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CARLOS HERRERA 

(XVIII fragmento del libro inédito "Apuntes sobre la Sociedad Abierta")

La idea de la libertad como valor social está en la base misma del mundo democrático occidental y define también el modelo de organización política del mismo. Aquí la libertad es un valor esencial, como lo demuestra el hecho de que todo el edificio jurídico de nuestros países parte del supuesto de que ella inviolable, es decir, no hay poder que pueda ir en su contra, ni estatal, ni particular.

Es con su positivización (darle el carácter de norma escrita) que se inaugura el movimiento Constitucionalista que tuvo su origen en las revoluciones del siglo XVIII. Y esto mismo deviene de una renovación filosófica sobre el valor del individuo como tal. Las leyes y normas que los poderes promulgan no deben atropellar su libertad en ningún caso. No se dice con esto que la libertad sea un asunto irrestricto, sino que hay un espacio en la vida de las personas donde nadie puede interferir. Como resultado de esto, las personas tienen el derecho de opinar libremente, asociarse según sus intereses (siempre que sea para fines lícitos) emprender las actividades económicas que deseen, elegir su religión y sus ideas políticas, elegir a sus autoridades y ser ellos mismos elegidos como tales.

No pueden los poderes públicos por tanto legislar o actuar en un sentido que restrinja o suprima el ejercicio de estas libertades. Pero este espacio de acción que las normas protegen tiene también un límite bien definido, termina donde comienza el espacio de los otros miembros de la comunidad. La libertad por lo mismo es un asunto reglado en nuestras sociedades. Ir en su ejercicio más allá de lo que esas reglas establecen supone una violación del orden establecido, una violación del Derecho que nos rige, que en las sociedades modernas constituye el referente último de orden y organización.

Este concepto (libertad) alcanzó su definitiva consagración social con dos de los más importantes acontecimientos políticos de la modernidad: la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y la Declaración Universal de los Derechos de las Personas. Fue entonces cuando se puso la idea de “libertad” en la base de la filosofía política que sustenta la organización del mundo occidental, es decir, el mundo de las naciones liberales y capitalistas, aunque en honor a la verdad, su verdadera adopción como valor esencial requirió de un buen tiempo de maduración.

¿Cómo han entendido los pueblos de Occidente este concepto y cómo ha sido aplicado en sus vidas? La historia nos muestra que se ha proyectado de dos formas en la vida de las sociedades occidentales. Unos le han dado una confirmación de hecho y de Derecho; y otros solamente lo han hecho de una forma nominal, es decir, la han introducido en sus normas, pero no en su vida cotidiana, no en su cultura. Pudiera parecer que este asunto de cómo una sociedad concibe la libertad no tiene importancia en el desarrollo de los pueblos, pero no es así. Los pueblos que mejor han entendido el concepto son los que han alcanzado un mayor grado de desarrollo, porque el ejercicio de las libertades permite la formación de sociedades donde el trabajo se desarrolla a plenitud. Mientras que los otros, aquellos donde los Estados abruman de regulaciones y prohibiciones a la gente, o donde las libertades son entendidas como facultad para hacer lo que a los gremios más poderosos les venga en gana, nunca logran desatar su verdadero potencial productivo, con todo lo que ello implica.

La ausencia de un verdadera cultura libertaria en el seno de las sociedades es también la razón del ascenso de los gobiernos autocráticos, porque cuando la sociedad no entiende que la solución a sus problemas no viene por la voluntad de Mesías alguno, ni de revolucionarios angelicales, sino que está en sus propias manos y en un marco de libertad y respeto a sus derechos, es que aparecen los “salvadores” ofreciendo el cielo y la tierra, y es con su elección que los pueblos perpetúan su atraso, porque la historia muestra que el aumento del potencial productivo sólo es posible en sociedades donde las personas asumen el reto de la sobrevivencia por cuenta propia y en un régimen de libertades, no encargándosela al Estado o a los gobiernos, ya que aquellos jamás han podido sustituir a los mercados y a las sociedades libres en la enorme tarea de generar riqueza y distribuir los ingresos.

La vigencia de la “filosofía de la libertad” entonces es la verdadera razón del progreso material y espiritual del mundo desarrollado, porque ha permitido que el trabajo y la imaginación se desplieguen hasta unos límites inimaginables hace tan solo unos siglos atrás, dándole a la gente no solo una vida mas cómoda y mas segura, sino incluso aumentando sus años de vida.