MARIANO FERNÁNDEZ 

La inflación es un fenómeno ampliamente tratado en la literatura económica, sobre la que existe un amplio consenso acerca de causas y formas de atacarla. Sin embargo, genera en nuestro país discusiones acaloradas.

En primer lugar, la inflación es puramente un fenómeno monetario. Los intentos de explicarla mediante otras teorías han caído en desgracia desde hace, al menos, 35 años. El consenso sobre sus causas se focaliza en el papel de la emisión monetaria, los cambios en la demanda de dinero y el rol de las expectativas.

Todos ellos tienen un punto en común, que es el financiamiento monetario de algún desequilibrio del sector público (fiscal, bancario, etcétera). Sin desequilibrios, la demanda de dinero y las expectativas son estables; por lo tanto, no habría inflación.

Llama profundamente la atención cómo, desde círculos muchas veces ilustrados, se trata el problema de la inflación como puramente volitivo, donde frases como: "A la inflación la derrotamos entre todos" o "deberíamos disminuir las pretensiones salariales para controlar los precios" cobran sentido y se viralizan en la sociedad, que no tiene por qué saber acerca de causas y consecuencias de la inflación.

La inflación no es un problema que las buenas intenciones, los controles de precios o las sesiones de coaching puedan solucionar. Por esta razón, justificar la intervención del Estado en la asignación de señales, como son los precios, es más un grito desesperado de ignorantes que acciones de profesionales serios.

Hemos pasado de la ignorancia kirchnerista a la ilustración macrista en temas económicos, pero seguimos en un cono de sombras donde la confusión aún reina. Sin dudas, podríamos eximir de responsabilidad a la gran masa de la población que, copiando el mensaje de periodistas vacuos y profesionales ignorantes, repite sin cesar que la consecuencia del problema es su causa.

La inflación genera desequilibrios y arbitrariedades, porque destruye el sentido de las señales que los precios generan, envía ruido al mercado y profundiza los desequilibrios. Esta vez, los sindicalistas, los empresarios, los comerciantes, los ciudadanos y todos los grupos e individuos de la economía no son culpables, sino víctimas de la inflación.

En períodos inflacionarios, quienes no acceden a la información correcta en el momento justo precian sus valores en forma equivocada, lo que genera problemas en la distribución del ingreso, en el crecimiento y en el empleo.

El grado de competencia o la falta de ella determinan el nivel de precios y no su tasa de crecimiento. En otras palabras, los sectores poco competitivos, con un mayor grado o poder de mercado pueden mantener, y a veces incrementar, el precio relativo de sus bienes. Por otro lado, en sectores competitivos o con poco poder de mercado, se pierden las posibilidades de actualización de sus rentas y sus precios se licúan.

Pretender perseguir a los supermercados para que no suban sus precios o poner techos a las negociaciones salariales es convalidar mayores desequilibrios y no comprender la naturaleza del problema. Pedir prudencia y tiempo para nuestros gobernantes es actuar de cómplices con una de las estafas mayores que podemos hacerle a un individuo, destruir su sustento de vida o su empresa.

La inflación tiene un único culpable, que la genera y se beneficia de ella, al licuar la renta de los que menos poder de mercado tienen. El culpable es el Gobierno. Hasta que no comprendamos esto no solucionaremos el problema.

El autor es profesor de economía de la UCEMA.

Tomado de infobae.com

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