Diego Ayo

La lección es clara: lo único que hay que defender es el cumplimiento de los derechos, sean los derechos de los "peores neoliberales” o de los más ilustres periodistas.

Por supuesto que me solidarizo con Amalia Pando, a quien admiro profundamente, tanto como lo hago con las ONG vapuleadas por el Vicepresidente. Pero debo confesarlo, sin tapujos. Mi solidaridad también estuvo dirigida a Leopoldo Fernández, Juan Kudelka o Roger Pinto (y otros muchos). La razón es simple: en realidad, mi solidaridad no fue nunca con ellos ni a favor de nadie en particular. Mi solidaridad fue con el Estado de Derecho: la necesidad de cumplir la ley, respetar la inocencia de los incriminados hasta que se demuestre lo contrario. Me da igual si eran de derecha o de izquierda.

No creo que haya sucedido lo mismo precisamente con Amalia, por poner un ejemplo, que festejaba presurosa las arremetidas constantes del gobierno del cambio contra las "oligarquías del oriente”. Tampoco recuerdo que alguna de las ONG de izquierda mencionada haya dicho algo acerca del injusto procedimiento anti-constitucional contra los supuestos terroristas, el encierro ilegal del mismo prefecto de Pando o la remoción, no menos adversa a los preceptos de nuestra Carta Magna, contra Suárez o Cossío (que, ojo: no los considero en absoluto buenos prefectos ni jamás los apoyaría). ¿Qué es, pues, lo que pretendo decir? Un solo y simple argumento: si hay un gobierno que saca la mugre a los malos de la película por ser de derecha, no te rías, no te rías por favor ("¡¡¡bien!!!, esos corruptos ya están en la cárcel”), porque ese gobierno ya pronto va a venir por ti. Amalia, así sucedió.

La razón no es menos contundente: cuando prima el Estado del Abuso y del Capricho, y no el Estado de Derecho, nadie, pero absolutamente nadie, está a salvo. Más tarde que temprano van a venir por ti, y ya para entonces, será tarde. Y eso es lo que viene sucediendo. Las ONG son sólo algunos de los últimos bastiones de defensa del espíritu crítico. Amalia era, sin dudas, otro bastión. Sin embargo, por un momento, amable lector, olvídese de la orientación ideológica de algunos actores que voy a citar y concéntrese sólo en la constatación fáctica de que son actores de carne y hueso que sufrieron lo mismo que estas instituciones y que esta valiosa mujer.
Uno, los comités cívicos: se amedrentó, enjuició y encarceló a sus principales figuras. Dos, los empresarios (en especial del oriente): se los cooptó con todo tipo de prerrogativas para que "hagan negocios y no política”, como aconsejaba la segunda máxima autoridad del país. Tres, los partidos políticos: se les quitó todo financiamiento, y al estrangularlos quebrando la institucionalidad creada, aquella de la Ley de Partidos, se los marginó con todo el beneplácito de los actores hoy afectados.

Cuatro, los medios: se los puso contra las cuerdas generando la auto-censura, se les quitó toda publicidad estatal, se compró medios privados y se consolidó un canal público que en realidad es privado: es de Evo. Cinco, la Iglesia: se la obligó a ocuparse de asuntos celestiales pero no terrenales. Por ello, también se les privó de los recursos fiscales que iban dirigidos a escuelas manejadas por esta institución. Seis, la cooperación: se la amenazó con hacerle lo mismo que a USAID, y ésta metió su cabeza en la tierra. Alguna que se atrevió a sacarla, como alguna ONG danesa, fue expulsada. Siete, los jueces que hacían justicia: se los sacó con juicios truchos. Ocho, los policías rebeldes: se los tuvo casi 200 días en la cárcel para dar escarmiento a los que piensan.

En fin, como se ve, al margen de la orientación ideológica, el comportamiento es el mismo. Eso olvidó Amalia, mientras la afinidad ideológica primaba. Y ahí estuvo el error. Lo que hoy le sucede, y les sucede a otras organizaciones, es lo mismo que aprobaron con rigor revolucionario desde diciembre de 2005 cuando ganó Evo.

Acabo de leer a mi admirado Xavier Albó, que critica este hecho afirmando que "a Lucho Espinal no le hubiera gustado”, pero cohonestó la toma de la casa de Víctor Hugo Cárdenas aduciendo una supuesta efectivización de la justicia comunitaria. No, Xavier, a Lucho tampoco le hubiera gustado eso. Todos aquellos, pues, que hoy salen a la palestra democrática afirmando que "Álvaro cambió”, "el gobierno del cambio, ya no es el de antes” y demás, olvidan que Álvaro no cambió nada. Fue y es así. El gobierno no cambió (al menos no su entorno palaciego, esa escueta oligarquía burocrática). Fue y es así. Sólo que antes ellos, los súbitos demócratas, eran socios.

No hay pues duda: Frankenstein se tornó en contra de sus creadores. Y lo seguirá haciendo. Téngase en cuenta que al ritmo que íbamos sólo quedaban las ONG.

Cuando se van acabando los actores críticos, todo vale para revivir aquello que nos enseñó con notable brillantez Hanna Arendt, en su libro La revolución: en todo régimen autoritario se genera la necesidad de crear un "meta-enemigo histórico”, el judaísmo para los nazis, la Troika europea para Syriza, el islam para la derecha holandesa de Wilders, y así sucesivamente, hasta llegar a ella: Amalia, y a ellas, las ONG progresistas, hoy devenidas en emisarias del capitalismo, de los financiadores internacionales y de la derecha recalcitrante. La lección es clara: lo único que hay que defender es el cumplimiento de los derechos, sean los derechos de los "peores neoliberales” o de los más ilustres periodistas. Sólo eso nos puede defender de la prepotencia desatada, no hoy, repito: no hoy, contra ellas, sino en 2006, cuando ascendió al poder un entorno revolucionario cuya lógica fue y es simple: preservar el poder a cualquier costo.

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Tomado de paginasiete.bo

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