Alvaro Vargas LLosa
En cualquier otra circunstancia, la victoria obtenida por el Partido Popular en España el domingo pasado sería un verdadero regalo de los dioses para el liberal-conservadurismo ibérico: mandato apabullante, descalabro del socialismo, carta libre para hacer reformas siempre impopulares, horizonte de gobierno de por lo menos dos mandatos y tal vez más.
Basta un vistazo a vuelo de pájaro para ver lo impresionante del resultado. El PP no sólo obtiene, con más de 44 por ciento del voto y 186 escaños, su triunfo más sólido desde el retorno de la democracia, sino también el segundo más contundente de la era posfranquista, superado únicamente por el de Felipe González en 1982. El Partido Socialista, además de obtener su peor resultado en toda la etapa democrática, ha sido derrotado nada menos que en Andalucía, su tradicional feudo, y ha dejado de ser la primera fuerza en Cataluña.
En síntesis: los "sociatas", como dicen por allá, han perdido cuatro millones y medio de votos que se han repartido entre la abstención, una Izquierda Unida que ha subido y la reciente organización UPyD, dirigida por una ex socialista, mientras que los "peperos" han sumado medio millón a los que ya tenían. Mariano Rajoy emerge de este trance como una fuerza que hasta da miedo (muy atrás han quedado sus dos derrotas anteriores), y en cambio los socialistas entran ahora en un período traumático en el que tendrán que renovar el liderazgo y otras cosas. No es ni remotamente seguro que el candidato derrotado, Pérez Rubalcaba, apoyado por los barones del partido, logre ser ratificado en la conducción cuando tenga lugar el congreso socialista.
Pero hay más: a diferencia de José María Aznar, que ganó sin mayoría absoluta su primera vez, es decir en 1996, y tuvo que pactar con los nacionalistas catalanes, ahora Rajoy puede prescindir de ellos, al igual que de los nacionalistas vascos, y gobernar en solitario. Otra cosa es que lo quiera hacer, pero nada lo obliga a consensuar con fuerzas ajenas. Si se tiene en cuenta que el PP ya controla una gran mayoría de gobiernos autonómicos (regionales) y alcaldías, se puede afirmar sin ninguna duda de que la centroderecha será ahora único responsable político de lo que suceda en adelante.
Y allí está, precisamente, el por qué de las sombras que opacan una victoria que en otras circunstancias habría sido un regalo de los dioses. Rajoy hereda la peor España de todas las que ha habido desde la muerte de Franco y la transición a la democracia. En pocos años, un país que se había puesto a la par con la Europa más avanzada y era percibido como un modelo internacional de tránsito al desarrollo ha pasado a ser un "país problema", a integrar el club tristemente célebre de los "PIIGS", la zona sur del continente a la que el planeta entero asocia con la saga interminable del euro. Hoy España hace noticia por unos indicadores económicos de vértigo, entre ellos una tasa de desempleo que se acerca al 25 por ciento en promedio y supera el 45 por ciento en el caso de los más jóvenes, y por sus "indignados".
Las responsabilidades de lo ocurrido están repartidas. Hay causas estructurales y antiguas, y otras más recientes y asociadas al gobierno saliente. Los españoles llevaban años viviendo más allá de sus posibilidades, en gran parte porque su gobierno, sus empresas y sus ciudadanos se podían endeudar a tasas "alemanas" gracias al euro y gastar a ritmo milyunanochesco, mientras iban siendo cada vez menos competitivos y solventes (se calcula que el país perdió un 10 por ciento de competitividad desde 1999 hasta 2009).
La burbuja del ladrillo, como se llama a la industria, hoy arruinada, de la construcción, llevó a los españoles a una situación dramática: hay desde hace unos años cientos de miles de viviendas invendibles (la venta de casas ha caído 60 por ciento); los bancos tienen en sus balances propiedades inmobiliarias ilusamente cotizadas a precios que nadie se cree; más de 150 mil negocios han quebrado y otros muchos no contratan a nadie; y, por último, la gente intenta deshacerse de deudas como puede, consumiendo poco. La descomunal tasa de paro lo resume todo.
Parte significativa de la herencia que recibe Rajoy es responsabilidad del gobierno socialista de Rodríguez Zapatero. Los socialistas aumentaron el gasto de un modo inmoderado y evitaron reformas que eran urgentes para que el país fuese más competitivo: la plantilla del Estado, por ejemplo, creció casi 10 por ciento, lo que implica que una vez desatada la crisis las finanzas del Estado estaban muy debilitadas y la credibilidad exterior muy menguada. Para colmo, cuando la crisis sobrevino, Zapatero negó su existencia. Una vez que no fue posible tapar el sol con un dedo y se decidió a hacerle frente, era tarde y las consecuencias tenían a los españoles atrapados en la situación de la que no salen todavía. La moral está desde entonces por los suelos.
Eso, en cuanto al cuadro general que debe afrontar Rajoy. Pero hay un problema inmediato que potencia todo muy peligrosamente. El gobierno español, cuyo déficit equivaldrá este año, a pesar de un ajuste muy fuerte por parte de Rodríguez Zapatero, al 7 por ciento del PBI, no logra que los mercados le presten euros a tasas razonables. Ello implica la dificultad de solventar los gastos y mantener a flote las cuentas estatales, pero también de respirar oxígeno mientras el plan de ajuste las va cuadrando poco a poco. Por tanto, la "prima de riesgo", es decir el diferencial entre la tasa baja que paga Alemania y la tasa alta que se exige desde los mercados a otros países europeos como España, tiene a la sociedad en vilo. Hasta los niños aprenden en la escuela a hablar de "prima de riesgo" en los recreos cuando debieran estar hablando de Messi y Ronaldo.
Lo que hereda, pues, el Partido Popular es un verdadero regalo envenenado. Mariano Rajoy sabe bien que para contentar a los mercados debe bajar el déficit y la deuda, y por tanto hacer recortes drásticos y sostenidos; que para reanimar a las empresas debe eliminar trabas, reducir impuestos y flexibilizar la legislación laboral, una de las más restrictivas de Europa; que el saneamiento de los bancos va a implicar dejar que algunos quiebren y rescatar a otros con dinero que simplemente no hay; y que para recuperar posiciones en el continente debe mantenerse en el euro, esa camisa de fuerza que no permite devaluar y por tanto obliga a hacer todos los ajustes en precios y salarios internos. Y también, que todo esto provocará, si lo hace o intenta hacerlo incluso a medias, una fuerte reacción social que el socialismo querrá aprovechar más temprano que tarde.
Dos circunstancias dificultan considerablemente la capacidad de respuesta de Rajoy en lo inmediato. Una es el calendario constitucional y político: Rajoy no puede asumir el mando hasta fines de diciembre, lo que implica otras cuatro semanas de incertidumbre e indecisión, por más que, como ocurrió a los dos días de las elecciones, el futuro gobernante y el presidente saliente se reúnan y coordinen esfuerzos. Lo otro es que la situación de Europa se está agravando tan aceleradamente en su conjunto, que la única esperanza que le queda a España y al propio Rajoy, es decir un salvataje proveniente directa o indirectamente de Alemania, se está alejando.
El líder del Partido Popular había dicho, nada más ganar las elecciones, que Europa no puede tratar de la misma forma a quien hace los deberes que a quien no los hace, enviando así el claro mensaje de que necesita ayuda. Esa ayuda puede venir de distintas formas, pero todas se resumen en esto: una intervención masiva del Banco Central Europeo para comprar deuda española (mucha más de la que ha comprado hasta ahora, que no es poca) y de los gobiernos "ricos" avalando una emisión de eurobonos, es decir de deuda respaldada por ellos en favor de España y compañía.
Esta última posibilidad se va debilitando a medida que Alemania va entrando, ella también, en problemas. Esta semana, contra todo pronóstico, Bonn fue incapaz de colocar bonos propios en el mercado (no hubo compradores para el 40 por ciento de ellos). Angela Merkel, la Canciller alemana y hoy mandamás de Europa, consciente de la fuerte oposición que hay en su país a seguir rescatando a medio mundo, dijo con claridad que no creía que los eurobonos fuesen la solución.
Rajoy está por tanto en un disparadero. En el actual contexto, no importa cuán duro sea su ajuste ni cuán responsable resulte siendo su política general: si los mercados no dan un respiro al Estado español, no hay forma de evitar a mediano plazo la suspensión de pagos, con todo lo que ello implicaría. Para lograr que los mercados dejen de presionar a España, Madrid necesita que Alemania y otros países sólidos le echen el cable que se resisten a echar.
Dicho esto, el líder del Partido Popular sí cuenta con dos importantes cartas en su baraja. Una es el tamaño de España, muy superior al de Grecia, Irlanda y Portugal, los tres "rescatados" de la eurozona hasta ahora. Si España colapsa, colapsa el euro en su conjunto. Esta perspectiva es una suerte de "garantía" de que, si no hay más remedio, Europa intervendrá en favor de España al costo que sea. La otra carta es la credibilidad internacional de un gobierno entrante que llega al poder con una mayoría muy sólida e ideas más o menos claras.
Digo "más o menos", porque hasta ahora Rajoy, para evitarse problemas durante la campaña electoral, ha mantenido una cierta ambigüedad sobre lo que piensa hacer. En cualquier caso, se da por descontado que realizará un ajuste duro y reformas estructurales impopulares, y que podrá una gran presión sobre Europa para rescatar a España sin usar esa expresión y disimulando el rescate a través de mecanismos colectivos. Su posición ante los mercados es, pues, bastante más robusta que la de Zapatero.
¿Cuánta luna de miel tendrá Rajoy hasta que se produzca la reacción social y política? Se da por seguro que muy poca. Sin embargo, es posible que tenga algo más de lo que parece. Un indicio de ello es el que CiU, el partido de los nacionalistas catalanes que gobierna Cataluña en este momento, ha sacado la primera mayoría en esa región, a pesar de llevar meses realizando un ajuste muy duro y controvertido. Otro es que el discurso de izquierda contra el PP en estos comicios estuvo centrado en vaticinar toda clase de recortes y, a pesar de ello, la población ha dado un respaldo sin precedentes a la derecha. Es más: esos cuatro millones y medio de votantes socialistas que desertaron hacia la abstención o hacia otras agrupaciones de izquierda sabían perfectamente bien que con su decisión estaban abriendo las puertas del poder al Partido Popular y a su programa económico.
Si en los próximos cuatro años Rajoy logra dar un vuelco a la herencia envenenada, es previsible que el conservadurismo español gobierne por muchísimo tiempo. Si no lo logra, la resaca social y política será proporcional al poder inmenso con el que llegan los "peperos" al gobierno.