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EDUARDO BOWLES 

Acaba de publicarse un estudio de la Cámara de Empresarios de la Construcción que indica que en el 2013, se invirtieron más de 500 millones de dólares en obras habitacionales y comerciales en Santa Cruz. Sólo hace falta echar una ojeada a cualquier punto de la ciudad para darse cuenta de que hay edificios, condominios y locales de negocios que se están edificando de manera incesante, un fenómeno que se repite en todo el país.

El crecimiento experimentado en la pasada gestión en el rubro de la construcción representa el 4,3 por ciento y Santa Cruz lleva la delantera a nivel nacional, dato que se puede comprobar con la demanda de cemento, el 32 por ciento, mientras que La Paz absorbe el 24 por ciento y Cochabamba el 19 por ciento. Según los empresarios, el volumen construido localmente sobrepasa los 1,1 millones de metros cuadrados. No hay duda que este fenómeno es positivo y es nada menos que el reflejo de la bonanza económica que atraviesa el país producto del auge de las exportaciones de las materias primas. Obviamente contribuye a esta expansión el apogeo del sector informal y, por qué no decirlo, el florecimiento de las actividades comprometidas con la ley. Eso lo admiten todos los actores del quehacer productivo, algo que debería llamarles la atención a los operadores económicos del Gobierno pues se trata de una escalada con muchas fragilidades.

El otro factor que se debe observar es que si bien la construcción moviliza muchos sectores como la industria del cemento, genera fuentes de empleo y dinamiza el comercio, no se trata de un sector productivo por excelencia y en este momento está funcionando como una medida de refugio de los capitales que no encuentran otras vetas de inversión debido a la inseguridad jurídica y a la ausencia de oportunidades que se genera por el acoso gubernamental al sector privado. Un dato que expresa muy bien este comportamiento es que los 500 millones de inversión en construcción en Santa Cruz, representan la mitad de toda la inversión extranjera directa en el país.

También se debe agregar que la excesiva concentración de los capitales nacionales en la construcción despierta el fenómeno especulativo sobre la propiedad inmobiliaria y además puede llegar a un nivel de sobreoferta que constituye un peligro para el mercado de capitales que obviamente se han dirigido casi obsesivamente hacia las edificaciones. Un desequilibro podría ser fatal para muchos que han depositado toda su confianza en esta actividad.

En ese sentido, resulta positivo que la banca nacional se esté orientando también a la producción de alimentos, a través de la canalización de créditos hacia los ganaderos y agricultores. La economía nacional, cada vez más dependiente de las materias primas, necesita diversificarse y sobre todo orientarse hacia las actividades de transformación y agregación de valor.

Sería una necedad desconocer las bondades que expresa este denominado “boom de la construcción”, pero no se puede dejar de advertir sobre la necesidad de buscar otras alternativas de inversión. Eso le conviene a la economía, a las empresas, al Gobierno y por supuesto a la población, pues se trata de asegurar la sostenibilidad de los ahorros y las inversiones