CARLOS HERRERA
(XX fragmento del libro inédito "Apuntes sobre la Sociedad Abierta")
Sin embargo de lo dicho precedentemente (sobre la importancia de los partidos políticos) los que tienen el rol protagónico en la vida de las democracias abiertas, son los pueblos. Un rol infinitamente más importante y delicado que el de los partidos políticos, sencillamente porque es la gente la que elige a los que suben al poder, a los que asumen el gobierno de su nación. Esto supone una enorme responsabilidad, así como un mínimo de aptitud para interpretar la historia.
Los que creen que la evolución de una sociedad depende de la lucidez de los partidos y sus programas se equivocan de medio a medio, porque por muy brillantes que sean las propuestas, son los electores los que ponen los hombres en el gobierno. Los partidos pueden, es cierto, influir grandemente en los electores, en la medida en que sepan explicar con claridad sus programas y adecuarlos a las necesidades de sus pueblos, pero el rol trascendente en el juego de la sociedad abierta lo tiene siempre la gente. Ella decide quién entra y quién sale. Y para que las decisiones sean las mejores, los pueblos deben tener una cierta noción, una cierta cultura sobre las ideas políticas que deben aplicarse en su tiempo.
¿En qué consiste esa cultura? En tener una idea más o menos acertada de lo que la sociedad necesita en el momento (desde el punto de vista político) así como sobre lo que no debe hacer, porque la falta de ese mínimo de conocimiento para ubicarse como elector y como sociedad en el tiempo es la principal causa de muchos malos gobiernos.
¿De dónde sale ese conocimiento? Pues de la debida interpretación de la historia, es decir, del conocimiento de lo que las otras sociedades han hecho o han dejado de hacer en política.
Algo perfectamente posible de saber, si se está acostumbrado a usar el sentido común para interpretar los fenómenos de la vida y la política. Un ejercicio, por lo demás, que debiera practicarse cotidianamente cuando, por ejemplo, se lee las noticias de los periódicos, o cuando la TV muestra lo que pasa en otros lados. Saber cómo le ha ido a otros países con las ideas políticas es cosa importante si uno quiere hacer bien la vida. Mucho del descalabro económico en el que viven los países pobres del planeta se hubiera evitado si la gente se interesara por entender mejor la experiencia mundial.
Tener una idea del marco ideológico del propio tiempo es pues un deber que reporta gran beneficio. En otras palabras, si ignoramos la experiencia política mundial, nunca sabremos donde están los puntos cardinales de la política exitosa.
Pero ¿Cómo puede una sociedad ejercer esa cultura política en la vida nacional de una forma adicional a las urnas? Pues a través de la opinión pública, un fenómeno que incluso ha modificado la teoría sobre los poderes democráticos. Se dice, no sin cierta razón, que los medios de comunicación son el cuarto poder democrático porque han mostrado suficientemente que su influencia en la sociedad es enorme, y que si se los utiliza con la debida inteligencia pueden aportar mucho.
En otros países este poder es tan importante que mucho de la agenda diaria de los gobiernos viene dictado por los puntos de vista que la opinión pública canaliza a través de ellos. Aunque este fenómeno de la opinión está muy vinculado a lo que los propios periodistas traduzcan, es de suyo muy importante para la buena marcha de una sociedad democrática, porque le permite a la gente común intervenir en los asuntos públicos de un modo indirecto, aunque determinante. Por eso si el trabajo diario de la prensa ayuda a que las masas comprendan y racionalicen los problemas del país, es decir, a que se forme en el país una opinión que refleje una cultura política seria, entonces lo que se llama control social puede ser algo de mucho beneficio. El sensacionalismo y la desinformación, por el contrario, son el camino más corto al infierno.