(Traducido por Jorge Luis Borges, que dijo que Whitman se impuso la escritura de la epopeya del nuevo acontecimiento histórico de aquel momento de su vida: el nacimiento de la democracia americana) (Nota del Editor)
Canto de mí mismo
35
¿Quieren que les refiera un viejo combate naval?
¿Quieren saber quién fue el vencedor a la luz de la luna y de las estrellas?
Oigan la historia tal y como me la contó mi bisabuelo
materno, el marinero.
Nuestro enemigo no era un cobarde en su barco.
El suyo era el taciturno coraje de los ingleses y no hay
ninguno más tenaz y más firme, y nunca lo habrá;
Al caer la noche se nos acercó y espantosamente abrió
fuego.
Nos trabamos con él, se enredaron las vergas,
los cañones ya se tocaban.
Nuestro capitán aseguró los cables con sus propias
manos.
Habíamos recibido unas dieciocho descargas
en la quilla,
A la primera, dos cañones estallaron en la cubierta
inferior matando a quienes los rodeaban y
arrojándolos por el aire.
Combatiendo al atardecer, combatiendo de noche,
A las diez brillaba la luna llena, aumentaban las
brechas, el agua ya alcanzaba cinco pies.
El contramaestre puso en libertad a los prisioneros
en la bodega para que pudieran salvarse.
Los centinelas nos prohibieron pasar por la Santa
Bárbara,
Vieron tantas caras extrañas que no sabían en quién
confiar.
Nuestra fragata se incendia,
Los contrarios nos preguntan si nos rendimos,
Si queremos arriar la bandera y terminar la lucha.
Ahora me río porque oigo la voz de mi
pequeño capitán:
No vamos a arriar la bandera, dice tranquilamente,
apenas si hemos empezado a pelear.
Sólo nos quedan tres cañones,
El capitán en persona lo apunta contra el mástil del
enemigo,
Dos descargas de metralla silencian sus fusiles y
arrasan la cubierta.
Sólo los marineros de las cofas secundan el fuego de
ésta pequeña batería, especialmente los de la cofa
de gavia,
actúan con valor durante todo el combate.
No hay un solo instante de tregua,
Las bombas no dan para las brechas, el fuego amenaza
la Santa Bárbara.
Han destruido una de las bombas, todos creen que
estamos hundiéndonos.
El pequeño capitán sigue de pie, sereno,
No se apresura, habla con voz natural,
Sus ojos brillan más que sus fanales de abordo.
Hacia las doce de la noche, bajo los rayos de la luna,
se rinde el enemigo.
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1
Yo me celebro y yo me canto.
Y todo cuanto es mío también es tuyo,
Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te
pertenezca.
Indolente y ocioso convido a mi alma,
Me dejo estar y miro un tallo de hierba de verano.
Mi lengua, cada átomo de mi sangre, hechos con esta
tierra, con este aire,
nacido aquí, de padres cuyos padres nacieron aquí, lo
mismo que sus padres,
Yo ahora, a los treinta y siete años de mi edad y con
salud perfecta, comienzo,
Y espero no cesar hasta mi muerte.
Me aparto de las escuelas y las sectas, las dejo atrás;
me sirvieron, no las olvido;
Soy puerto para el bien y para el mal, hablo sin
cuidarme de los riesgos,
Naturaleza sin freno con elemental energía.
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6
Un niño me preguntó: ¿Qué es la hierba?, trayéndola
a manos llenas,
¿Cómo podría contestarle? Yo tampoco lo sé.
Sospecho que es la bandera de mi carácter tejida con
esperanzada tela verde.
O el pañuelo de Dios,
Una prenda fragante dejada caer a propósito,
con el nombre del dueño en alguna punta, para que
lo veamos y lo notemos y nos preguntemos,
¿De quien?
O sospecho que la hierba misma es un niño, el recién
nacido de la tierra
O un jeroglífico uniforme,
Que significa: crezco por igual en las regiones vastas
y en las estrechas,
Crezco por igual entre los negros y los blancos,
Canadiense, piel roja, inmigrante, a todos me
entrego y a todos los recibo.
Y ahora se me figura que es la cabellera suelta y
hermosa de las tumbas.
Te usaré con ternura, hierba curva.
Acaso hayas brotado del pecho de los jóvenes,
Acaso, si estuvieran aquí, yo los amaría,
Acaso hayas brotado de los ancianos, o de niños
arrancados del regazo de la madre,
Y ahora eres el regazo de la madre.
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10
Solo, salgo a cazar por montañas y soledades,
Mi agilidad y mi alegría me asombran,
Al atardecer busco un lugar seguro para pasar la
noche,
Enciendo el fuego y aso la presa recién matada,
Duermo con mi perro y mi escopeta sobre las hojas
desparramadas.
El cliper yanqui, desplegadas las velas, corta la
marejada y la espuma,
mis ojos se posan en la costa, me inclino sobre la
borda o grito alegremente desde la cubierta.
Los boteros y los pescadores de almejas madrugaron
y me esperaron
Metí los bordes de pantalón en las botas, fui con ellos
y pasé un buen rato;
Ojalá hubieras estado con nosotros aquel día, frente
a la caldera de almejas.
A la intemperie, en el lejano oeste, asistí a la boda del
armador de trampas, la novia era una muchacha piel roja,
El padre y los amigos estaban con las piernas
cruzadas, silenciosamente fumando; llevaban
mocasines y espesas mantas cubrían sus hombros,
El armador descansaba en un declive, vestido casi
enteramente de pieles, la barba entera y la melena
le cubrían el cuello, tomó la novia de la mano;
Ella tenía largas pestañas, llevaba la cabeza desnuda,
sus crenchas lacias y ásperas bajaban por sus
muslos voluptuosos y llegaban hasta los pies.
El esclavo prófugo llegó a mi casa y se detuvo afuera,
Oí cómo a su paso crujían las ramitas de la leña seca.
Por la puerta entornada de la cocina lo vi cojear
agotado,
Se sentó sobre un tronco, me acerqué, lo hice entrar
en la casa y le mostré confianza,
Y traje agua y llené la tina para refrescar su cuerpo
sudoroso y sus pies lastimados.
Y le di un cuarto contiguo al mío y ropa basta y
limpia,
Y me acuerdo perfectamente bien de su torpeza y de la
inquietud de sus ojos,
Y de haberle curado con emplastos las mataduras del
cuello y de los tobillos;
Pasó conmigo una semana hasta recuperarse y seguir al norte
Yo lo sentaba a mi lado en la mesa
y mi fusil descansaba en el rincón.