CARLOS SABINO 

No son pocas las penurias que deben afrontar hoy los venezolanos como consecuencia de la imposición, hace ya 15 años, del llamado socialismo del siglo XXI. Hugo Chávez, con sus políticas demagógicas y autoritarias, y su seguidor, el actual presidente Nicolás Maduro, han llevado al país a una situación que sin exagerar puede considerarse como catastrófica.

La seguridad ciudadana, por ejemplo, anda por los suelos: el índice de homicidios es uno de los más altos del mundo y Caracas la segunda ciudad más violenta de todo el planeta, con unatasa de homicidios de 134 por 100.000 mil habitantes. Los caraqueños se pasan encerrados en sus casas o en las interminables colas de vehículos para cargar la gasolina más barata del mundo —pero transitan por una red de calles y carreteras completamente descuidada, que no se ha ampliado en estos últimos tres lustros.

El combustible y la electricidad son baratos —por los subsidios— pero el resto de los artículos de consumo se encarecen a un ritmo vertiginoso, inflación que algunos calculan en 100% anual y que es mayor para los productos alimenticios —claro está, cuando pueden conseguirse.

La escasez, un mal típico del socialismo, ha ido creciendo sin pausa en los últimos meses al punto que el Gobierno, siguiendo sus inclinaciones totalitarias, ha impuesto ahora una singular forma de racionamiento.

Cada consumidor, al comprar en una tienda o supermercado, debe dar obligatoriamente su número de cédula de identidad, que el cajero ingresa entonces en una gigantesca base de datos que abarca a todos los venezolanos. Esto no solo sirve para el control del impuesto al valor agregado, sino para determinar si se puede o no efectuar la venta: hay cupos para todos los productos de consumo cotidiano y el cajero informa entonces al comprador si puede o no llevárselos, de acuerdo a los cupos que el Gobierno ha establecido para cada ítem.

Se trata de la misma cartilla de racionamiento que tuvo la Unión Soviética y que hoy todavía está vigente en Cuba, pero ya no con el anticuado método de un librito, sino a través de este moderno dispositivo electrónico que le dice a cada persona cuánto y cada cuánto tiempo puede recibir arroz, leche, desodorante o jabón para lavar la ropa.

Como el Gobierno carece de dólares estadounidenses, pues los ha malgastado en las ayudas que envía al exterior, sobre todo a Cuba, y en los gastos de los “programas sociales”, la burocracia y la corrupción galopante, existe un control de cambios que impide comprar moneda extranjera. La cotización oficial se mantiene todavía entre Bs. 6 y 12 por dólar, pero en el mercado libre —perseguido e ilegal— la divisa extranjera ha superado ya con holgura los Bs. 100.

El Gobierno tampoco entrega dólares a las aerolíneas y les debe ahora mismo más de US$4 mil millones, por lo que estas empresas han reducido drásticamente sus vuelos y, para el venezolano corriente, es ya casi imposible salir de su país. En todo caso, y como consecuencia de la emigración de los últimos años, ya son más de 1 millón y medio los venezolanos que han tenido que abandonar su tierra y viven ahora en el extranjero.

La situación general va aproximándose, así, a la que han vivido los cubanos durante largas décadas. La actual baja en los precios del petróleo está profundizando una crisis que ha provocado enorme descontento entre la población y tensiones severas en la élite dirigente. Pero, a pesar de lo que dicen algunos comentaristas, el final del régimen chavista no está cerca: debido al control que ejerce el Gobierno es imposible que pueda producirse un cambio por medio de elecciones. Tampoco hay posibilidad de un golpe de estado militar –pues son cubanos los que hoy controlan el ejército— y las protestas de la oposición carecen de la fuerza suficiente como para hacer que los jerarcas del régimen abandonen el poder.

Tal vez si la ciudadanía emprendiese amplias y vigorosas manifestaciones podría cambiarse el rumbo autodestructivo que sigue Venezuela, forzando a cambios profundos o a la misma renuncia del presidente Maduro. Pero esta posibilidad, también, es remota: la actual oposición no apoyó las grandes protestas que se desarrollaron entre febrero y abril y, por lo tanto, no posee el liderazgo ni la voluntad suficiente como para emprender acciones efectivas que acaben con la pesadilla que viven los venezolanos.

El socialismo del siglo XXI, risible por sus propuestas teóricas, es sin embargo un enemigo implacable ante el cual debemos estar alertas todos los latinoamericanos.

Sociólogo, escritor y profesor universitario, Sabino es director de programas de máster y doctorado en Historia de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala.

Tomado de eldiarioexterior.com

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