JAVIER PAZ
La filosofía de Ayn Rand (San Petersburgo, 1905 – Nueva York, 1982) contiene una de las defensas más brillantes del egoísmo y, a la vez, un ataque recalcitrante hacia el mismo. Se podría decir que Rand identifica dos formas de egoísmo.
La primera es honesta y beneficiosa para la sociedad, se caracteriza por el espíritu de superación del ser humano que lo convierte en un explorador, investigador, comerciante, científico, emprendedor.
Su novela La rebelión de Atlas identifica al industrial capitalista con esta forma, ya que arriesgando sus propios capitales crea empleos, genera industrias, desarrolla tecnologías y, buscando su propio bien, termina beneficiando a toda la sociedad. Rand rememora de esta manera la ‘mano invisible’ de Adam Smith.
Por otro lado está el egoísmo mentiroso y rastrero, propio de los políticos que discursean sobre el bien común, sobre la generosidad, la solidaridad y, sin embargo, no gastan un centavo de su propio dinero en ayudar a otros y, más bien, viven buscando cómo sacar más dinero al pueblo para quedarse con una mayor tajada. Los políticos que viven de la plata del pueblo y se enorgullecen de inaugurar obras como si las hubieran financiado con su dinero.
Y es que desde el motor de combustión hasta el teléfono celular son obra de visionarios e innovadores que, en su afán de mejorar su propia condición, han logrado el mejoramiento de la humanidad entera por generaciones más allá de sus propias existencias. Por otro lado, la actividad política, aunque indispensable, ha producido guerras, hambrunas, matanzas y pobreza crónica, siempre en aras del bien común, del destino manifiesto o de alguna patraña que suene bien.
Lo paradójico es que, en general, la sociedad a menudo tiende a vilipendiar al empresario y a alabar al político, o en su forma agregada a maldecir al mercado y a santificar al Estado.
Ayn Rand invita a reconocer que existe una ética del egoísmo, o, expresado de otra manera, un egoísmo ético; que la riqueza, cuando es el resultado del esfuerzo propio y se ha logrado sin dañar a nadie, no tiene por qué ser motivo de vergüenza o condena.
Nos muestra también que, a menudo, quienes más condenan el egoísmo y proclaman la solidaridad son los más egoístas y los menos solidarios.
Máster en Economía
Tomado de eldeber.com.bo