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FERNANDO MOLINA

Con una tasa de incremento de precios que bordea el 40 % anual, en el umbral de la hiperinflación; con escasez de 20 productos de los 60 básicos imprescindibles, entre ellos el consabido papel higiénico; con un dólar oficial artificialmente bajo, que en el mercado negro puede ser hasta siete veces mayor; y, sobre todo, con muchos sectores de la población dedicados a lucrar de la brecha abierta entre la economía ‘planificada’ y la real, Venezuela parece estar entrando en la espiral que conduce a la bancarrota. Mientras tanto, la respuesta del Gobierno es suicida: está centrada en aumentar los controles policiales del mercado. Además de poner milicianos en los supermercados para evitar el agio, ahora controlará las huellas digitales de los viajeros en las fronteras, como requisito para autorizarlos a usar sus tarjetas de crédito en el extranjero.

El control de huellas se debe a la popularidad de un nuevo negocio que consiste en conseguir autorizaciones para ‘viajar al extranjero’ y retirar hasta $US 3.000 con tarjetas de crédito. Muchos consiguen las autorizaciones al reservar y hasta comprar un boleto, pero luego no viajan. Sus parientes en el extranjero usan sus tarjetas y les llevan o envían el dinero. Una ocupación tan desquiciada solo es posible por la enormísima brecha entre el cambio oficial y el paralelo.

¿Qué está matando la economía del segundo PIB más grande de Sudamérica? La ideología. Las decisiones ‘geniales’ de Chávez que eliminaron a los pocos productores que habían superado la ‘petromanía’, lo que agravó la dependencia de las importaciones. La inutilidad del Estado para crear haciendas e industria sustitutivas de las privadas que nacionalizó. La consecuente necesidad del 70% de las divisas petroleras para importar para alimentarse y vivir. La presión que esta necesidad ejerce sobre el tipo de cambio, tipo que el Gobierno (por ideología está seguro de que puede vencer a las fuerzas del mercado) defiende con un sistema cada vez más complicado de controles, que da lugar a una devaluación ‘en negro’ de su moneda. Devaluación que es sinónimo de encarecimiento de las importaciones (es decir, de todo) y de una gran inflación.

Las fuerzas del mercado se pueden regular, pero no vencer. El comunismo lo comprobó hasta la saciedad. Quizás Maduro pueda disminuir la cantidad de viajeros fantasmas, pero no impedir que muchos viajen efectivamente con el solo propósito de conseguir divisas. En Bolivia ya los hemos visto, gastando poco y ahorrando la plata que se llevarán de vuelta. Lo que ellos necesitan es despertar de su sueño ideológico.

Periodista

Tomado de eldeber.com.bo