EDITORAL EL DÍA
En 2001, cuando el régimen del Talibán ordenó la demolición de los famosos Budas de Bamiyán, el mundo occidental se movilizó para impedir semejante genocidio cultural. Se trataba de dos colosales monumentos de más de 1.500 años de antigüedad, construidos por monjes budistas a 230 kilómetros de Kabul (Afganistán), en una zona que formó parte de la antigua ruta de la seda. Más allá del valor religioso, las estatuas de 50 metros de alto representaban una clásica mezcla del arte greco-budista, una obra magistral de ingeniería que había sobrevivido a otros intentos de destrucción y que habían sido restauradas en el Siglo XII.
La humanidad no podía comprender cómo el fanatismo religioso de los talibanes tiró abajo a cañonazos ese patrimonio universal, evento que dio paso a numerosos atentados similares, condenados con mucha razón por el mundo libre, tolerante y pluralista que hemos estado creando los herederos de la civilización fundamentada en el derecho, la democracia, la razón y el humanismo.
Cuesta creer que algunos años después de aquel episodio tan anacrónico, los occidentales estemos haciendo exactamente lo mismo que los talibanes, sin la necesidad de usar dinamita o metralletas, vestir turbante o utilizar las equivocadas interpretaciones del Corán como excusa para convertirnos en terroristas de la cultura.
Hace poco, la cadena HBO, que embandera los valores del pluralismo y la libertad de expresión, decidió retirar de su programación la película “Lo que el viento se llevó”, una de las joyas más valiosas del séptimo arte, atendiendo a la presión de grupos de fanáticos que consideran que el filme reivindica el racismo y la esclavitud. En esa misma corriente están quienes han estado promoviendo la destrucción de monumentos como el de Cristóbal Colón y Winston Churchill, entre muchos otros.
Obviamente, ningún de estos “talibanes del Siglo XXI” propone hacer lo mismo con los monumentos a Stalin, a Mao y a otros genocidas comunistas, por lo que es fácil concluir que las iniciativas mencionadas forman parte del marxismo cultural que ha dado como resultado fenómenos como la “cancelación” o el “presentismo”, que consiste en juzgar los acontecimientos y personajes del pasado con criterios actuales, juicio que nos dejará sin historia y sin referentes, pues hasta Jesucristo, que alguna vez habló de amos y esclavos, quedará borrado de nuestra memoria. Insistimos, con el Che, con Lenin o con Chávez no se meten.
Este paradigma, heredero de la lucha de clases, promotor del feminismo político, la ideología de género, del ecologismo radical y otras tendencias liberticidas, han conseguido penetrar en países, en democracias, en universidades, círculos académicos y todas las ramas de la cultura y desde ahí proponen un “nuevo orden” enemigo de la libertad, de la propiedad y de todos los valores construidos por siglos de lucha por dejar atrás el fundamentalismo.
Tomado de eldia.com.bo