EDUARDO BOWLES
El proyecto San Buenaventura tiene al menos 50 años de vigencia. Nadie se había atrevido a dar el paso decisivo, porque la construcción de un ingenio azucarero no se hace de la noche a la mañana, requiere años de preparación, evaluación y sobre todo, trabajar en la proyección a largo plazo, en la agroindustria es clave por la provisión y el transporte de la materia prima.
El que más avanzó en este proyecto fue Hugo Banzer, que pese a tener la plata, el tiempo y la discrecionalidad que le otorgaba su cualidad de dictador, no cometió la grosería de poner la carreta delante de los caballos. Durante su gobierno se inició la siembra de algunos cientos de hectáreas de caña, pero como casi todo lo que hace el Estado es “chuto” o mal hecho, los “expertos” dejaron los cañaverales a su suerte, pensando que crecerían solos y darían fruto a raudales. Al tiempo volvieron, se toparon con barbechos impenetrables y lógicamente tiraron la toalla, lo que implicó varios millones de dólares arrojados por la borda.
De todas formas, aquella experiencia sirvió para que algunos ilusos y otro tanto de politiqueros que andan buscando cómo inventarse proyectos faraónicos para congraciarse con los paceños, se dieran cuenta que aquella zona del departamento de La Paz, sin bien tiene algunas condiciones climáticas favorables, presenta graves obstáculos, algunos insubsanables, como la mala calidad del suelo, un terreno demasiado accidentado que impide la mecanización y también la distancia, que requiere la construcción de caminos, puentes y otras obras de infraestructura que lamentablemente no se han encarado.
Los burócratas no ven nada de eso, porque jamás han producido nada y muchos de ellos tampoco han trabajado, así que desconocen cualquier aspecto que atañe a una empresa. De esa misma forma procedieron con el famoso proyecto hidrocarburífero de Lliquimuni, que se tragó 150 millones de dólares sin encontrar ni una sola gota de petróleo. Fue simple tozudez, capricho, demagogia y especialmente la acción de la dictadura centralista (de hoy y de siempre) que pretende torcer el curso de la historia y mantener para siempre el andinocentrismo en Bolivia, una visión que ha sido desahuciada hace mucho.
La gran oportunidad de “meterle nomás” llegó con el actual “proceso de cambio” y el resultado es un espantoso candidato a elefante blanco que le ha costado más de 300 millones de dólares a todos los bolivianos. Los ingredientes son los mismos de cualquier sistema estatista, sólo que esta vez el proyecto tiene rostro chino, con una dosis mucho mayor de arbitrariedad.
Un ingenio del tamaño de San Buenaventura necesita por lo menos 50 mil hectáreas de caña sembrada en los alrededores para asegurar el funcionamiento a pleno. En estos días, solo hay disponibles 1.300 hectáreas, lo que significa el diez por ciento de la capacidad instalada. En el caso de que finalmente salgan de la fábrica las ansiadas bolsas de azúcar, que seguramente serán las más fotografiadas de la historia, habrá que pensar cómo transportarlas a los mercados y seguramente seguir sumando las pérdidas que ello implique. Otra más del estatismo.
Tomado de eldia.com.bo