relación con nuestros vecinos estuvo gobernada por el discurso del ALBA y marcada por una abierta confrontación. Se reseñan algunos hechos.

Con Brasil: la militarización de las oficinas de Petrobras y del campo San Alberto, en ocasión de la presunta nacionalización de los hidrocarburos, el año 2006. La impolítica revisión del avión del Ministro de Defensa de Brasil en circunstancias de su visita a Bolivia. La obstinada negativa a otorgar salvoconducto al asilado diplomático Roger Pinto, sin medir proporciones entre lo que se negaba y lo que se arriesgaba con tal actitud. El incremento del narcotráfico por la extensa frontera con Brasil, cuyo control no asumió Bolivia a cabalidad.

Estos y otros sucesos deterioraron las relaciones y perdimos la oportunidad de proyectarnos hacia el Brasil, aprovechando la estrecha relación de Morales con Lula Da Silva y con el Partido de los Trabajadores. Es posible que estos sucesos determinaron nuestra exclusión del proyecto ferroviario bioceánico.

La relación con Perú fue tensa. La crítica a su política exterior e interna fue severa desde un principio. No prosperó la intención boliviana de crear un anexo de su Escuela Naval en la región de Ilo y se postergó indefinidamente la aprobación del protocolo complementario al Convenio de Ilo de 1992, por parte del Congreso peruano.

En diferente contexto, los criterios ideológicos inviabilizaron la cooperación judicial entre ambos países. Primero, Bolivia se negó a extraditar al ciudadano peruano Wálter Chávez, acusado de actos terroristas en el Perú. Posteriormente, objetó la decisión de Perú de dar refugio y asilo a políticos bolivianos de la oposición. Otro hecho que generó incomodidad a las autoridades peruanas fue la afanada detención y entrega de Martín Belaunde, exasesor del presidente Humala. Es probable que estos incidentes influyeran también en la decisión de apartarnos del proyecto bioceánico, del cual Perú y Brasil son impulsores.

La relación con Paraguay no fue diferente. Bolivia no atendió oportunamente la solicitud de detención y posterior extradición de los prófugos paraguayos acusados de asesinar a la hija de un expresidente de ese país. Es más, se les otorgó refugio en Bolivia, lo que facilitó su fuga. Más adelante, el Gobierno boliviano hizo duras críticas al Congreso paraguayo por la destitución constitucional del expresidente Lugo. El asilo facilitado a Mario Cosío evidencia el deterioro de las relaciones bilaterales.

Con Colombia también hubo impasses. Se fustigó duramente la relación de ese país con Estados Unidos, las bases militares norteamericanas asentadas en territorio colombiano y la política económica y comercial colombiana, tachándola de neoliberal. Es probable que esto influyera para que en las últimas asambleas de la OEA Colombia respaldara decisivamente la tesis chilena en el conflicto marítimo.

Aunque inicialmente la política exterior orientada a Chile fue cándida y cordial, Chile no cambió su posición con Bolivia. El presidente Morales, molesto ante la indolencia de Chile, optó por judicializar la relación con La Moneda.

Habría sido óptimo si Bolivia hubiese canalizado el apoyo internacional -afincado en la figura del presidente Morales- en la solución del problema marítimo, bien sea por la vía de la mediación o la conciliación. Siguiendo esa línea, ¿no habría sido más acertado buscar desde un principio la discreta mediación de personalidades, de jefes de Estado o de organismos internacionales para propiciar una negociación juiciosa, inteligente y serena, a la que seguramente se hubiese sumado el papa Francisco?

Quizás La Haya no ha sido el mejor camino; sin embargo, a estas alturas ya no hay vuelta que dar. Hoy, la única negociación que podemos esperar es la que podría disponer o sugerir la Corte de Justicia, mandato que seguramente no estimulará buenos ánimos en Chile para negociar con Bolivia.

Karen Longaric R. es profesora de Derecho Internacional en la Universidad Mayor de San Andrés

Tomado de paginasiete.bo 

Pin It