MARIO VARGAS LLOSA
El siguiente texto es un extracto del libro "La Llamada de la Tribu" del mismo autor titulado "Por qué no soy un conservador"
Como colofón de The Constitution of Liberty figura un ensayo titulado “Why I Am Not a Conservative” (“Por qué no soy un conservador”), que había leído el año 1957, en el décimo aniversario de la Mont Pelerin Society. En él Hayek explica la diferencia entre un liberal y un conservador, algo imprescindible en nuestra época, cuando la izquierda suele empeñarse en confundirlos. Es un texto capital en el que se precisa cuál es la línea ideológica, moral y cívica en que, pese a compartir muchas cosas, el liberalismo está esencialmente distanciado del conservadurismo. Y en qué coinciden muchas veces, aunque están en extremos opuestos, los conservadores y los socialistas, que se creen adversarios incompatibles.
Un conservador, dice Hayek, no ofrece alternativa a la dirección en que avanza el mundo en tanto que para un liberal es esencial hacia dónde nos movemos.
El designio de un conservador está dictado por el miedo al cambio y a lo desconocido, por su tendencia natural proclive a “la autoridad” y que por lo general padece de un gran desconocimiento de las fuerzas que mueven la economía. Tiende a ser benévolo con la coerción y con el poder arbitrario al que puede llegar a justificar si, usando la violencia, cree que alcanza “buenos fines. Esto último establece un abismo insalvable con un liberal, para quien “ni los ideales morales ni los religiosos justifican nunca la coerción”, algo que cree tanto socialistas como conservadores. Por otra parte, estos últimos suelen responsabilizar a “la democracia” de todos los males que padece la sociedad Y, de otro lado, a diferencia de los liberales convencidos del poder de las ideas para transformar la historia, los conservadores, “maniatados por las ideas heredadas de un tiempo pasado”, ven en la idea misma del cambio y la reforma una amenaza para sus ideales sociales. Por eso, los conservadores son frecuentemente oscurantistas, es decir, retrógrados en materia política. También suelen ser nacionalistas y no entender que las ideas que están cambiando la civilización no conocen fronteras y valen por igual en distintas culturas y geografías. Un conservador difícilmente entiende la diferencia que hacen los liberales entre nacionalismo y patriotismo, para él ambas cosas son idénticas. No así para un liberal. El patriotismo, según este último, es un sentimiento bienhechor, de solidaridad y cariño con la tierra que nació, con sus ancestros, con la lengua que habla, con la historia que vivieron los suyos, algo perfectamente sano y legítimo, en tanto que el nacionalismo es una pasión negativa, una perniciosa afirmación y defensa de lo propio contra lo foráneo, como si lo nacional constituyera de por sí un valor, algo superior, idea que es fuente de racismo, de discriminación y de cerrazón intelectual.
Liberales y conservadores comparten una cierta desconfianza en la razón y la racionalidad; un liberal es consciente de que “no tenemos todas las respuestas” y de que no es segura que las respuestas que tengamos sean siempre las más justas y exactas, e, incluso, de que podamos encontrar todas las respuestas para preguntas que nos hacemos sobre tantas cosas en tantos dominios diferentes. Los conservadores suelen gozar de una seguridad muy firme sobre todas las cosas, algo que les impide dudar de sí mismos. Y, según Hayek – igual en esto a Karl Popper – la duda constante y la autocrítica son indispensables para hacer avanzar el conocimiento en todos los campos del saber.
Un liberal suele ser “un escéptico”, alguien que tiene por provisionales incluso aquellas verdades que le son más caras. Este escepticismo sobre lo propio es justamente lo que le permite ser tolerante y conciliador con las convicciones y creencias de los demás, aunque sean muy diferentes de las suyas. Este espíritu abierto, capaz de cambiar y superar las propias convicciones, es infrecuente y a menudo inconcebible para quien, como tantos conservadores, cree haber alcanzado unas verdades absolutas, invulnerables a todo cuestionamiento o crítica.
Los conservadores suelen estar identificados con una religión en tanto que muchos liberales son agnósticos. Pero esto no significa que los liberales sean enemigos de la religión. Muchos son creyentes practicantes, como lo era Adam Smith, el padre del liberalismo. Simplemente ellos creen que lo espiritual y lo terrenal son esferas diferentes y que es preciso que se mantenga esa independencia recíproca, porque, cuando ambas se confunden en una sola entidad, suele estallar la violencia, como muestra la historia de todas las religiones y lo confirma en estos últimos tiempos el islamismo extremista y sus asesinos colectivos. Por eso, a diferencia de los conservadores, que creen que la verdadera religión podría imponerse a los paganos aunque fuera la fuerza, los liberales tienden a no favorecer una religión sobre las otras en términos sociales y económicos y, sobre todo, rechazan que una religión se arrogue el derecho de imponerse a nadie por la fuerza. En el libro Hayek on Hayek. An Autobiographic Dialogue (1994), editado por Stephen Kresge y Leif Wenar, se reproduce una entrevista, probablemente de sus últimos años, en la que Hayek dice que “recientemente” ha descubierto que se siente más atraído por el budismo que por las “religiones monoteístas del Occidente” pues éstas son “aterradoramente intolerantes”. Y le parece “admirable” que, en Japón, la gente pueda ser, al mismo tiempo, sintoísta y budista .
Hayek reconoce que la palbra “liberal” representa en nuestros días cosas diferentes – en Estados Unidos, por ejemplo, ha ido cambiando de sentido hasta querer decir “radical” e incluso “socialista” -, pero no ha encontrado otra que pueda reemplazarla. Y añade, con humor, que el término Whig, aunque bastante exacto, sería excesivamente inactual. Pero su contenido está muy claro cuando la emplean intelectuales como él, quien en toda su obra ha contribuido de manera tan decisiva a dar al liberalismo un contenido muy claro y fijarle unas fronteras muy precisas.
Tomado del libro "La llamada de la tribu" de Mario Vargas Llosa, publicado por Alfaguara.