FERNANDO H. CARDOSO
Los brasileños se sienten el dolor de oportunidades perdidas. Mirando hacia atrás, no hay duda de que en los últimos años ha habido un cambio. ¿A la izquierda? No, al despropósito.
Lo que había sido penosamente reconstruido en la década de 1990, el Plan Real; la responsabilidad con las finanzas públicas; incentivar al sector privado (sin subsidios irrazonables); mantener el sector productivo y financiero del Estado fuera del alcance de los intereses clientelistas; en fin, el comienzo de la reorganización del Estado y, al mismo tiempo, la reformulación y el servicio universal a la salud y la educación, así como el acceso a la tierra, se perdieron por los “excesos”. En política económica, tan importante como el rumbo es la dosis. En este caso, el rumbo se ha perdido, y el límite de la prudencia en la dosis, se ha superado.
Hasta casi el final del primer mandato de Lula, el mantra de una política económica adecuada (el triángulo : metras de control de la inflación, fluctuación del tipo de cambio y política monetaria sin interferencias políticas) se mantuvo, a pesar de que ya comenzaban a aparecer signos preocupantes Beneficiado al país por el “boom” de todo el mundo desde 2004, sobre todo por los altos precios de las materias primas y la abundancia de capital, hasta ahora no había mucho que alabar en la expansión de las políticas sociales.
Abandonado el “Hambre Cero”, hubo una aceptación silenciosa del programa “neoliberal” de transferencias de renta (bolsas sin contrapartida). En la acción internacional del Gobierno era esperar más para un país que, desde 1999, se había elevado a la categoría de uno de los BRICs, en los que los mercados veían un futuro y prometedor, y las potencias un socio a considerar.
El inicio del desbarre se produjo con la sustitución de Palocci por Mantega, con la falta de dosificación y con las concesiones populistas que explotaron con el escándalo del “mesalao”. A partir de ahí, la penetración del partido en la administración pública, que siempre ha estado en el ADN del PT porque se considera “el heredero histórico” y principal agente progresismo, se ha ampliado para albergar la “base aliada”.
Poco a poco, surgió otra formulación “teórica”para el descontrol financiero del gobierno: la llamada “nueva matriz económica”. Esta reemplazó la opinión del gobierno del PSDB, que era socialdemócrata contemporánea, es decir, entendía que el buen gobierno, para servir en el tiempo a las demandas sociales, requiere de previsibilidad en la gestión de las políticas económicas.
El proceso de erosión simultánea del “presidencialismo de coalición” y el sentido común en la economía, aunque originario del gobierno de Lula, ha quedado más claro en el primer mandato de Dilma Rousseff: el “presidencialismo de coalición” – que se supone alianza entre un número limitado de partidos para apoyar la agenda del gobierno en el Congreso – se convirtió en “presidencialismo de cooptación.”
En él, grandes y pequeños partidos (meros agregados de personas que aspiran a controlar una parte del presupuesto) ideológicamente dispares se convierten en tales solamente con el apoyo a las decisiones del Ejecutivo en el Congreso a cambio de una penetración cada vez mayor en la maquinaria gubernamental y la participación en la contratación pública.
Tan grave como la desviación de las políticas macroeconómicas saludables fue el desorden en las políticas sectoriales, del petróleo al etanol, pasando por el sector eléctrico. No me refiero a la corrupción destapada por el caso Lava Jato – en sí muy grave – si no a los errores de decisión: las refinerías y complejos petroquímicos diseñados con megalomanía (Comperj, Abreu e Lima, etc.), o económicamente inviable (en Ceará y Maranhão ), así como un conjunto de sitios (11!) construidos para proporcionar los altos costos y por medio de la ingeniería financieras dudosas, como Sete Brasil, barcos, plataformas y plataformas para Petrobras, con el sacrificio de los propios intereses de la empresa y el país .
La misma exageración en la dosificación se observó en Fies (dejando ahora las universidades y los estudiantes por la calle de la amargura) en el fenecido tren de alta velocidad, en las concesiones aeroportuarias a expensas del BNDES, así como la política de “campeones nacionales”, financiada a costa de la emisión de deuda cara para el Tesoro por los préstamos a tasas de interés subsidiadas de cientos de miles de millones de reales a algunas empresas, sin ninguna transparencia.
Políticas en sí mismas justificables y preexistentes, de estímulo al “contenido nacional” y apoyo a las empresas de Brasil, fueron destrozadas. Los errores son innumerables, como el control de precios de la gasolina, que llevó las plantas de caña a la ruina, o la reducción demagógica de las tarifas eléctricas, cuando la escasez del agua ya se estaba dibujando en el horizonte. Todo esto se recubre con un lenguaje “nacionalista” y la grandeza.
En resumen: no solo hubo expolio, sino una visión política y económica equivocada, falta de atención al b-a-ba de la gestión de las finanzas públicas y errores palmarios en la política sectorial. Sabemos quiénes fueron los responsables del estado al hemos llegado. Veamos ahora la oposición: ¿qué hacer? En primer lugar debemos reconocer que dada la reelección de Dilma y el PT, todo hay que decirlo, a lo hecho pecho. Hasta aquí, todo correcto. Pero Brasil no es del gobierno o de la oposición, es de todos.
La oposición de hoy será el Gobierno de mañana. Así que no debe caer en el populismo, y, sí, apuntar caminos para superar los problemas mencionados anteriormente. El factor de previsonalidad, por ejemplo, es esencial en el largo plazo, para equilibrar las finanzas públicas. Si hay que cambiarlo, hay que encontrar una sustitución adecuada. Pensando en Brasil, no cabe simplemente hacer su funeral. No nos aflijamos electoralmente antes de tiempo. En este momento, lo que importa es que la gente vea quienes son los verdaderos responsables del desastre que hay.
Es el resultado de las decisiones insensatas del lulopetismo y de la obsesión por la permanencia en el poder, con ayuda de la corrupción y de las medidas populistas que no tienen nada que ver con el desarrollo económico y social o con los intereses nacionales y populares.
Tomado de infolatam.com