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FERNANDO MOLINA

¿La caída del precio del petróleo afectará el crecimiento boliviano? Actualmente esta pregunta se responde tanto con un "no” como con un "sí”. ¿Cuál de los bandos tiene razón? Los dos y ninguno. Todo depende de cuánto tiempo se espera que dure la racha de precios bajos. Si se supone que esta será prolongada, la respuesta correcta e indudable es: "sí; Bolivia, que recibe casi la mitad de sus ingresos estatales de las ganancias de la exportación de gas, resultará afectada”. En cambio, si se espera que esta racha acabe pronto, como ya ocurrió en el pasado…

La verdadera pregunta, entonces, se formula así: ¿cuán prolongada será la baja de precios del petróleo? Pero no se sabe. Los pronósticos difieren en la medida en que difieren los diagnósticos. Lo que nos conduce a otra pregunta más: ¿cuáles son las causas del deslizamiento, este último trimestre, de los más de 100 dólares que costaba el barril a los actuales 75 dólares?

La necesidad de explicar este fenómeno divide a los analistas petroleros en dos bandos: los que atribuyen el decremento a un alza de la oferta de petróleo en el mundo y los que lo atribuyen, por el contrario, a una disminución de la demanda. Veamos primero esta segunda hipótesis, que también es la más sencilla de explicar: según la misma, la ralentización del crecimiento de China, la bajada de las importaciones de carburantes de EEUU (que ya veremos a qué se debe) y la recesión europea, estas tres cosas han detenido la demanda mundial de petróleo, que sólo aumentó en 1,5% en 2014, mientras que la producción de éste ha crecido (por razones que también se explicará más adelante). Demanda menor a la oferta, entonces, lo que hace que el precio se deslice hacia abajo.
La otra hipótesis (que la producción ha aumentado por encima del nivel de la demanda) tiene un fascinante grado de complejidad.

Los factores concurrentes son múltiples. Para comenzar, varios países productores se han reincorporado al mercado, luego de guerras o convulsiones políticas. Segundo, EEUU ha incrementado considerablemente su producción de petróleo y gas no convencionales, recolectados mediante la fractura de esquisto empapado de hidrocarburos. Gracias a esto, sus intenciones de importar crudo en los próximos años han disminuido. Esto tiende a bajar el precio futuro del petróleo y, por tanto, afecta su precio actual.

Tercero, la economía estadounidense está recuperándose, el dólar ha aumentado de valor y los inversionistas bursátiles, que desde 2008 apostaron por los commodities, impulsando a éstos al alza, comienzan a retornar a las acciones y los bonos.

Cuarto, pese a todas las amenazas que se avizoran, la OPEP, la organización de productores petroleros que controla el 50% de la oferta mundial, mantiene la cifra de 31 millones de barriles diarios como tope permitido a sus miembros, es decir, por una vez no ha reducido la producción, como hacía corrientemente, con el propósito de detener la caída del precio. Se infiere entonces que la voz cantante de la organización, Arabia Saudita, está embarcada en una guerra de precios en contra de los productores estadounidenses de hidrocarburos no convencionales, que en los últimos años le arrebataron una parte de este mercado, que tradicionalmente abastecía el Reino Saudí. En general, la fractura de esquisto no resulta rentable cuando el precio del barril es inferior a 80 dólares. Solo los principales centros encargados de este tipo de operaciones pueden soportar un precio que ronde los 60 dólares. Pues bien, según se dice, los sauditas están dispuestos a dejar caer el barril a 50 dólares, con tal de quebrar los proyectos alternativos y devolver al petróleo convencional el sitial del que antes gozaba.

Los sauditas ya no permitirán –se dice– que las tecnologías más caras de extracción sigan avanzado gracias a la protección de la inflexibilidad del precio (es decir, la dificultad de que éste caiga), que en gran parte ha sido resultado de la existencia de la OPEP y su política de racionamiento.
Algunos creen que la OPEP también quiere presionar al principal productor de hidrocarburos del mundo, Rusia, país que no pertenece a la organización, para que coordine sus acciones de colocación de crudo con el cartel. En otras palabras, al OPEP se habría cansado de poner el pecho a las balas para que otros se beneficien.

Hemos mencionado las principales causas de la ¿crisis? petrolera, tal como se identifican en el debate especializado actual. Como se puede ver, esta variedad da lugar a muchos diferentes pronósticos sobre la duración que la mala actuación del petróleo tendrá. Los más optimistas son aquellos que en la parte del diagnóstico atribuyen la caída a la sobreproducción, y en la del pronóstico, suponen que la misma se corregirá mediante unas negociaciones entre Estados Unidos y Arabia Saudita (que en septiembre bajó su producción de 10 a 9,6 millones de barriles por día, apenas un gesto, pero un gesto auspicioso).

La factibilidad de esta salida depende de cómo se dimensione la capacidad de lobby sobre la Casa Blanca de los productores de petróleo no convencional, y también de si Obama priorizará la mayor independencia energética que su país ha ganado por encima del impulso económico que representa la rebaja de los carburantes. Los intereses norteamericanos en este momento son ambiguos. Por tanto, una salida muy fácil no resulta probable. Quizá Estados Unidos deje a los mercados actuar libremente por todo el tiempo que puedan resistir los proyectos no convencionales, a la espera de que la recuperación económica termine eliminando la sobreoferta y, por tanto, colocando los precios otra vez sobre los 100 dólares el barril.

En tal caso, tendríamos que ponerle a la crisis un horizonte de unos dos-tres años. ¿Suficiente para resentir a la economía boliviana? Probablemente no, pero sí para frenarla. En especial si a este problema sumamos la disminución general de los precios de los commodities por la ralentización china, la reaceleración de los Estados Unidos, que atraerá de nuevo los capitales latinoamericanos hacia los mercados financieros de esta potencia, y las dificultades por las que atraviesan nuestros vecinos más inmediatos.
El inglés tiene una palabra excelente para referirse a la prosperidad que surge súbitamente de un evento como el hallazgo de un recurso natural. Esta palabra es "windfall”, que puede traducirse como "lo que derramó el viento”. Hemos tenido casi una década de windfall en Bolivia. Hoy, por primera vez, los vientos soplan en contra.

Tomado de paginasiete.bo