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EMILIO J. CÁRDENAS

El primero de ellos es el que podríamos llamar el de los países del Pacífico partidarios del libre comercio. Hablamos claramente de Chile, Colombia, México y Perú. No de Ecuador. Estos son países que ya han acumulado un gran número de tratados de libre comercio con el resto del mundo. Sin aversión al riesgo y con un espíritu de apertura y emprendedor, sin complejos de ningún tipo. Esos tratados de libre comercio los vinculan entre sí y con el resto del mundo. En paralelo, sus instituciones democráticas están sanas. La división republicana de poderes funciona y la justicia es independiente. Por todo esto, en sus respectivos ámbitos se respetan adecuadamente los derechos humanos y las libertades civiles y políticas esenciales.

Hay ciertamente un segundo grupo. Es el de los países llamados “bolivarianos”, liderados por Venezuela. En América del Sur, incluye también a Bolivia y a Ecuador. Sus economías son dirigistas y proteccionistas y, en el caso particular de Venezuela, ha adquirido un sesgo típico del perimido colectivismo. Por esto el país caribeño está en estado de caos, casi sin reservas de libre disponibilidad, con una inflación galopante y la conocida escasez de alimentos y artículos de primera necesidad, como ocurre con el papel higiénico. En el plano institucional, estos tres países han deformado la democracia hasta hacerla irreconocible. Su Poder Ejecutivo ha concentrado enormemente facultades que son propias de los otros poderes.

La Justicia no es independiente. Y en el caso particular de Venezuela hasta ha denunciado el “Pacto de San José de Costa Rica”, privando así a todo su pueblo de una instancia regional independiente para la defensa de sus derechos humanos y libertades civiles. Todo esto sucedió en medio del silencio cómplice de los demás países de la región que nada dijeron durante el proceso de demolición de las respectivas democracias. En materia de política externa, los “bolivarianos” son aliados estratégicos de Irán.



Hay asimismo un tercer grupo sudamericano, más o menos heterogéneo, con la única salvedad que los dos principales países de este tercer grupo, esto es Argentina y Brasil, mantienen conductas proteccionistas. En mayor o menor grado, lo que supone que la noción del libre comercio es, para ellos, anatema. Los acompañan dos países más pequeños: Paraguay y Uruguay. El primero está en medio de un proceso de crecimiento “a tasas chinas”, del orden del 11% anual de su PBI. El segundo tiene uno bastante más moderado. Ninguno de los dos países de menor dimensión tiene perfiles nítidos de proteccionista. Pero pesan poco respecto de Argentina y Brasil, sus vecinos de mayor dimensión.

En muchos rincones de la región sudamericana las libertades de expresión e información son objeto de constantes ataque y toda suerte de restricciones, abiertas y solapadas. En Venezuela esas libertades ya están “ausentes con presunción de fallecimiento”. Lo mismo ocurre en Bolivia y, en alguna menor medida, también en Ecuador, cuyo Presidente, Rafael Correa, es -sin embargo- el líder regional que más vehemente y constantemente ataca a la libertad de expresión. Casi con color de verdadera manía. En la Argentina, la libertad de expresión está severamente cercenada. Siete periodistas de primera línea que han sido objeto de vejaciones y ataques por parte del oficialismo serán escuchados en pocos días, en audiencia pública en Washington por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en señal de profunda preocupación por el estado de cosas que afecta a la prensa y al periodismo independientes.

El oficialismo tiene conformado un gigantesco “megamedio”, constituido por medios propios y medios “colonizados” a través de la distribución arbitraria de la publicidad oficial, desoyendo con descaro dos fallos de la Corte Suprema que prohíben esa práctica. Utiliza la televisión pública con absoluto desparpajo para perseguir y denostar desde allí a todos quienes opinen distinto. En Brasil y Uruguay hay también iniciativas peligrosas con las que procura restringir la libertad de opinión y la de expresión.

Por el momento no hay convergencia entre los grupos mencionados. Cada uno hace lo suyo, mientras declama, retóricamente, pertenecer “a una misma identidad”. Ejemplo de esto es el reciente anuncio de la ministra peruana Magalí Silva, a cargo de la cartera de Comercio Exterior y Turismo, en el sentido que su país ha iniciado negociaciones para suscribir un tratado más de “libre comercio”. En este caso con Turquía, con un calendario de trabajo que comienza en enero del 2014, con negociaciones concretas.

Ya se han realizado reuniones preparatorias, a nivel de funcionarios especializados. Se trata de un acuerdo amplio, que incluye a los bienes y servicios, por primera vez en el caso de Turquía. Ambas partes afirman querer cerrar el trato rápidamente. Perú es el país del Pacífico que más crece y destruye pobreza. Turquía tiene una población de 75 millones de habitantes, a la que Perú exportó en los primeros seis meses de este año por valor de apenas 22 millones de dólares, fundamentalmente productos mineros, pesqueros, cereales, azúcar, cueros y pieles.

Esta noticia -por su contenido- en el área del Pacífico se inscribe dentro de la tendencia aperturista antes comentada. Es normal. Cosa de todos los días. Pero lo cierto es que del lado sudamericano del Atlántico es altamente improbable que nada similar ocurra en el corto plazo. Ocurre que Argentina y Brasil están encerradas en sí mismas, con su gente asfixiada por la presión fiscal, por un Estado omnipresente, por reglamentaciones excesivas, controles y subsidios arbitrarios, y por una ola de falta de confianza que, por el momento al menos, aleja tanto a los inversores externos como a los domésticos. Bien distinta, como actitud.

Emilio J. Cárdenas
Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.

Tomado de eldiarioexterior.com