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FERNANDO MOLINA 

Cuando al final del mandato de Lula, Brasil fue elegido anfitrión del Mundial de fútbol y de las Olimpiadas, todo el mundo comenzó a hablar de este país como la “China del oeste”. Solo algunos no olvidaron los problemas estructurales que lastran el desarrollo de una nación por otra parte tan privilegiada por la naturaleza. Hoy, esos problemas han sacado la cabeza.

El año pasado, Brasil no creció. El primer trimestre de este año creció menos del 1% y, con suerte, a fines de 2013 incrementará su PIB en algo más del 2%. Las razones son tres: la crisis de los países desarrollados, que compran menos productos manufacturados brasileños; el decaimiento del superciclo de las materias primas, como resultado de la ralentización de las economías china, india y, circularmente, de la brasileña; y, como tercera cuestión, que es la que tiene que ver con los problemas estructurales de los que hemos hablamos, el agotamiento del modelo basado en el consumo interno.

Brasil es un país proteccionista. Desincentivando o prohibiendo importaciones, ha conservado su enorme mercado para unas industrias nacionales que no necesariamente son muy eficientes. Como resultado de ello, su costo de vida se ha elevado mucho: hoy Brasil es tan caro como cualquier país europeo. Esto le ha quitado competitividad a sus exportaciones, lastrando el crecimiento, pero, por el otro lado, ha creado una gran cantidad de empleos que, junto con las políticas sociales, han convertido a millones de pobres en asalariados de ‘clase media’. Ahora bien, este salto se ha producido en gran parte gracias a préstamos (para la casa, el auto, etc.). Y estos, como siempre ocurre en los modelos muy centrados en el consumo interno, empujan primero pero frenan después, es decir, cuando se vencen y es hora de pagarlos. Brasil está en este punto.

En suma, el crecimiento hacia afuera está bloqueado, por la situación mundial. Y el crecimiento hacia adentro se muestra cada vez más difícil, porque la gente ya no compra tanto. Frente a este dilema, el Gobierno podría tratar de incentivar el crédito, pero es difícil que lo haga porque aparecieron tendencias inflacionarias (otro defecto de un modelo que no deja que las empresas compitan contra las extranjeras: la inflación es una constante en la historia económica del país).
La presidenta Rousseff ha calificado de ‘terrorismo económico’ el pronóstico de un rodar hacia abajo. El desempleo no es alto, ha dicho; la deuda fiscal es de apenas el 37% del PIB, etc. Es cierto, pero Brasil sigue sin crecer y eso le impide satisfacer las demandas personales de millones y millones de personas.

* Periodista

Tomado de eldeber.com.bo