ALFREDO BULLARD
El agua es como cualquier otro bien. Su escasez o abundancia depende de cuanto la necesitamos en relación a cuanto produzcamos.
Se dice que el agua es escasa. Curioso decirlo de una de las sustancias más abundantes en nuestro planeta. Y es que en realidad no es escasa. Lo que es escaso es el agua disponible para uso humano (consumo, agricultura, industrias, minería, etc.).
¿Por qué entonces algo tan abundante es tan escaso? La respuesta está en que no tiene precio, es decir su escasez relativa no puede mandar señales adecuadas.El agua está entre esos bienes curiosos que, por distintas razones, nos negamos a considerar un bien. Diría que es víctima de un proceso que convierte los bienes económicos en “bienes políticos”, es decir bienes que consideramos no deben asignarse por decisiones económicas en un mercado, sino por decisiones políticas.
Y como no es un bien económico, sino un bien político, negamos que pueda existir un mercado de agua, lo que en el fondo es negar que pueda haber propiedad privada sobre ella. Al hacerlo condenamos al estancamiento a la oferta de agua. Y no hay agua más cara que la que no se tiene.
La explicación al problema es sencilla. Para convertir el agua existente en agua disponible para usos relevantes, hay que invertir. Por ejemplo el agua debe potabilizarse (desalinizar agua del mar o purificar el agua de los ríos), o trasladarse al lugar de consumo (extraerla del subsuelo o hacer un trasvase de una cuenca distinta o tender una red de tuberías) o acumularse (construir represas, reservorios o tanques).
Hacer cualquiera de esas cosas cuesta dinero. Y para ello hay que obtener el dinero y tener los incentivos en invertirlo.
Pero como creemos que el agua antes que un bien es un derecho político, entonces no le queremos poner precio o creamos un precio artificialmente bajo. Es más importante para los votos que para el bienestar de la gente. Y como pasó en las épocas del primer gobierno de Alan García con la leche Enci, habrá escasez y colas para conseguirla.
Creemos que si aceptamos que es un bien como los demás los pobres o los agricultores no podrán tener acceso a ello. Y la pregunta es entonces: si no se va a pagar un precio (o se va a pagar un precio irrealmente bajo), ¿qué incentivos tendría alguien para hacer todas aquellas inversiones necesarias para poner el agua a disposición de los usos en que es necesaria?
Todos los días escucho en la radio o en la televisión que tenemos que ser responsables. Debemos consumir la cantidad adecuada de agua, apagar la ducha mientras nos jabonamos, cuidar los caños y reparar los sanitarios para que no goteen o corra el agua. Por supuesto que todas esas cosas siguen pasando. A la gente no le importa. Pero si tuviéramos que pagar por el agua lo que cuesta, entonces nada de esas cosas pasarían por que la gente sería más responsable con su uso.
Hoy confiamos en lo que el Estado gastará para traernos agua. Y por supuesto cuando confiamos en el Estado las cosas que deben pasar ocurren tarde, mal y nunca.
El problema del agua se resolvería privatizándola. Al hacerlo se generarían derechos de propiedad y con ello precios que permitan a inversionistas y consumidores hacer el cálculo económico de producirla y consumirla. Con los precios quedarán claros los flujos de retorno y con ello habrá incentivos para invertir.
Por ejemplo, la inversión en tecnología e infraestructura (hoy costosa y poco accesible) para desalinizar el agua, es desincentivada por que quien haga tal inversión no sabe como la recuperará. Con ello hay menos innovación e inversión y el costo de producir agua segira siendo alto.
Y aquí viene el argumento fácil en contra: ¿Y que hacemos con los pobres que no podrían pagar esos costos?
Curioso. Son justamente los más pobres los que pagan el agua más cara con el sistema actual. Mientras en Miraflores y San isidro consumimos agua subsidiada, en los pueblos jóvenes y barrios marginales, se consume agua que llega en camión cisterna y se deposita en barriles, en pésimas condiciones de salubridad y a un costo varias veces superior. ¿Por qué? Por que a los privados no les interesa invertir en infraestructura adecuada por que no tendrán el retorno y el Estado no sabe cómo hacerlo y los recursos no le alcanzan.
Mientras en esos mismos pueblos la privatización telefónica hace que tengan celulares (pagando el costo real de los mismos), paradójicamente no tienen agua potable ni desagüe.
Y no es solo un problema de disponibilidad, sino de calidad. Como Galiani, S., Gertler, P. and Schargrodsky, E. demostraron en un estudio, la mortalidad infantil disminuyó en los sectores de la ciudad de Buenos Aires en los que se privatizó el servicio de agua y desagüe en relación a los sectores de la ciudad donde dicha privatización no se dio. El agua privada no solo es más abundante, sino que es además más sana.
En temas como los del agua, hay mucha hipocresía. Con el cuento de la inclusión social generamos exclusión de los más pobres.
Tomado de semanaeconomica.com