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KISHORE MAHBUDANI

¿Las perspectivas para la estabilidad y la prosperidad global están mejorando o deteriorándose? En un contexto de esclarecimiento y progreso en algunas partes de mundo y de atavismo y estancamiento en otras, no es una pregunta sencilla. Pero podemos intentar entender mejor la situación si consideramos otras tres cuestiones.

La primera es si Estados Unidos recuperará o no su estatus de fuente de liderazgo moral. A pesar de sus errores, Estados Unidos efectivamente ofreció ese tipo de liderazgo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Pero los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 cambiaron todo.

La furia de los norteamericanos luego de los atentados los llevó a respaldar políticas que en otro momento habrían sido consideradas inconcebibles. En nombre de la “guerra global contra el terrorismo”, toleraron la tortura, aceptaron –y hasta respaldaron-- la invasión ilegal de Irak, y permitieron que civiles inocentes se convirtieran en daño colateral de los ataques con aviones mecánicos no tripulados.
Para restablecer el liderazgo moral de Estados Unidos, el presidente Barack Obama tiene que cumplir con su retórica inicial –ejemplificada en sus discursos en Estambul y El Cairo al inicio de su presidencia-- que revelaba una consideración genuina por los oprimidos. En 2007, durante su primera campaña presidencial, escribió que Estados Unidos “no puede ni retirarse del mundo ni intentar amedrentarlo hasta la sumisión. Debemos liderar el mundo, con nuestras acciones y con el ejemplo”.

Sin embargo, Obama no puede hacerlo solo y, hasta ahora, ni el pueblo norteamericano ni el Congreso de Estados Unidos parecen interesados en reconectarse con su brújula moral. Debería ser inaceptable, por ejemplo, que el Congreso bloquee la liberación de 86 detenidos en Bahía de Guantánamo absueltos por un comité de oficiales de seguridad nacional. Ni siquiera las revelaciones del excontratista de inteligencia Edward Snowden de que nadie está exento de la posibilidad de ser vigilado por Estados Unidos han movilizado a los norteamericanos a exigir una nueva estrategia.

La respuesta a la segunda cuestión trascendental que forja el futuro del mundo –si China recuperará su impulso económico– también parecer ser “no”, al menos en el corto plazo. La mayoría de los expertos coinciden en que el modelo de crecimiento de China liderado por las exportaciones y las inversiones prácticamente ha agotado su potencial. De hecho, China no puede seguir dependiendo de las exportaciones de productos manufacturados cuando sus principales fuentes de demanda –Estados Unidos y Europa– están en dificultades y sus costos de mano de obra están creciendo.

De la misma manera, el Gobierno de China no puede seguir desperdiciando recursos en paquetes de estímulo económico que han llevado a un exceso de capacidad industrial y a una deuda de gobiernos locales que roza cifras astronómicas. Y China no puede avanzar hacia una economía más orientada hacia el mercado, más eficiente e innovadora con impresas estatales sobredimensionadas que se interponen en el camino.
Que China pueda o no desarrollar e implementar un nuevo modelo de crecimiento económico viable en condiciones de post-crisis depende de si el presidente Xi Jinping y el premier Li Keqiang pueden revivir el legado de sus antecesores, Deng Xiaoping y Zhu Rongji. En otras palabras, el futuro de China –y el de la economía global– depende de lo decididos que estén sus líderes a superar los intereses creados y buscar una reforma estructural y de políticas integral.

Si bien muchos en Occidente sostienen que China no va a poder transformar su economía (y tal vez sea algo que anhelen), Xi y Li son perfectamente conscientes de la insostenibilidad del modelo de crecimiento anterior y de los desafíos que conlleva cambiarlo. Por ejemplo, en marzo, Li dijo que implementar las reformas de mercado necesarias “resultará muy doloroso, y hasta será como si nos cortáramos la muñeca”. Y tanto Xi como Li han indicado la voluntad del Gobierno de tolerar un crecimiento más lento del PBI en el corto plazo en pos de construir una economía más sólida y más sustentable.

La cuestión final es si Europa y Japón recuperarán sus “espíritus animales”. En vista del malestar actual de Europa y el impacto menguante del llamado “Abenomics” en Japón, cuesta creer que sus economías, que alimentaron el crecimiento de la producción global durante varias décadas, vayan a recuperar su condición de otros tiempos. De hecho, en gran medida, los europeos y los japoneses ya no tienen esperanzas de que eso suceda.
Afortunadamente, las economías de Estados Unidos y China están sostenidas por sociedades que siguen siendo dinámicas, vibrantes y esperanzadas.

La gente joven en otras partes de Asia, especialmente en la India y en los 10 países de la Asean, son igualmente optimistas y tienen razones para estarlo. Se espera que la población de clase media de Asia experimente un crecimiento explosivo en los próximos años, pasando de 500 millones de personas en 2010 a 1.750 millones en 2020.
Más allá de los titulares trágicos y aterradores de hoy, tal vez entremos en una nueva era dorada de la historia humana.

El autor es decano de la Escuela de Políticas Públicas Lee Kuan Yew, NUS, y autor de The Great Convergence: Asia, the West, and the Logic of One World

Tomado de los tiempos.com.bo