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LUIS CHRISTIAN RIVAS

Se denomina como “La guerra del agua” al hecho aciago ocurrido en Cochabamba en abril del 2000, cuando la población entró en una especie de irracionalidad colectiva azuzada por dirigentes que aprovecharon la coyuntura para convulsionar al país e iniciar una etapa oscurantista en la historia de Bolivia.

Estas palabras pueden parecer exageradas, pero la historia y sólo la interpretación objetiva puede darnos o negarnos la razón. Por ahora veamos algunos aspectos.

En el libro: “La guerra por el agua y por la vida. Cochabamba: una experiencia de construcción comunitaria frente al neoliberalismo y al banco mundial” (2004) de Ana Esther Ceceña, publicado por la Coordinadora de Defensa del Agua y de la Vida (CDAV), encontramos entrevistas a los principales responsables de esa hecatombe

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Gabriel Herbas Camacho era miembro del Foro Cochabambino del Medio Ambiente, también abogaba por la defensa del Parque Tunari, y pasó a ser uno de los portavoces de la CDAV, se presentó como uno de los constructores de utopías que solía decir: “ya no tenemos el tiempo necesario para esperar otros 500 años”. Se preguntaba, después de criticar la Ley de Aguas: “Eso es lo dramático, en Bolivia --y esto ya lo sacamos como conclusión de todo el proceso--, para modificar unos cuantos artículos de una ley ha tenido que haber muertos, ha tenido que haber por lo menos 300 heridos, muchos de ellos convalecientes el día de hoy o que inclusive no van a regresar a la normalidad. Entonces, para modificar una ley ¿cómo puede haber ese tipo de cosas?”.

Es hilarante cómo Herbas reconoce esto, e indica que durante esos días, los llamados “Guerreros del agua”, eran “polillas”, personas adictas a la clefa y alcohol, quienes en un acto conmovedor incluso habían roto sus botellas de alcohol para disciplinarse y controlar la plaza principal de una ciudad.

Además, criticaba cómo algunos “compañeros” se inscribían en organizaciones políticas y decía que eso perjudicaba el movimiento, pero ya señalaba su simpatía por Evo Morales. Posteriormente fue senador del Movimiento al Socialismo y ahora es Contralor General, impuesto por decreto del ejecutivo.

Después tenemos la entrevista a Omar Fernández, quien era el presidente de la Federación Departamental Cochabambina de Regantes, quien bajo la bandera de “usos y costumbres” y el grito en quechua, traducido: “¡Viva la coca! ¡Mueran los yanquis! ¡Viva la chicha! ¡Muera la Coca- Cola!, se mostró como un dirigente que no media sus palabras y el tono de violencia en las mismas.

En la entrevista, Fernández reconoce que los cocaleros son una fuerza muy importante, y que la CDAV, logró tener conquistas muy importantes, como la guerra de la coca y la victoria por reabrir los mercados de la coca, una pelea contra el gobierno y la Embajada norteamericana, considerando que las luchas deben ser en el parlamento y en las calles.

Posteriormente, fue senador y amenazó con nacionalizar empresas y cooperativas, que serían cuotas de poder para sus bases.
Óscar Olivera, dirigente fabril y utópico, recuerda cómo regantes, informales, desocupados y amas de casa bloqueaban una carretera, mientras veían cómo había centenares de trabajadores que entraban a su puesto de trabajo, la gente del bloqueo los increpó: “Bueno, les damos 20 minutos para que salgan a bloquear junto con nosotros porque estamos bloqueando por un derecho que no está dentro de las cuatro paredes de la fábrica, es un derecho de todos, estamos peleando por todos, o salen o entramos.

La fábrica paró y los trabajadores tuvieron que complacer a los del bloqueo…”. Complacer a Olivera.

Olivera reconoce que la CDAV sirvió para que algunos oportunistas se lancen a la vida partidaria, personajes que han utilizado este movimiento para llenarse el bolsillo con jugoso sueldos del Estado, principalmente.

Olivera no participó en la conmemoración de los 10 años de la “Guerra del Agua” que se realizó el pasado domingo en la Federación de Campesinos con la presencia del presidente Evo Morales, quien manifestó que espera que Olivera nuevamente retome su inicial compromiso de lucha.

Caso emblemático es la figura de Jorge Alvarado, ex gerente de Semapa residual en el año 2000, quien decía: “En el pasado, la política siempre se impuso en los cargos jerárquicos, sin embargo, la primera gran tarea que llevaremos adelante es la de cambiar la imagen negativa por una imagen de trabajo estrictamente técnico y profesional. Quiero aclarar que no pertenezco a ningún partido político”.

Posteriormente fue senador por el partido oficialista y titular de YPFB, con serias acusaciones de tráfico de avales, actualmente es embajador en Venezuela.

¿Pero fuera de que algunos se beneficiaron económicamente, la “Guerra del Agua” valió la pena para el resto de los ciudadanos?

La respuesta es negativa, no valió la pena, este hecho propició la expulsión de una empresa privada por la vorágine popular cegada por la violencia, azuzada por dirigentes irresponsables, ya que la empresa “Aguas del Tunari” se comprometía a llevar a cabo el proyecto Misicuni y ofrecía realizar las inversiones necesarias para dar agua potable.

Con este hecho comenzó el fin de la incompleta democracia representativa boliviana, para adoptar la forma espuria y degenerada llamada democracia directa participativa, fue el inicio de la fiebre inútil de consultas populares, donde la masa sólo obedece lo que el caudillo le indica.

Ahora Semapa es una institución en quiebra, con sueldos altos para los administrativos, con procesos legales, tarifas altas, es ineficiente y no logra superar el problema de escasez de agua. Mientras que Misicuni es un túnel que representa, como alguien manifestó: “la cueva de murciélagos más grande y cara del mundo”.

Queda aprender y corregir nuestros errores. La “Guerra del Agua” fue un error, y un error que nos costará caro, al igual que las tarifas que pagamos por un servicio de agua y alcantarillado ineficiente que es prestado por una institución del Estado.

El autor es abogado